Parece que tras el descubrimiento del misterioso comportamiento de la estrella KIC 8462852, y los intentos de determinar qué es lo que provoca esa reducción de brillo tan pronunciada, se ha puesto el foco de atención en la conocida Paradoja de Fermi. Quizá en un intento de explicar que, al menos de momento, no hayamos detectado vida inteligente en la Vía Láctea… Pero, ¿realmente es la respuesta?

La ausencia de megaestructuras en KIC 8462852 no nos dice nada nuevo

"La Ciudadela", una colonia espacial de la saga de videojuegos de ciencia ficción Mass Effect. Crédito: Bioware / Electronic Arts

«La Ciudadela», una colonia espacial de la saga de videojuegos de ciencia ficción Mass Effect.
Crédito: Bioware / Electronic Arts

He hablado largo y tendido de la paradoja de Fermi y el Gran Filtro (por cierto, Pepe Cervera habla del Gran Filtro en más detalle aquí), y he escrito artículos relacionados con el tema, como el auténtico origen de la paradoja (que no es de Fermi) o por qué no hemos hallado vida en el universo (por ahora). No haber hallado vida inteligente en la estrella de nombre impronunciable (a la que algunos llaman Estrella de Tabby en honor al jefe de proyecto que desveló lo que sucedía) no nos deja ni más cerca ni más lejos de lo que estábamos ayer de encontrar vida en el universo.

En realidad, la paradoja de Fermi no es más que una proyección, a escala cósmica, del comportamiento de nuestra especie. Como no vemos lo que, creemos, haría nuestra especie, en su momento actual, si tuviese los medios necesarios, concluimos que tiene que haber algún tipo de explicación. No tenemos otro patrón que seguir porque sólo conocemos una especie inteligente que sea consciente de su propia existencia: la nuestra. Es una base insignificante para intentar designar ningún tipo de criterio por el que podamos esperar identificar la presencia de otras civilizaciones en la galaxia.

Supongamos, por un momento, que esa hipotética civilización trabaja a un ritmo diferente. Lo que nosotros construimos en cinco años, ellos lo hacen en doscientos. O al revés. Lo que nosotros hacemos en 5 años, ellos lo hacen en seis meses. Supongamos, del mismo modo, que esa hipotética civilización nunca tuvo que recurrir a la caza para sobrevivir. Es más, de hecho, en las placas de las sondas Pioneer hay una señal. Una flecha que indica desde qué planeta fueron lanzadas.

Un mundo alienígena. Crédito: Emmanuel Shiu / www.eshiu.com

Un mundo alienígena.
Crédito: Emmanuel Shiu / www.eshiu.com

Cualquier humano puede entender esa señal. De hecho, quizá cualquier criatura inteligente que tenga como herencia cultural la de una sociedad de cazadores y recolectores puede que sea capaz de llegar a la conclusión de que ese símbolo indica el origen de la nave. Sin embargo, en una civilización que no tenga esa herencia cultural, que provenga de un origen completamente diferente, esa flecha que a nosotros nos parece elemental podría resultarle totalmente insignificante.

Ese mismo ejemplo es extrapolable a prácticamente todo lo demás en cuanto a vida inteligente se refiere. Hablamos de las esferas de Dyson y la escala de Kardashov porque, creemos, una sociedad mucho más avanzada que la nuestra debería tener una demanda de energía tan sumamente alta que necesitaría idear alguna forma de capturar más energía de su estrella que la que puede recibir todo su planeta.

Buscando otros enfoques

Representación artística de un cryobot en Europa. Crédito: NASA

Representación artística de un cryobot en Europa.
Crédito: NASA

Sin embargo, ¿y si no es así? ¿Y si esa sociedad altamente avanzada ha ideado algún sistema que le permite mantener sus requisitos energéticos en un máximo que es imposible (por bajo) de detectar para nosotros con nuestras herramientas actuales? Quizá no sea descabellado pensar que mucho antes de llegar a ese punto de necesidad energética, en el que ni toda la energía irradiada sobre el planeta sería suficiente, una hipotética civilización avanzada buscaría formas de reducir la cantidad de energía que necesita. Nosotros mismos nos estamos volviendo más eficientes con cada año que pasa.

Consideremos lo siguiente, en el hipotético caso de una civilización como la nuestra, con un satélite a su disposición. Si la superpoblación es un problema al que todas las civilizaciones deben enfrentarse, ¿qué sucede si llegan a ese punto antes de tener la tecnología como para asentarse rápidamente en otros planetas habitables? O peor aún, ¿y si el mundo habitable más cercano está a años-luz de su planeta?

