Envueltos en la oscuridad es el segundo ensayo que escribo. He decidido enmarcarlo dentro de una serie de artículos que llamaré «Hijos del Cosmos». En esta ocasión, hablo de la perspectiva del universo, de nuestras creencias y del futuro al que nos enfrentamos como especie…
Envueltos en la oscuridad
Observa bien nuestro planeta. Míralo bien. Un punto azul perdido en la inmensidad del cosmos. Envuelto en la gran oscuridad del universo. Después, intenta convencerte de que un dios creó todo el universo para una sola especie de los millones que habitan esa mota de polvo. ¿Puedes? Llévalo un punto más allá. Imagina que todo esto fue creado para sólo una raza de esa especie. O un sólo género, o sólo una etnia o religión.
Es solo una demostración de que nuestra capacidad para entender el mundo no es perfecta. Proyectamos nuestra propia naturaleza al entorno que nos rodea y el mundo en que vivimos. Quizá por arrogancia, parece que preferimos vernos como el producto de una entidad superior. Sin embargo, Charles Darwin ya lo mencionó en su trabajo: «Es más humilde, y seguramente más correcto, considerar que provenimos de los animales». No es una afirmación cómoda.
Vivimos en una pequeña región olvidada de una galaxia cualquiera. Provenimos del reino animal, los simios (y no los dioses) son nuestros primos. Basta mirar a nuestro alrededor para ver que somos un desastre. Estamos poniendo patas arriba la Tierra, y somos una amenaza para nosotros mismos. Nos asomamos a un abismo sin fin. A una oscuridad interminable que nos asusta y nos acongoja. En ese contexto, ¿quién podría sorprenderse de la existencia de las religiones?
Los reyes de la Tierra
Si solo hace falta un poco de mito y religión, ¿cómo no empatizar? Queremos creer que estamos aquí con un propósito superior a nosotros. Pero, por mucho que intentemos convencernos de que es así, no hay ninguna evidencia de ese supuesto objetivo venido de un ser superior. Mira por tu ventana. Seguramente haya un mar de calles, casas, coches… y personas. Muchas personas. Sin embargo, verás pocas señales de animales o naturaleza.
Es fácil dejarnos impresionar por nosotros mismos. Hemos transformado la Tierra para nuestra propia conveniencia y beneficio. Mira hacia el horizonte y, allá hasta donde tu vista alcance, serás testigo de nuestras hazañas. Monumentos de roca y cristal. Urbes en las que nos amontonamos mientras vivimos nuestras rutinarias vidas. Mientras nos preguntamos qué nos deparará el siguiente día.
Ahora, mira al cielo. Si es de noche, quizá veas alguna estrella que brille con suficiente fuerza para vencer a la contaminación lumínica. O quizá veas la Luna, nuestro satélite. Una compañera silenciosa de viaje, que nos recuerda que el mundo es mucho más viejo que los humanos. Somos impresionantes. Hemos adaptado la superficie de nuestro planeta para servir a nuestras necesidades. Somos los reyes de la Tierra.
Del nomadismo a las grandes ciudades
En los últimos milenios, hemos pasado de ser criaturas nómadas a vivir en grandes ciudades. Hemos domesticado plantas y animales. Ya no necesitamos cazar para sobrevivir. No buscamos nuestra comida; en su lugar, viene a nosotros, podemos comprarla en cualquier parte. Nos hemos extendido por todo el ancho y largo de la Tierra. De polo a polo, de continente a continente, de isla a isla. Estamos en todos lados.
Incluso, tenemos a unos pocos humanos viviendo, temporalmente, a 400 kilómetros de altura, en la Estación Espacial Internacional. Es como si hubiésemos nacido en un momento inoportuno. No quedan lugares por explorar en nuestro planeta. Los exploradores ya no salen de casa. Sin embargo, hay algo en nosotros que nos dice que el viaje no ha acabado. Somos seres inquietos. ¿Quién no ha soñado con mundos imposibles?
Hemos explorado los confines del planeta, pero hay otros lugares en el Sistema Solar. Con promesas impensables. Su sola imagen nos atrae. Marte, Titán, Europa, Encélado… y mundos que ni siquiera sabemos que existen, dando vueltas a otras estrellas. Suspendidos en la oscuridad. Una oscuridad que nos asusta desde niños. El hogar de lo desconocido. Podría haber cualquier cosa. Quién sabe qué horrores podría ocultar.
El extraño papel de la oscuridad
Sin embargo, la oscuridad es, curiosamente, nuestro hogar. Una vez salgamos de la Tierra, allá donde miremos, sólo habrá oscuridad. La negrura del espacio sólo se verá interrumpida por el ocasional brillo de estrellas lejanas. Incontables mundos envueltos en la oscuridad. Como adultos, por algún motivo, retenemos ese irracional miedo a la oscuridad. Quizá sea una parte indivisible de nosotros mismos.
