Carl Sagan es, para muchos, el mejor divulgador del siglo XX. Su capacidad para transmitir conceptos complejos con sencillez era única. Lo hacía, además, sin perder de vista el hecho de que estaba hablando con un público inteligente. Trataba a sus espectadores de igual a igual…

La familia Sagan

Carl Sagan

Carl Sagan.
Crédito: Cornell University Library

El trabajo de Carl Sagan, en Cosmos, su gran serie documental, sirvió para inspirar a millones de personas en todo el mundo. Es complicado sobre Carl Sagan, principalmente porque su mejor obra es conocida por la gran mayoría de los aficionados a la astronomía, y por mucha gente que ni siquiera pensó jamás que ese mundo pudiese apasionarle. Tenía una capacidad extraordinaria de comunicación, que supo aprovechar para compartir su pasión.

En cualquier caso, lo mejor será comenzar por el principio… Carl Sagan nació en Brooklyn el 9 de noviembre de 1934. En el seno de una familia humilde. Hijo de Samuel Sagan, un inmigrante del antiguo imperio ruso (hoy en la actual Ucrania) y Rachel Molly Gruber, una ama de casa neoyorquina. También tuvo una hermana: Carol, de la que no he logrado encontrar mucha información en las redes, así que me temo que no hay mucho que pueda decir de ella.

Su padre no era especialmente religioso, a diferencia de su madre, que creía en Dios y servía solo carne «kosher» (su familia era judía). Parece ser que esta disparidad entre sus padres fue lo que alimentó la mente del joven Sagan. Eran dos personalidades distintas. De su madre heredó la capacidad analítica. La fascinación, de su padre: «No eran científicos. No sabían casi nada de ciencia. Pero al introducirme al escepticismo y la fascinación, me enseñaron dos modos de pensamiento que son esenciales en el método científico» dijo de ellos.

Los inicios del joven Carl Sagan

Carl Sagan, en 1951.
Crédito: Futurism.com

Durante su infancia, su familia (especialmente su madre) le mantuvo alejado del horror de la Segunda Guerra Mundial. Tenían familia en Europa y les preocupaba que pudiesen haber caído en las garras del nazismo. Además, en aquellos años, sus padres siguieron alimentando su interés por la ciencia. Le compraron libros, juegos de química… pero su interés por el espacio le llegó principalmente por las historias de H.G. Wells y Edgar Burroughs, que le llevaron a imaginar la posibilidad de que hubiese vida en otros planetas, especialmente Marte.

Hasta donde he podido averiguar, su educación y formación demostró que era un alumno brillante, pero que acostumbraba a aburrirse porque las lecciones no le resultaban especialmente complicadas. Este párrafo está acompañado por una foto suya de 1951, el año de su graduación. Pongamos esto en perspectiva: Carl Sagan ingresó en la Universidad de Chicago, porque era una de las pocas en Estados Unidos, en aquella época, que llegaría a considerar la posibilidad de admitir a un alumno de 16 años.

Allí pudo trabajar, en diferentes campos, con diferentes personalidades que quizá os suenen. Harold Urey (que realizó un interesante experimento que buscaba simular las condiciones de la Tierra en su juventud, y la posible aparición de la vida). O Enrico Fermi, conocido por la famosa paradoja entre lo abundante que debería ser la vida en la galaxia, por lo que hemos podido observar, y la falta de señales de vida en otros lugares.

La carrera científica de Carl Sagan

Gerard Kuiper, en 1964.
Crédito: Hugo van Gelderen

En los meses de verano, Carl Sagan trabajaba en su disertación con Gerard Kuiper. Su nombre quizá te suene, puesto que una de las regiones más exteriores del Sistema Solar, el Cinturón de Kuiper, lleva su nombre. Gerard sospechó que muchos cometas y objetos pudieron formarse allí. En definitiva, no solo tenía una mente brillante, trabajó también con algunos de los científicos más destacados del siglo XX.

A partir de aquí, es donde ya entramos en un terreno que es mucho más conocido por todos: su carrera científica. Fructífera, se mire por donde se mire. Publicó más de 600 estudios, fue autor, coautor o editor de más de una veintena de libros, y escribió algunos tremendamente populares, como Los Dragones del Edén, Un Punto Azul Pálido o la novela de ciencia ficción Contact, que fue llevada al cine en 1997.

