De cuando en cuando, intento responder a las preguntas que los lectores de Astrobitácora puedan tener. Cosas que, por un motivo u otro, no han sido cubiertas hasta ahora en el blog, y que pueden ser respondidas sin necesidad de escribir un artículo completo para cada una de ellas… ¡Hay un poco de todo!

https://twitter.com/LeGamingGourmet/status/696716858079252480

Concepto artístico del posible noveno planeta. Sería gaseoso, como Urano y Neptuno, pero más pequeño que ambos. Crédito: California Institute of Technology

Concepto artístico del posible noveno planeta. Sería gaseoso, como Urano y Neptuno, pero más pequeño que ambos.
Crédito: California Institute of Technology

En realidad no se habla de un planeta nuevo, al menos no por ahora. La noticia es que hay indicios de que podría existir un planeta más en las afueras del Sistema Solar.  Es una de las pocas maneras que tenemos de describir las órbitas de varios objetos (en el Cinturón de Kuiper y la Nube de Oort) que no cuadran con el resto de las que vemos. Ahora queda saber si ese planeta existe de verdad o no, y seguramente lo sabremos en los próximos meses.

Es cierto que venimos dándole vueltas a la idea de que haya otro planeta desde hace muchas décadas. En su momento se pensó en un hipotético planeta (llamado Planeta X) que estaría más allá de la órbita de Neptuno, y su búsqueda nos trajo el descubrimiento de Plutón (y también el nacimiento de la leyenda urbana de Nibiru, un planeta que no existe ni tiene fundamento científico).

Si existe, será una buena señal porque el Planeta Nueve sería una supertierra. Es un tipo de planeta muy común en otros sistemas planetarios, a medio camino entre los planetas rocosos y los gigantes gaseosos del Sistema Solar, que no hemos visto aquí, y su existencia querría decir que este rincón de la Vía Láctea no es tan atípico en comparación con lo que hemos podido observar hasta el momento.

En cualquier caso, ¿por qué no se había descubierto antes? (suponiendo que exista), pues porque, por su distancia, sería unas 10.000 veces más tenue que Plutón, así que no es fácil de observar a menos que tengamos un equipo muy potente, algo que sólo es posible desde hace unas décadas.

Stephen Hawking. Una de las mentes más brillantes de nuestro tiempo. Crédito: NASA

Stephen Hawking. Una de las mentes más brillantes de nuestro tiempo.
Crédito: NASA

Para los que no sepáis por donde van los tiros, Stephen Hawking cree que la Humanidad podría no sobrevivir a los próximos cien años. No porque vaya a pasar algo que no podamos evitar, si no por algo provocado por nosotros mismos (una guerra nuclear, el calentamiento global, virus creados específicamente para guerras biológicas…). En realidad, la visión que tiene no es tan apocalíptica como podría parecer.

En resumidas cuentas, Hawking cree que una vez nos expandamos a otros planetas y satélites, no habrá riesgo de que la Humanidad se extinga, pero mientras sigamos confinados a la Tierra, la probabilidad de que suceda algo que pueda poner en peligro nuestra supervivencia como especie irá en aumento cuanto más largo sea el período de tiempo que intentemos analizar. Por ejemplo, es muy poco probable que ocurra algo este año, o el siguiente, o dentro de quince, pero no es tan improbable que pueda ocurrir algo catastrófico en los próximos mil, diez mil años o cien mil años.

Stephen Hawking cree que necesitaremos, todavía, al menos cien años para poder establecer una colonia fuera de nuestro planeta, y que es en este período, especialmente, en el que tendremos que ser cuidadosos, porque los avances de la ciencia y la tecnología pueden abrir nuevas posibilidades para acabar con nosotros mismos. Es decir, en cierto modo estamos cerca de la línea de meta, pero no por ello quiere decir que la carrera por garantizar la supervivencia de la especie a muy largo plazo esté ganada.

En líneas generales, coincido con él en que tarde o temprano tenemos que expandirnos más allá de la Tierra, y seguramente deberíamos pensar o en colonizar la Luna o en crear colonias espaciales (ya lo decía Carl Sagan, algo que puede parecer improbable en cien años puede ser inevitable en cien mil años). Quiero creer que el riesgo no es tan alto como se puede plantear, más que nada, porque ya hemos vivido la amenaza de una guerra nuclear y, al final, no se llegaron a utilizar cabezas nucleares (aunque, por lo que sabemos, parece ser que estuvimos bastante cerca de hacerlo).

Es cierto que el terrorismo no ayuda, y que quién sabe que podría pasar si un grupo terrorista se hace con un virus muy mortífero o con cabezas nucleares, pero, al mismo tiempo, parece poco plausible que, ante una amenaza que pudiese poner a muchos países en alerta, no hubiese un gran ejercicio mundial para ponerle fin antes de que pudiese suponer un serio peligro para miles de millones de personas…

https://twitter.com/_SoulBlackRouse/status/696795035111714817

En esta recreación artística puedes ver Sirio A y B (a este sistema estelar lo conocemos, simplemente, como Sirio). Sirio B, la pequeña estrella a la derecha, es una enana blanca. Crédito: NASA, ESA y G. Bacon (STScI)

En esta recreación artística puedes ver Sirio A y B (a este sistema estelar lo conocemos, simplemente, como Sirio). Sirio B, la pequeña estrella a la derecha, es una enana blanca.
Crédito: NASA, ESA y G. Bacon (STScI)

Aunque he resaltado este tweet, en realidad la pregunta de Srta. BlackRouse viene de un tweet anterior (que podéis ver si pulsáis en la conversación) es cuántos tipos de estrella hay en función de su órbita. Lo importante es recordar que las estrellas, en sí, las clasificamos según su tipo espectral. En este caso, la pregunta correcta sería «¿cuántos tipos de sistemas estelares hay?» y la respuesta es… muchos.