Imagen de la superficie lunar, tomada durante la misión Apolo 16. Crédito: NASA

Imagen de la superficie lunar, tomada durante la misión Apolo 16.
Crédito: NASA

Es posible que se lancen a la única posibilidad que parecería realista desde nuestra perspectiva: construir bases (o ciudades) en su satélite. Para dar cobijo a todo ese exceso de población (y aquí no hablamos de otras consideraciones, como proporcionar los alimentos que pudiesen necesitar estas formas de vida).  De hecho, puede que después de haber colonizado su(s) satélite(s), se lanzasen a la construcción de colonias espaciales en torno a los puntos de Lagrange de ambos, para poder expandirse con más facilidad.

Eventualmente llegarían a otros planetas, sin duda. Pero ¿hasta qué punto es razonable pensar que una civilización avanzada, por mucha tecnología que pueda tener a su disposición, no se vería atada por lazos sentimentales como los que podemos sentir nosotros? Si tu familia viviese en una colonia espacial en la órbita de la Tierra y te dan la opción de irte a Marte, o a una estación espacial vecina, que te permitiría visitarles con sólo unas horas de viaje espacial, ¿cuál elegirías?. Habría quién elegiría la primera opción, a fin de cuentas, la nuestra es una sociedad de exploradores, pero muchos otros elegirían la segunda para poder mantenerse en contacto con sus seres queridos.

No sabemos qué estamos buscando

Recreación artística de cómo sería el interior de un cilindro de O'Neill. Crédito: Rick Guidice, NASA Ames Research Center

Recreación artística de cómo sería el interior de un cilindro de O’Neill.
Crédito: Rick Guidice, NASA Ames Research Center

Podríamos seguir rizando el rizo. Si esa civilización avanzada no está formada principalmente por exploradores, ¿realmente sentirían la necesidad de colonizar toda la galaxia? Quizá hayan aprendido que la forma de perdurar es la contraria, mantener un perfil bajo (es decir, ser difíciles de detectar) y expandirse a nuevos sistemas solares sólo cuando sea imperativo (porque sus estrellas lleguen al final de su vida, o porque ya no haya espacio como para crear más estaciones espaciales sin que sean detectados).

Todo esto sigue un mismo prisma. Uno del que, al menos por ahora, no podemos escapar. Estamos limitados por los parámetros de nuestra propia existencia. Sólo sabemos comunicarnos de ciertas maneras (gestos, sonido, etc) por lo que no podemos imaginar ningún otro tipo de comunicación. No somos capaces de concebirlo porque no somos capaces de hacerlo (al menos todavía no). Es como intentar explicarle a una hormiga cómo hablar.

Podríamos seguir así, pero como se planteaba en La Pizarra de Yuri, en el fondo, lo que queremos es encontrar lo que nosotros estamos haciendo sólo que a lo bestia (que por otro lado, para qué engañarnos, sería muy conveniente), y esperamos que el tiempo, y la edad del Universo, jueguen de nuestra parte y nos permitan encontrar civilizaciones que, hace 130.000 años (el diámetro de la Vía Láctea según algunas estimaciones) ya estuviesen pululando por nuestro vecindario cósmico.

El tiempo es también un gran inconveniente

La placa de la sonda Pioneer 10. Crédito: Carl Sagan & Frank Drake; artwork by Linda Salzman Sagan

La placa de la sonda Pioneer 10.
Crédito: Carl Sagan & Frank Drake; artwork by Linda Salzman Sagan

No necesitamos salir de nuestra galaxia para encontrarnos con que el tiempo es un factor que no podemos ignorar. La Vía Láctea tiene un diámetro de entre 100.000 y 130.000 años-luz. Un planeta a sólo 2.000 años-luz de distancia, que estuviese habitado (y tuviese la tecnología necesaria), vería nuestro planeta tal y como era en la época de los romanos. Aun si pudiesen detectar nuestra presencia, ¿pensarían en enviarnos un mensaje? Supongamos que es así.

Tienen que dar por hecho que, en 2.000 años, nos habríamos desarrollado lo suficiente como para poder captar su mensaje, y además, estar escuchando en su dirección en el momento en el que nos llegase. Eso ya supone unos cuantos desafíos. ¿Todos los seres inteligentes conscientes de su propia existencia sienten la esperanza? Porque ese sería, probablemente, el primer factor para decidir que vale la pena intentar mandar un mensaje en nuestra dirección (sin entrar a considerar que esperasen que nuestra civilización se desarrollase lo suficiente y escuchase en su dirección en el momento en que llegase su comunicación).

En definitiva, que por muchas noticias que nos lleguen desmintiendo la existencia de vida extraterrestre avanzada (y muchas más que están por venir, sin ninguna duda), no estaremos más lejos de la posibilidad de que haya civilizaciones inteligentes ahí fuera. Otra cosa es si algún día llegaremos a poder comunicarnos con alguna civilización. Si es que están lo suficientemente cerca de nuestro planeta…