Júpiter es el mayor planeta del Sistema Solar. Aunque pueda sonar a exageración, es como un sistema solar en miniatura (no hay ningún otro planeta con más satélites). Fue el responsable de hacernos entender que nuestro planeta no era el centro del universo. Además, es uno de los planetas que podemos observar a simple vista desde la Tierra, tiene una gigantesca tormenta en su superficie, y dicen que es una estrella fallida…

Cómo es Júpiter

Júpiter (que recibe su nombre del rey de los dioses romanos) es el planeta más masivo del Sistema Solar. Tiene 318 veces la masa de la Tierra, y es más del doble de masivo que el total del resto de planetas juntos. Quizá por esa masa y su descomunal tamaño en comparación al resto de planetas, es posible que hayas oído alguna vez que es una estrella fallida.  No es cierto.

Júpiter visto por la sonda Cassini. Crédito: NASA/Johns Hopkins University Applied Physics Laboratory/Southwest Research Institute - National Aeronautics and Space Administration
Júpiter visto por la sonda Cassini.
Crédito: NASA/Johns Hopkins University Applied Physics Laboratory/Southwest Research Institute – National Aeronautics and Space Administration

En realidad, Júpiter tendría que ser 80 veces más masivo para poder convertirse en una estrella en lugar de un planeta, así que se quedó bastante lejos de conseguirlo. A modo de curiosidad, quizá te llame la atención saber que en realidad, si Júpiter fuese más masivo, se haría más pequeño… Parece un contrasentido, ¿verdad? Más masa provocaría que el planeta fuese más denso, así que comenzaría a contraerse. Podría tener hasta 4 veces su masa actual y conservaría su tamaño actual. La estrella más pequeña que conocemos a día de hoy (llamada 2MASS J05233822-1403022), de hecho, es más pequeña que Júpiter.

Las bandas que componen la atmósfera de júpiter, que están repartidas en tiras claras y oscuras, son el efecto de los fuertes vientos que soplan de este a oeste en la parte alta de la atmósfera. Las nubes blancas están compuestas de cristales de amoniaco congelado, mientras las oscuras están formadas por otros compuestos. Es posible que en la atmósfera de Júpiter se produzcan lluvias de diamantes.

En esta imagen puedes ver la Luna y, a la izquierda, Júpiter. Crédito: Radoslaw Ziombe
En esta imagen puedes ver la Luna y, a la izquierda, Júpiter.
Crédito: Radoslaw Ziombe

Estas bandas recorren la superficie del planeta a unos 640 kilómetros por hora. Para que te hagas una idea, la racha (que no viento sostenido) más intensa jamás medida en la Tierra fue una racha de 3 segundos, en un tornado en Oklahoma en 1999, que alcanzó los 484 km/h. En un huracán (que quizá sería una comparación más apropiada por una simple cuestión de escala) el viento sostenido más intenso medido (a lo largo de un minuto) fue de 305 km/h.

La Gran Mancha Roja

Es imposible hablar de Júpiter sin mencionar la Gran Mancha Roja. Es esa región que parece una gigantesca tormenta. Sabemos que lleva ahí, como mínimo, 350 años (fue observada por primera vez, por Domenico Cassini, en el año 1665) pero no tenemos ni idea de cuánto tiempo durará. De hecho, la hemos visto cambiar de tamaño (su distancia longitudinal es más o menos la mitad de la que tenía hace cien años), así que no es descartable que pueda perdurar miles o millones de años.

Comparación entre la Gran Mancha Roja y la Tierra. Crédito: NASA
Comparación entre la Gran Mancha Roja y la Tierra.
Crédito: NASA

Es una tormenta anticiclónica, es decir, gira en dirección contraria a la que debería según el efecto Coriolis (en este caso, gira en sentido contrario a las agujas del reloj, cuando debería hacerlo en el mismo). Quizá no te diga mucho, pero algún meteorólogo te podrá contar que las tormentas anticiclónicas son sistemas de altas presiones, así que suelen acompañar al tiempo frío y suelen provocar grandes nevadas (en nuestro planeta claro). La Gran Mancha Roja es lo suficientemente grande como para contener dos o tres planetas del tamaño de la Tierra en su interior. El color de la tormenta (que varía entre el rojo y el marrón) parece ser fruto de las pequeñas cantidades de azufre y fósforo en los cristales de amoniaco que forman las nubes de Júpiter.

Un campo magnético letal

Júpiter rota más rápido que cualquier otro planeta del Sistema Solar. Completa un giro sobre sí mismo en algo menos de 10 horas, provocando que su achatamiento en los polos sea muy acentuado (hay unos 4600 kilómetros de diferencia entre el diámetro ecuatorial y el diámetro polar) del planeta. Esa rotación ayuda a que el gigante gaseoso genere un campo magnético descomunal.