Por un lado tenemos las estrellas que orbitan alrededor del centro de la Vía Láctea solas, como es el caso del Sol, y luego tenemos los sistemas estelares, en los que diferenciamos principalmente entre los sistemas binarios (dos estrellas que comparten un centro de gravedad común), o sistemas múltiples (donde hay tres, cuatro, cinco o más estrellas en una configuración que puede ser estable o inestable). Si hablamos de un número grande de estrellas compartiendo un centro de gravedad común, podemos estar hablando de un cúmulo abierto, un cúmulo globular, o incluso de una galaxia.

Volviendo a la escala pequeña, conocemos muchos sistemas binarios. El más célebre seguramente sea Sirio, que aunque parece una única estrella desde la Tierra, en realidad está compuesta por dos estrellas que comparten un centro de gravedad común (otros ejemplos serían Proción o Spica). Dentro de los sistemas múltiples (con más de dos estrellas), lo más común es que sean triples o cuádruples, y que cuanto más subamos en la configuración, más raro sea.

Conocemos varios sistemas triples, pero los más populares seguramente sean Alfa Centauri, del que he hablado en Qué Aprendemos Hoy, Polaris y Fomalhaut. También conocemos sistemas cuádruples, y algunos los podemos observar desde la Tierra. Es el caso de la estrella Capella, que en realidad es un sistema cuádruple en el que dos estrellas gigantes de tipo G se orbitan mutuamente, y tienen una pareja de enanas rojas (que se orbitan entre sí) dando vueltas alrededor de ellas. Conocemos algunos ejemplos de sistemas quíntuples, sextuples y septuples, pero son mucho más infrecuentes.

La Aurora Boreal en Lofoten, Norte de Noruega Crédito: Stockshots - Visitnorway.com

La Aurora Boreal en Lofoten, Norte de Noruega
Crédito: Stockshots – Visitnorway.com

¡Sí! De hecho hay varios planetas en el Sistema Solar que tienen auroras. A fin de cuentas, no hay que olvidar que una aurora es el resultado de la interacción de las partículas cargadas del Sol con un campo magnético intenso. En el Sistema Solar las hemos observado en la Tierra, en Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno, e incluso en algunos satélites del Sistema Solar, como Ganímedes. De hecho, hemos llegado a observar auroras incluso lejos de nuestro Sistema Solar, en una enana marrón.

Representación artística de Kepler-10c, una megatierra. Crédito: Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics/David Aguilar

Representación artística de Kepler-10c, una megatierra.
Crédito: Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics/David Aguilar

Bueno, no es tan simple. La verdad es que todavía no entendemos la formación planetaria completamente bien. De cuando en cuando nos encontramos con megatierras (planetas rocosos mucho más grandes de lo que creíamos posibles, con radios superiores a 1,6 veces el de nuestro planeta) y nos hemos encontrado con planetas gaseosos muy pequeños. De hecho, el más pequeño (Kepler-138d) tiene la misma masa que la Tierra, pero un radio un 60% más grande.

Es cierto que no hemos observado ningún planeta rocoso con la masa de Júpiter, pero sí hemos encontrado planetas rocosos con 17 veces la masa de la Tierra, así que es difícil saber qué condiciones podrían ser necesarias para dar con un planeta rocoso mucho más grande de lo ya observado, si es que existe. Lo que hay que tener en cuenta es que cuanto más masivo sea el planeta más fácil será que pueda capturar los gases más pesados a su alrededor. Un planeta como Mercurio no podría ser un planeta gaseoso enano porque su gravedad no sería suficiente para retener esos gases, mientras que un planeta rocoso muy masivo terminará capturando muchos gases a su alrededor que le podrían hacer pasar a ser considerado un gigante helado más que un planeta rocoso.

Y, por último, una pregunta que llega desde Facebook:

Pregunta1

El radiotelescopio de Arecibo

El radiotelescopio de Arecibo

Es una pregunta un poco complicada de responder porque es un tanto ambigua. Básicamente, ahora mismo no estamos intentando contactar con otras estrellas, ni enviar mensajes a un lugar en particular. Es cierto que hace décadas enviamos el mensaje de Arecibo en dirección del cúmulo de Hércules, y que sabemos que, cuando llegue a su destino, las estrellas no estarán exactamente en el mismo sitio porque se habrán desplazado.

En cualquier caso, si algún día encontramos vida en otros sistemas estelares y queremos intentar ponernos en contacto con ellos, sí, definitivamente tendremos que tener en cuenta su posición en el momento en el que llegaría nuestro mensaje. Lo mismo se aplica si intentamos mandar una sonda a Alfa Centauri, por ejemplo. Es algo que ya hacemos rutinariamente dentro del Sistema Solar. Cada vez que enviamos una misión a alguno de los planetas, tenemos que calcular en qué lugar de su órbita estarán en la fecha de llegada de nuestra sonda…

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