Entre sus logros científicos hay de todo. Su trabajo fue clave para descubrir que Venus no era un paraíso tropical, como muchos creían en aquella época. Supuso que era un mundo seco e infernalmente caliente, y concluyó que su superficie tenía una temperatura de 500ºC. También teorizó que Europa, un satélite de Júpiter, podría tener océanos bajo su superficie, algo que haría que fuese potencialmente habitable, y que Titán podía tener océanos de compuestos líquidos en su superficie.

Arecibo, las sondas Voyager… y Cosmos

El radiotelescopio de Arecibo.
Crédito: H. Schweiker/WIYN y NOAO/AURA/NSF

También ayudó a comprender mejor las atmósferas de Venus y Júpiter, así como los cambios estacionales de Marte. También fue consciente del peligro que suponía el calentamiento global, que llegó a comparar con el proceso que había transformado Venus. Planteó que las nubes de Júpiter pudiesen ser propicias para el desarrollo de la vida. Su atmósfera es rica en moléculas orgánicas, así que supuso que podrían existir criaturas flotantes, y sus respectivos depredadores.

Su lista de logros es larga. También trabajó en el mensaje de Arecibo, y los famosos discos de oro de las sondas Voyager. Pero a pesar de todo esto, si la gran mayoría de nosotros conocemos a Carl Sagan por algo, es por Cosmos: Un viaje personal (1980), una serie documental de 13 capítulos con los que acercar la ciencia a gente que había perdido el interés en ella. Su escena introductoria, y el discurso del astrónomo, es ya un icono de la divulgación.

Carl Sagan sentía que había una audiencia que había perdido el interés en la ciencia, en parte por un sistema educativo poco eficiente. Cada uno de los 13 episodios se centra en un tema o figura histórica distinta. Desde el origen de la vida hasta nuestro lugar en el universo No dudó en enfrentarse a temas que eran muy delicados. Y que lo siguen siendo décadas después. Como la religión y su papel e influencia en nuestra sociedad. O el reto de la cosmología al intentar dar respuestas a algo que solo habían tratado mitos y religión…

Los grandes momentos de Cosmos

Carl Sagan, en una imagen de Cosmos: Un viaje personal.
Crédito: PBS

Cosmos: un viaje personal, nos ha dejado grandes momentos para la posteridad. En sus 13 capítulos, Carl Sagan hace todo tipo de reflexiones sobre temas muy diferentes. Pero hay algo que se mantiene constante a lo largo de sus 13 capítulos. Su capacidad para mantener el interés del espectador en la ciencia. En cierto modo, sabía conectar con esa parte curiosa de nosotros que, especialmente en la adultez, parece quedar olvidada…

Tampoco podemos olvidarnos de su magistral clase con un grupo de alumnos a los que respondió sin ninguna vacilación. Sagan tenía una capacidad especial para transmitir la pasión que sentía por el universo a aquellos que le escuchaban. Sabía fascinar, tanto si se trataba de un grupo de niño, como de adultos. Algo que queda claro en esta escena, en la que habla de la gravedad y de la pertenencia a la Vía Láctea.

https://www.youtube.com/watch?v=5VPaVAOh3w

O esta reflexión que, si no recuerdo mal, hizo en el último capítulo de la serie: «¿Quién habla en nombre de la Tierra?». Fue un científico diferente, en el sentido de que no tenía miedo a entrar en territorios que no eran estrictamente científicos. Sabía conectar con la gente. Probablemente, porque en ningún momento optó por presentar la ciencia como el mundo de unos pocos elegidos, solo comprensible para ellos. Carl Sagan trataba al espectador como un igual. Hacía sentir que no te estaba explicando algo incomprensible. Te lo estaba enseñando.

Un legado que va más allá de Cosmos

Carl Sagan, junto a una maqueta de la sonda Viking.
Crédito: JPL

Esa fascinación que desprendía en todo momento en Cosmos era extremadamente contagiosa. No solo cautivó a los espectadores de aquella época, también a generaciones que ni siquiera habían nacido (como yo) en el momento de emisión de Cosmos. Fue un comunicador único. Por eso no sorprende que muchos científicos y divulgadores se viesen inspirados por él (yo me incluyo, como no podía ser de otra manera). No solo lo hacía fácil de entender y comprender, hacía sentir que nuestra propia existencia era especial, y que tenemos un lugar en el cosmos.