Puede que, por ello, algunos digan que es mejor no adentrarse mucho en ella. ¿Quién más podría vivir en la oscuridad del espacio que nos rodea? En la Vía Láctea hay unos doscientos mil millones de estrellas… ¿y el Sol es el único, de todas ellas, que tiene vida? No es una pregunta absurda. Quizá sea así. Quizá la aparición de la vida, o de la inteligencia, es extremadamente improbable. O quizá las civilizaciones nacen todo el tiempo.
Si es así, quizá se aniquilen a ellas mismas tan pronto como su tecnología se lo permita. Nosotros ya hemos pasado por ese peligroso abismo. Puede que no sea la última vez, y puede que la próxima sea la definitiva. Quizá otras civilizaciones sí cayeron en ese abismo a la primera. Pero también hay otra posibilidad; puede que, diseminados por la galaxia, haya otros mundos parecidos al nuestro. Con sus propios habitantes; criaturas que, quizá también levanten la vista al espacio, buscando su propósito. Probablemente, preguntándose si hay alguien más ahí fuera.
La oscuridad del espacio
Hasta donde sabemos, la Vía Láctea podría estar repleta de vida. Civilizaciones que, como la nuestra, están sondeando la oscuridad. Quizá el miedo a la oscuridad sea universal. Puede que todas las civilizaciones del universo compartan ese mismo temor a lo desconocido. Tenemos la capacidad de transmitir mensajes a la galaxia. Ya lo hemos hecho en el pasado. También somos capaces de escucharlos.
Pero ese temor a lo desconocido también está en la astronomía. Con objeciones para intentar convencernos de que es mejor parar. Quizá, dicen algunos, no seamos capaces de comprender un mensaje que nos puedan mandar. Pero, no es cierto. Basta pensar sobre el asunto. Si son capaces de enviar un mensaje de radio, como nosotros, comparten el conocimiento de la tecnología, física y astronomía de radio. Las leyes de la naturaleza son las mismas en todas partes del universo. Así que tenemos un lenguaje universal para cualquier criatura.
El único requisito es que esos posibles receptores de nuestros mensajes tengan, como nosotros, ciencia. No hace falta nada más. Aunque hayan evolucionado durante millones de años, podemos estar seguros de que no comparten nuestro mismo nivel tecnológico. Nosotros mismos hemos vivido sobre la superficie de este planeta durante miles de siglos. Sin embargo, solo tenemos radio desde hace uno.
Imaginando una civilización más avanzada
Así que, si una hipotética civilización está tecnológicamente atrasada respecto a nosotros, es muy probable que no tengan señales de radio. Del mismo modo, si está más avanzada que nosotros, no solo tendrá señales de radio, tendrá mucha más tecnología inimaginable. Sólo hay que ver cómo hemos avanzado tecnológicamente en unos pocos siglos. ¿Qué podrían haber conseguido ellos? Algo que para nosotros puede parecer imposible, tecnológicamente hablando, o quizá incluso relegado al campo de la ficción, podría ser perfectamente trivial para ellos. Valga un ejemplo, no sabemos cómo podríamos crear agujeros de gusano para recorrer el cosmos.
Ellos, sin embargo, podrían haber desentrañado ese misterio y viajar de estrella a estrella igual que nosotros viajamos en coche a otras ciudades. Hay algo en la ciencia llamado el principio de mediocridad. Nos recuerda que, hasta donde hemos podido investigar, no somos especiales. La Tierra no es un mundo único en la galaxia. Hay miles de millones de planetas terrestres en la Vía Láctea. Infinitas posibilidades de vida.
Nuestro Sol es solo una estrella más, una enana amarilla que pasa completamente desapercibida en la inmensidad de este pequeño rincón. Es de suponer que habrá tanto civilizaciones mucho más avanzadas, como mucho más retrasadas que la nuestra. En este teatro cósmico no hemos recibido el papel de actor principal. Quizá otra civilización lo tenga. O quizá ninguna porque se extinguió hace mucho tiempo.
Los exploradores volverán a partir
En la inmensidad de la oscuridad que nos rodea, es posible que estemos solos. Pero también cabe la posibilidad de que muchas otras criaturas se estén preguntando la necesidad de contactar con otras civilizaciones. Para bien o para mal, somos exploradores atrapados en la comodidad de las ciudades en las que vivimos. Pero no será un encierro permanente. Volveremos a viajar. Exploraremos el Sistema Solar, que sigue esperando a que nos lancemos a esa aventura.
Nuestros antepasados nos abrieron las maravillas de la Tierra en la que vivimos. Fueron valientes que se adentraron en lo desconocido. Nos descubrieron su belleza y misterios. Más allá del océano no había un abismo infinito. Había otro continente, con sus propios habitantes. En tiempos más recientes, también nos lanzamos a la exploración del espacio. Salimos de nuestro planeta y viajamos a la Luna. Después, nos hemos recogido en la comodidad de nuestro hogar. Durante unos años, nos hemos limitado a explorar el entorno de nuestro planeta.
