Pocos hubieran pensado que dos temas tan dispares como Winston Churchill y la vida extraterrestre pudiesen estar relacionados. Sin embargo, es lo que ha sucedido gracias a la publicación de un ensayo que ha salido a la luz…
Un hombre que no temía hacerse preguntas
Como seguramente sepas, Winston Churchill fue un primer ministro británico. No uno cualquiera, sino el que lideró al Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial. Está considerado uno de los jefes de estado y personalidades más influyentes de la historia del país anglosajón. En algún momento debió preguntarse cosas como la mejor manera de salvar al Imperio Británico. O cuál sería el aspecto del mundo después de la guerra. Pero sabemos con certeza que también se hizo preguntas más exóticas. Como la posibilidad de que hubiese vida extraterrestre.
De hecho, en 1939, Churchill escribió un largo ensayo sobre la materia, aunque nunca llegó a ser publicado. En él, no sólo demostraba una gran comprensión de la astrofísica de su época, también evidenciaba tener una mente científica. Llegó a una conclusión que hoy en día es relativamente común, pero en aquella época no tanto. Para el primer ministro británico, seguramente no estamos solos en el universo. El ensayo ha visto la luz gracias a un artículo, publicado por el astrofísico Mario Livio, en la revista Nature.
Un texto perdido en el tiempo
Churchill escribía en su ensayo: «Con cientos de miles de nebulosas, cada una conteniendo miles de millones de soles; las posibilidades, de que haya una cantidad inmensa que contenga planetas con circunstancias que no hagan imposible la vida, deben ser enormes.» El texto en sí no es sorprendente, pero las circunstancias sí. Estas palabras fueron escritas en las vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Medio siglo antes de que se anunciase el descubrimiento de los primeros exoplanetas.
Hasta 2016, las reflexiones de Churchill sobre la vida alienígena habían caído en el olvido. Su borrador de 11 páginas nunca había sido publicado. A finales de la década de 1950, el primer ministro británico revisó su ensayo mientras visitaba la villa de Emery Reves, un publicista. Todo parece indicar que el texto permaneció en el hogar de Reves. En la década de 1980, su esposa, Wendy, lo entregó al Museo Nacional de Churchill de Estados Unidos.
Un hombre con una base científica sólida
Parece que el primer ministro británico fue un hombre que sabía estar informado. Es poco probable que leyese estudios científicos, pero es evidente que habló con los mejores científicos de su época. Incluyendo al físico Frederick Lindemann, su amigo y, posteriormente, su consejero científico oficial. Gracias a ello, Churchill tenía una comprensión muy buena de las principales ideas y teorías de su tiempo.
Lo más llamativo de todo, según cuenta Livio, no es el hecho de que estuviese interesado en la vida extraterrestre (que no es poca cosa), si no su forma de pensar. Churchill se enfrentó a la pregunta de la manera en que cualquier científico lo haría en la actualidad. Para responder a si estamos solos en el universo, primero definió la vida. Después, se preguntó que necesitaba la vida y cuáles eran las condiciones necesarias para su existencia.
Así, Churchill identificó el agua líquida como un requisito principal. Aunque era consciente de la posibilidad de que existiesen formas de vida dependientes de otro líquido, concluyó, en palabras textuales, que «nada en nuestro conocimiento actual nos permite realizar tal suposición». Es exactamente lo que hacen los científicos en la actualidad. La esperanza es encontrar vida siguiendo el rastro de agua. Podría haber otros líquidos (como el metano) que desempeñen la misma función, pero de momento no tenemos pruebas.
La dificultad de encontrar vida extraterrestre
La siguiente pregunta del primer ministro británico parece obvia. ¿Qué hace falta para que haya agua líquida? Su planteamiento le llevó a lo que hoy conocemos como la zona habitable. Esa región, alrededor de una estrella, en que la temperatura y condiciones son óptimas para que haya agua líquida en la superficie de un planeta. Un concepto que, en la época de Churchill, estaba muy lejos de ser formulado.
Poco a poco, el primer ministro británico se enfrentó al desafío reduciéndolo a sus componentes básicos. Llegó a la conclusión de que, en el Sistema Solar, sólo Venus y Marte podrían tener vida. También mencionaba que el resto de planetas no tenían las temperaturas adecuadas. Además, la Luna y los asteroides carecían de la suficiente gravedad como para poder retener sus propias atmósferas.
