De las lunas Galileanas de Júpiter (descubiertas por Galileo Galilei en enero de 1610), Calisto es la más alejada del planeta, y es uno de los satélites más interesantes desde el punto de vista científico: puede tener un océano, está lo suficentemente lejos de Júpiter como para no experimentar niveles de radiación letales en su superficie, y es posible que pudiese tener vida…
El descubrimiento de Calisto
El 7 de enero de 1610, Galileo Galilei observó las cuatro lunas que hoy conocemos como satélites Galileanos: Ío, Europa, Ganímedes y Calisto. El descubrimiento de estos satélites fue clave para avanzar nuestra comprensión del Sistema Solar. Hasta ese momento, se creía que la Tierra era el centro del Sistema Solar y todo giraba a su alrededor. Con estos cuatro satélites (a los que Galileo, en un alarde de originalidad, denominó Júpiter I, II, III y IV, según su distancia al planeta), comprendió que los planetas giraban alrededor del Sol.
Su nombre actual procede de la mitología griega. En concreto, Calisto era una de las amantes de Zeus (el resto de satélites galileanos tienen nombres de otros amantes de Zeus). Calisto era la hija de Licaón, el rey de Arcadia. Tras ser embarazada por Zeus, le convirtió en una osa y la colocó en el cielo, donde esperaba poder protegerla de la ira de su esposa, Hera. Eventualmente, fue abatida por Artemisa…
Un satélite inerte
Calisto tiene un diámetro aproximado de 4.820 kilómetros. Es el segundo satélite más grande de cuantos orbitan Júpiter (sólo superado por Ganímedes) y el tercero más grande del Sistema Solar. A pesar de que tiene un tamaño comparable a Mercurio (que tiene 4.879 kilómetros de diámetro), sólo tiene la tercera parte de su masa. Está compuesto, en una proporción bastante similar, de material rocoso y hielo, así como algún elemento volatil congelado, como el amoniaco.
Se encuentra a una distancia de Júpiter de alrededor de 1.882.000 kilómetros, y tiene una excentricidad muy baja (su órbita es muy circular), que hace que en su punto más cercano esté a 1.869.000 kilómetros, y en el más lejano a 1.897.000. Es precisamente esta distancia (que le coloca bastante lejos del resto de satélites galileanos) lo que hace que Calisto no forme parte de la resonancia orbital en la que participan Ío, Europa y Ganímedes. Sin embargo, sí está en rotación síncrona con Júpiter. Es decir, completa una órbita alrededor del planeta en el mismo tiempo que tarda en completar una rotación sobre su propio eje, aproximadamente 16,7 días.
Calisto apenas tiene actividad geológica. De hecho, lo consideramos un satélite muerto (o inerte). En su superficie no hay actividad volcánica, ni tectónica de placas, ni ningún mecanismo que renueve su superficie a lo largo del tiempo, provocando que sea el objeto con mayor cantidad de cráteres de todo el Sistema Solar. Su terreno ha permanecido inalterable (con la excepción de los cráteres producidos por los impactos de meteoritos) desde hace 4.000 millones de años.
La superficie de Calisto
La composición de la superficie de Calisto parece ser muy similar a la del resto del satélite. Alrededor un 50% de su masa está compuesta de agua congelada, y algún que otro material: magnesio, hierro con silicatos hidratadados, dióxido de carbono, dióxido de azufre, amoniaco y varios compuestos orgánicos. Es muy oscura (especialmente en comparación al resto de satélites galileanos) y sólo refleja un 20% de la luz que recibe.
Bajo la superficie, los astrónomos creen que podría haber un océano de entre 50 y 200 kilómetros de profundidad, que podría existir gracias a la presencia de elementos radioactivos y amoniaco. Para apoyar esta teoría, uno de los argumentos a favor sería el hecho de que el campo magnético de Júpiter no parece traspasar la superficie de Calisto. Eso indicaría que debe haber una capa de líquido muy conductivo que tendría, como mínimo, 10 kilómetros de profundidad. Si ese agua contiene amoniaco (que parece probable ya que es parte de la composición del satélite) entonces esa profundidad se iría hasta los 250 o 300 kilómetros.
Sea como fuere, debajo de ese océano, si lo hubiera, el interior del satélite estaría compuesto de material rocoso y hielo comprimidos, con la roca aumentando en proporción a medida que nos acercamos al centro.
Un paisaje saturado por cráteres
No hay ninguna superficie en el Sistema Solar que haya sido más castigada que la de Calisto. Su superficie lleva tanto tiempo inalterada que los nuevos cráteres aparecen encima de zonas de antiguos impactos, y han sido el gran factor a la hora de modelar el paisaje del satélite. Aquí no hay montañas ni volcanes. Sólo cráteres, algunos con apenas un centenar de metros de diámetro, y otros que llegan al centenar de kilómetros sin incluir otras estructuras más complejas.