Pero los exploradores volverán a partir. Esta vez no será un océano de agua el que surcarán. Será el vasto espacio que nos separa de Marte. Necesitamos nuevas fronteras. Cada vez que el ser humano ha tenido una, ha sabido dejar sus rencillas atrás, y ha hecho cosas increíbles. Será esa frontera la que nos hará cambiar. La que nos acercará, un poquito más, a ser quienes nos gustaría ser. Criaturas más comprensivas, más inteligentes y más prudentes.
El objetivo común de la supervivencia
Criaturas capaces de mirar más allá de nuestras diferencias. Capaces de reconocer al prójimo como un igual. Capaces de reconocer a quien merece el triunfo en la sociedad, sin importar su origen, color de piel, sexo, etnia o religión. Hombres y mujeres, de todos los rincones del mundo, sueñan con ver el día en el que uno de nosotros ponga el pie en Marte. O el día en el que, por fin, uno entre nosotros, desafiando todas las dificultades, ponga el primer cimiento de una ciudad lunar.
Unidos en un objetivo común, la supervivencia de nuestra especie, y de las especies a las que todavía no hemos exterminado, mejoraremos. Seguiremos siendo criaturas inexpertas, pero podremos reparar parte del daño que hemos hecho a esta pequeña mota de polvo en la que vivimos. No podemos hacer nada por las especies que han caído a nuestras manos. Ya fuese por inexperiencia, estupidez, codicia u otros motivos.
¿Quién podría culpar a quienes, viendo lo que hemos hecho a nuestro mundo, y a nosotros mismos, prefieren una mentira tranquilizadora? Deseamos estar aquí con un propósito. Ansiamos tener un padre que nos cuide, que sea capaz de perdonar los errores de esta joven especie. Pero no hay señal alguna de que sea así. El conocimiento, la evidencia de lo que podemos ver a nuestro alrededor, es mejor que una fábula.
En busca de un propósito
Quizá más difícil de asumir, no tan tranquilizador como esa mentira que nos invita a pensar que un ser superior cuida de nosotros. Pero es preferible la más fría y dura verdad, que una mentira que sólo sirva para excusar nuestros errores. El cosmos es nuestro padre. Eso quiere decir que el peso de nuestras acciones, y de nuestra inacción, recae sobre nosotros mismos. El planeta está en nuestras manos. Somos los guardianes de la vida en este planeta. Quizá otras criaturas sean los guardianes de la vida de sus mundos.
Podemos sentarnos y esperar que alguien, o algo, venga a salvarnos de nosotros mismos. O podemos levantarnos y reaccionar. Porque, en el fondo, la oscuridad no nos da tanto miedo como creemos. Siempre hay alguien dispuesto a adentrarse en ella, y a fascinarnos. La ciencia es un viaje hacia lo desconocido. En cada descubrimiento hemos observado que, de ninguna manera, somos especiales y es algo que debemos aceptar.
Si queremos un propósito, no debemos esperar que venga de un ser superior o una criatura venida de las estrellas. Debemos buscarlo nosotros. Nuestra sabiduría y valentía es la que nos permitirá encontrar un propósito. Incluso si no somos nosotros mismos los que pisemos Marte. A bordo de nuestra pequeña mota de polvo, danzamos en la inmensa oscuridad del espacio. ¿Aterrorizados? No. En todo caso, llenos de preguntas.
No hemos de olvidar quiénes somos
¿Habrá vida en otros mundos? ¿Seremos capaces de hacer de nuestro hogar natal un lugar mejor para todas sus criaturas? Imaginando a otros seres inteligentes, en mundos lejanos que escapan a nuestra imaginación, haciéndose esas mismas preguntas. Un objetivo común a pesar de la inmensa distancia que separa nuestras estrellas. Como un sueño compartido por el cosmos. Si queremos ser especiales, no debemos buscar un ser imaginario que nos diga que lo somos. Ni un libro que nos diga que sus palabras son ley.
Lo que debemos hacer es no olvidar nuestro origen. Somos exploradores. Ansiamos llegar a donde nadie ha llegado antes. Cada vez que ha sucedido, es una sensación inspiradora. Testigos de lo que nadie antes, en la historia de la Tierra, había podido imaginar. Podemos seguir haciéndolo. Queremos volver a las estrellas de las que hemos nacido. Para hacerlo, solo necesitamos aceptar aquello que el cosmos nos quiera enseñar, sin importar lo incómodo que resulte.
Quizá un día, cuando encontremos a seres de otros mundos esa sea la historia de la humanidad. La historia de cómo aprendimos a cuidar de nuestro mundo y de nosotros. De cómo exploramos el cosmos. La historia de cómo conseguimos dejar de temer a la oscuridad y a lo desconocido. Una historia para inspirar a nuestros descendientes. Y, quizá, a quien visite nuestro mundo. A quien quiera compartir nuestra fascinación por la exploración… Y por el universo que nos espera.
Este artículo también está disponible en Twitter, en este enlace. La primera entrega de Hijos del Cosmos está aquí.
Buenísima la nota ! Sólo hay una cosa que no entiendo… Por qué cuando hablamos de que existen otros seres asumimos que pueden ser similares a nosotros? No seguimos siendo arrogantes?
Leído, Alex!