Un universo de posibilidades
Con la vista puesta más allá del Sistema Solar, las posibilidades para la vida debían ser aun más elevadas, al menos en la mente de Churchill. En su ensayo, escribía que «el Sol es meramente una estrella de nuestra galaxia, que contiene varios miles de millones más». Admitía que la formación planetaria sería rara alrededor de esas estrellas, apoyándose en una teoría popular de su época, del astrónomo James Jeans. Pero, con un escepticismo más que destacable, también se preguntaba… ¿y si la teoría resultase ser incorrecta? (hoy en día sabemos que lo es, la formación de planetas alrededor de estrellas no es ni mucho menos rara, al contrario).
Churchill sugirió que las diferentes teorías de formación planetaria podían indicar que podrían existir planetas muy diferentes. De ellos, algunos «tendrán el tamaño adecuado para mantener agua en su superficie y, probablemente, algún tipo de atmósfera». De ese grupo, deducía que algunos también «podrían estar a la distancia adecuada de su estrella para poder mantener una temperatura apropiada». El primer ministro británico incluso esperaba que, algún día, «quizá en un futuro no muy lejano», hubiese visitantes que pudiesen comprobar por sí mismos si hay vida en la luna, o incluso en Marte.
La curiosidad científica de un político
Es imposible no preguntarse qué hacía Winston Churchill escribiendo un ensayo sobre la probabilidad de encontrar vida extraterrestre. A fin de cuentas, estaba en las vísperas de una guerra mundial que decidiría el destino del mundo. Además, estaba a punto de convertirse en Primer Ministro del Reino Unido. Si se tiene en cuenta el contexto histórico, parece lógico suponer que estas cuestiones estarían muy alejadas de sus pensamientos.
Al parecer, era muy propio de Churchill. No sólo por su curiosidad científica, también porque se veía obligado a escribir por dinero. Su habilidad con la pluma era la que, a menudo, permitía al político, y a su familia, mantener su estilo de vida. Llegó a ganar el Premio Nobel de Literatura del año 1953. Estaba dotado de un premio de 175.293 coronas suecas, aproximadamente unos 250.000 euros en la actualidad.
Una biografía reciente se titula No More Champagne: Churchill and His Money (No más champán: Churchill y su dinero). El primer ministro escribió esa frase a su mujer refiriéndose a medidas de austeridad. Pero era un hombre que no sabía mucho de austeridad. Le gustaba el lujo, así que escribía ávidamente, tanto libros como artículos, que su agente se encargaba de poner en circulación.
Un apasionado de la ciencia
Pero Churchill no escribió sobre vida extraterrestre porque simplemente quisiese un cheque. La ciencia le interesaba profundamente y leía cuanto podía. En cierta ocasión, durante su mandato como Canciller de la Hacienda Británica (en la década de 1920), recibió un libro sobre física cuántica. Algún tiempo después, reconoció que le mantuvo ocupado durante gran parte de un día que debía haber sido dedicado a equilibrar el presupuesto del país.
No sólo era un lector voraz de contenido científico, también escribió sobre el tema. En una publicación de 1924 de la revista Nash’s Pall Mall, Churchill vaticinaba el poder de las armas atómicas. «¿Podría haber una bomba, no mayor que una naranja, que contenga el poder secreto de destruir no un bloque de edificios, si no todo un pueblo de un plumazo?». En 1932, anticipó la aparición de la carne cultivada en la revista Popular Mechanics. Escribía «en cincuenta años, escaparemos al absurdo de criar toda una gallina para comer la pechuga o el ala, haciendo que estas partes crezcan de manera independiente en un medio apropiado».
Otros ensayos
En 1939, escribió tres ensayos. No sólo acerca de la vida extraterrestre, también sobre la evolución de la vida en la Tierra, y la biología del cuerpo humano. Dos fueron publicados en 1942 por el Sunday Dispatch. Por qué el tercero, el de la vida alienígena, nunca llegó a ser publicado, es una incógnita sin respuesta.
En ese ensayo, además, el primer ministro británico admitía que, por las grandes distancias que nos separan de otras estrellas que contengan planetas, puede que nunca sepamos si su suposición sobre la abundancia de la vida en otros lugares del universo es correcta. A pesar de no tener las pruebas necesarias, parece que Winston Churchill llegó a convencerse de que su suposición era posible.
«No estoy tan inmensamente impresionado por el éxito que estamos teniendo con nuestra civilización como para pensar que somos el único punto en este vasto universo que contiene criaturas vivas y pensantes» escribió. «O que somos el desarrollo físico y mental más elevado que ha aparecido en el amplio compás del espacio y el tiempo». Tres cuartos de siglo después, no sabemos si las especulaciones de Churchill son ciertas. No tenemos pruebas de que haya vida en otros mundos, por ahora…
Referencias: Smithsonian Magazine
Si ese artículo hubiese sido publicado en su tiempo, habríamos tenido un avance mayor del que tenemos ahora con respecto a la posibilidad de hallar vida en otros mundos.