Los cráteres pequeños (con menos de 5 kilómetros de diámetro) suelen presentar un aspecto similar al de un cuenco, mientras que los cráteres que van de 5 a 40 kilómetros suelen tener una elevación en el centro. Los más grandes (de 25 a 100 kilómetros), pueden tener fosas en el centro, en lugar de picos.
Las zonas de impacto más grandes de Calisto son las cuencas formadas por varios anillos, que probablemente se originaron al fracturarse la región en la que se produjo el impacto. Muy probablemente por estar sobre una sección de material más blando, o incluso líquida, como podría ser una zona de ese hipotético océano interior del que hemos hablado antes. Las cuencas de varios anillos más grandes son Valhalla y Asgard, que en sus regiones centrales tienen una extensión de 600 y 1.600 kilómetros de diámetro respectivamente.
La exploración de Calisto
Al igual que Europa, Ganímedes, y varios satélites de Saturno (Encélado, Mimas, Dione y Titán), la existencia (posible) de un océano en el interior podría propiciar la aparición de vida. Su superficie también podría albergar vida microbial, pero dado que Calisto no tiene ninguna fuente de generación de calor, parece poco probable que pudiese desarrollarse la vida allí, y mucho menos mantenerse durante un período prolongado en el tiempo. Es decir, en teoría, existe el material que podría permitir que aparezcan formas de vida, pero no parece que tenga la suficiente energía como para poder mantenerla.
Calisto ya ha sido explorado en numerosas ocasiones. Las sondas Pioneer 10 y 11 lo visitaron en 1973 y 1974 (respectivamente), pero no aportaron información nueva a lo que ya se había conocido por medio de las observaciones desde la Tierra. Por su parte, las sondas Voyager 1 y 2, que lo observaron en 1979, tomaron imágenes de más de la mitad de la superficie, y midieron su temperatura, masa y forma.
En 1994, y en 2003, la sonda Galileo realizó ocho sobrevuelos del satélite, tomando imágenes de toda la superficie. Posteriormente, en el año 2000, la sonda Cassini, que estaba de camino a Saturno, observó los satélites galileanos para estudiarlos en el espectro infrarrojo. Finalmente, en 2007, la sonda New Horizons (que se dirigía a Plutón) obtuvo nuevas imágenes y mediciones del espectro de Calisto.
Habrá que esperar a 2022 para que volvamos a visitarlo. Será entonces cuando se lance el Jupiter Icy Moon Explorer (Explorador de satélites helados de Júpiter, JUICE, por sus siglas en inglés). Estará centrado principalmente en la exploración de Europa y Ganímedes, pero también realizará varios sobrevuelos de Calisto.
Un buen lugar para colonizar…
Con todo esto, podría parecer que Calisto no es un lugar precisamente apto para pensar en establecer una colonia humana (sus temperaturas son infernalmente bajas). Sin embargo, tiene muchas ventajas que no están presentes en el resto de satélites Galileanos para estudiar Júpiter y sus alrededores (estamos muy, pero que muy lejos de poder pensar siquiera en la posibilidad de asentarnos en otro objeto celeste del Sistema Solar). Al igual que el resto, tiene mucha agua en forma de hielo en superficie, pero su distancia a Júpiter implica que los exploradores no tendrían que preocuparse por la radiación (es de sólo 0,1 milisieverts por día, que es siete veces menor que la radiación en la Tierra).
Además, tendría estabilidad geológica (una ventaja de que sea un satélite muerto es que no habría que preocuparse por volcanes, terremotos, ni cualquier otra actividad producto de la geología que pudiese presentar un peligro para los posibles habitantes del satélite) y sería un buen lugar para funcionar como estación de paso. Podría servir para las naves que se aventuren al exterior del Sistema Solar, así como para aquellas destinadas a explorar las inmediaciones de Júpiter.
¿Suena a ciencia ficción? Pues, en 2003, la NASA hizo un estudio conceptual sobre la exploración humana de los planetas exteriores (en el que se planteaba la exploración humana, en el futuro, de los planetas más alejados del Sistema Solar. El satélite elegido como el lugar más apropiado fue Calisto, por los motivos expuestos anteriormente (entre otros).
En cierto modo es irónico. Parece poco probable que Calisto tenga vida extraterrestre, y sin embargo, de todos los satélites de Júpiter, sería el más apropiado para poder albergar vida humana. En cualquier caso, las misiones que hagamos en el futuro nos servirán para desvelar ambas incógnitas…
Referencias: Universe Today, Wikipedia
¿Por qué no mandan al espacio los robots humanoides que fabrican algunas empresas?
¿Para qué?
Vale que no tenga actividad tectonica, pero tiene «lluvia de meteoritos», así que sí habría bastante preocupación, supongo, de que te espachurre algo del cielo.