Incluso fuera de Cosmos, Carl Sagan dejó enormes reflexiones. En esta, por ejemplo, habla de los seres humanos, de nuestra evolución en el futuro, y de cómo las generaciones futuras viajarán a otros mundos y otras estrellas… sin olvidar que vinieron de un mismo planeta. Es una narración muy en la línea de las que hacía en Cosmos, pero en un contexto muy diferente. En realidad, es una narración de su propio libro, hecha por él mismo.

De hecho, aquí me vais a permitir una pequeño comentario. El doblaje español de Cosmos (por José María del Río) es espectacular. Sin matices. Pero hay una cosa que se perdía en la versión que llegó a nuestro territorio. La fascinación y que transmitía Sagan en su voz. Además de su enorme habilidad para expresar sus ideas, al tiempo que resaltaba el valor de nuestra especie, también fue un ferviente defensor del pensamiento crítico y el escepticismo.

El final de su vida

Los Dragones del Edén, una de las obras científicas más conocidas de Carl Sagan

Sin embargo, todo su esfuerzo para popularizar la ciencia también tuvo sus detractores. El público en general le adoraba, pero dentro de la comunidad científica había quien recelaba de él. Algunos científicos consideraban su trabajo poco riguroso, y criticaban que, especialmente en sus últimos años, se había centrado en cultivar su imagen como celebridad. No me quiero olvidar de mencionar también que Carl Sagan fue defensor de la búsqueda de vida extraterrestre.

Creía que la ecuación de Drake sugería que debía haber muchas civilizaciones, y que, al no haber evidencias de ellas, debían autodestruirse. De su vida personal no hay demasiado que decir. Me refiero a que no es algo que me interese particularmente. Se casó tres veces y tuvo cinco hijos. De sus esposas, Ann Druyan es la más conocida. Trabajó en la nueva versión de Cosmos, presentada por Neil deGrasse Tyson.

También consumía marihuana, y publicó un ensayo, en 1971, bajo el pseudónimo de Míster X, en el que explicaba que le había ayudado a inspirar algunos de sus trabajos, así como a mejorar sus experiencias intelectuales. Carl Sagan murió el 20 de diciembre de 1996, a los 62 años. Víctima de mielodisplasia, un raro tipo de cáncer que le había sido diagnosticado tan solo dos años antes y que le había obligado a recibir tres trasplantes de médula espinal. Si bien lo que le mató fue una pneumonía.

El impacto de Carl Sagan

Carl Sagan junto a su hija, Sasha Sagan, en 1988.
Crédito: desconocido

Además de infinidad de premios (incluyendo un Pulitzer por Los Dragones del Edén), Carl Sagan ha tenido múltiples reconocimientos tras su muerte. Tres premios diferentes llevan su nombre. En 2007 recibió un premio póstumo por toda su trayectoria profesional. ¡Hasta tiene un concepto matemático nombrado en su honor! Se trata del número de Sagan, que define la cantidad de estrellas del universo observable. Él mismo, en 1980, estimó que debe haber unas 10^22 estrellas en el cosmos. En 2010, la estimación fue superior: 3×10^23.

Dicho todo esto, hay un par de cosas que vale la pena mencionar antes de concluir. La pega es que hace falta manejarse bien con el inglés. Este artículo, de Sasha Sagan, su hija, habla de su experiencia con su padre. Murió cuando ella tenía 14 años. También su última entrevista, que tuvo lugar en mayo de 1996, tan solo unos meses antes de su fallecimiento. Habló con Charlie Rose sobre multitud de temas.

Como he dicho, yo también soy uno de esos millones de personas inspirados por su trabajo. Si no has visto Cosmos, hazlo. Es toda una experiencia. Creo que en lengua castellana no hemos tenido ningún divulgador que se le acerque, excepto, quizá Félix Rodríguez de la Fuente. Para terminar, como dijo Sagan en Cosmos: «Nuestras lealtades están con la especie y el planeta. Hablamos por la Tierra. Nuestra obligación por sobrevivir y florecer nos la debemos no sólo a nosotros mismos, sino también a ese Cosmos, antiguo y vasto, del que provenimos.»

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