Es el más potente de todos los planetas. Tiene unas 20 000 veces la fuerza del campo magnético de la Tierra. En él, las partículas cargadas eléctricamente (entre ellas electrones) quedan atrapadas y machacan constantemente a los satélites y anillos del planeta con un nivel de radiación mil veces superior al nivel letal para un ser humano, provocando daños incluso a las protecciones de la sonda Galileo. La magnetosfera de Júpiter es inmensa. En dirección al Sol se extiende a 3 millones de kilómetros por delante, y por detrás se extiende en una cola de más de mil millones de kilómetros.

Las lunas y anillos de Júpiter

Júpiter tiene, al menos, 63 lunas. De ellas, las cuatro más grandes son Ganímedes, Ío, Europa y Calisto, que fueron descubiertas por Galileo y provocaron que entendiésemos que la Tierra gira alrededor del Sol (fue la conclusión natural al ver que estos cuatro satélites giraban en torno a Júpiter en vez de a la Tierra).

Ganímedes es la luna más grande del Sistema Solar. Supera en tamaño a Mercurio y Plutón y tiene su propio campo magnético. Ío es el cuerpo celeste con más actividad volcánica del Sistema Solar. El motivo es precisamente que orbite alrededor de Júpiter. La gravedad del planeta provoca mareas en la superficie sólida del satélite, elevando hasta en cien metros el terreno, y liberando suficiente calor para que haya actividad volcánica. Es el azufre que expulsan sus volcanes lo que le da ese tono amarillo-anaranjado tan peculiar. Europa es un satélite principalmente formado de hielo, y puede que tenga un océano líquido el doble de grande que la masa de agua de la Tierra. Por su parte, Calisto tiene el albedo (índice de reflectividad) más bajo de las cuatro lunas galileanas, que sugiere que la superficie puede estar compuesta, principalmente, de rocas oscuras.

De izquierda a derecha (por orden de distancia a Júpiter): Ío, Europa, Ganímedes y Calisto. Crédito: NASA/JPL/DLR
De izquierda a derecha (por orden de distancia a Júpiter): Ío, Europa, Ganímedes y Calisto.
Crédito: NASA/JPL/DLR

Pero además de una legión de satélites que hace que Júpiter sea un sistema solar en miniatura, el planeta también tiene tres anillos. Fueron descubiertos (con gran sorpresa) por la sonda Voyager 1 en 1979. Son mucho más tenues que los de Saturno, básicamente porque, a diferencia de sus anillos que están compuestos principalmente de hielo y, por tanto, reflejan mucha luz, los de Júpiter están formados principalmente por minúsculas partículas oscuras.

El anillo principal tiene unos 30 kilómetros de espesor y unos 6500 kilómetros de ancho. Hacia el interior está el anillo halo, una especie de nube interior que tiene unos 20 000 kilómetros de espesor y que se extiende desde el interior del anillo principal hasta las capas altas de la atmósfera de Júpiter. El tercer anillo, en realidad, son tres anillos difusos compuestos de partículas microscópicas procedentes de tres satélites de Júpiter: Amaltea, Tebe y Adrastea, que están formados de partículas microscópicas (de 0,001 milímetros de tamaño). Se extienden desde 30.000 kilómetros de distancia desde el planeta hasta los 129 000 kilómetros de distancia.

Júpiter ha sido (y es) muy importante

Como es el planeta más masivo, la influencia gravitacional de Júpiter parece haber sido clave para dar forma al Sistema Solar tal y como lo conocemos hoy día. Parece que en las etapas tempranas se desplazó a una distancia mucho más cercana al Sol, en algo que llamamos el Grand Tack. Hoy en día, parece que ayuda a mantener muchos asteroides lejos de llegar a los planetas interiores (no hace tanto del impacto del cometa Shoemaker-Levy). No en vano, tiene miles de asteroides troyanos en su propia órbita.

Concepto artístico de la sonda Juno. Crédito: NASA
Concepto artístico de la sonda Juno.
Crédito: NASA

Hasta el momento, siete misiones han visitado Júpiter: Pioneer 10 y 11, Voyager 1 y 2, Ulysses, Cassini y New Horizons. La sonda Galileo, además, también orbitó alrededor de Júpiter. No serán las únicas. La sonda Juno, que fue lanzada en 2011, está permitiendo conocer Júpiter cada vez mejor. Lo hace desde una órbita polar y el objetivo ayudar a entender cómo se formó (así como el resto del Sistema Solar) y puede dar pistas sobre cómo se forman los sistemas planetarios.

Veremos qué sorpresas nos depara en los próximos años…

Referencias: Universe Today, Space, Bad Astronomy, Wikipedia