Desde el núcleo de la Tierra hasta en las galaxias más alejadas podemos encontrar evidencias de que la vida es la consecuencia de procesos cósmicos. El hierro en nuestra sangre y el calcio en nuestros huesos procede de las estrellas. El oro y la plata son el producto de explosiones de estrellas que tuvieron lugar hace mucho tiempo. La vida terrestre es parte de este tejido cósmico, así que parece razonable que la vida sea común en el espacio, pero… ¿Cómo determinamos dónde buscar?
Puede haber más de una zona habitable
La respuesta es mucho más compleja de lo que pudiera parecer (y poco a poco sigue volviéndose más y más compleja). Lo mejor que podemos hacer es empezar por nuestro propio Sistema Solar, e intentar buscar los tres ingredientes de los que (creemos) depende la vida: agua, energía y moléculas orgánicas (o moléculas de carbono). Los descubrimientos que hemos ido haciendo con el tiempo nos hacen pensar que estos tres ingredientes pueden encontrarse en planetas más allá de la cercanía del Sol. A esa zona en la que las condiciones pueden ser ideales para dar lugar a la vida, la llamamos la zona habitable.
Inicialmente, la zona habitable cubría desde la órbita de Venus a la de Marte, ambos planetas están lo suficientemente cerca del Sol para que su energía pueda dar lugar a la química de la vida, pero no tan cerca como para que el agua se evapore o las moléculas orgánicas se rompan. Pero a medida que pasa el tiempo, sabemos que la zona habitable podría ser mucho más grande (o haber múltiples zonas habitables). La enorme atracción gravitacional de planetas gigantes, como Júpiter, puede producir una cantidad de energía suficiente como para calentar los núcleos de las lunas que los orbiten. Si aquí podemos encontrar formas de vida en ambientes muy hostiles, no es descabellado pensar que también pueda haber vida en medios aun más extremos.
Pero aún podemos (y debemos) rizar más el rizo. Todas las estrellas, por definición, tienen una zona habitable, sin importar en qué estado estén (excepto las enanas marrones, que al menos por lo que sabemos hasta ahora, no emiten suficiente calor). Si se trata de una estrella como el Sol, es posible (y probable) que la zona habitable esté más o menos a la misma distancia que la de nuestra estrella.
Si se trata de una enana roja, las cosas se vuelven aun más interesantes. Estas estrellas pueden estar en su secuencia principal durante cientos de miles de millones de años, por lo que su zona habitable sería muy estable durante mucho tiempo. Usando el Sol y la Tierra como una analogía, han hecho falta 4.500 millones de años para que nosotros aparezcamos sobre la superficie del planeta, y, por lo que sabemos a día de hoy, podremos seguir viviendo en este planeta durante al menos 1.000 millones de años más, o quizá hasta 2.300 millones de años. Si la Tierra estuviese alrededor de una enana roja, sin embrago, ese lapso de tiempo sería muchísimo más largo. Además, hay muchísimas enanas rojas en la galaxia (creemos que el 85% de las estrellas de la galaxia son de este tipo), aunque su zona habitable es, en comparación, más pequeña que la de estrellas más grandes, y hay otras dificultades (que, si acaso, ya comentaré en un artículo aparte si os interesa).
También influyen aspectos como la composición del planeta que orbita la estrella, su tamaño, qué elementos ha podido retener, cómo es su campo magnético, la composición de su atmósfera y un largo etcétera para determinar si, aun estando en la zona habitable, puede dar lugar a la vida. Aun así, los astrónomos calculan que es posible que existan hasta 40.000 millones de planetas de un tamaño similar al de la Tierra en las zonas habitables de estrellas como el Sol y de enanas rojas… sólo en la Vía Láctea.
Ya he dicho que, a medida que avanza el conocimiento de los astrónomos sobre la zona habitable, la definición se va haciendo cada vez más y más compleja. No sólo hay una zona habitable según a qué distancia estemos de la estrella, puede haber zonas habitables en torno a planetas que tengan suficiente fuerza de la gravedad como para que sus lunas generen calor, o planetas que lo generen por sí mismos sin importar la distancia de la estrella… y, es posible (pero no lo sabemos, evidentemente) que las propias galaxias tengan una zona habitable donde pueda formarse la vida. En realidad no estamos muy seguros de que sea así, pero hay astrónomos que creen que si se estuviese demasiado cerca del centro galáctico sería muy difícil que la vida pudiese salir adelante.
La vida puede aparecer en zonas extremas
Sea como fuere, cuando Robert Scott se aventuró en la Antártida, escribió que no había visto ninguna señal de vida, ni rastro de musgo o liquen. Lo que no sabía este explorador de principios del siglo pasado es que sí había vida en el árido paisaje del Polo Sur, en esa superficie completamente congelada crecen y se desarrollan microorganismos. No es el único lugar extremo en el que podemos encontrar vida. Está en todas partes en nuestro planeta, desde el agua casi en ebullición de las fuentes termales a los bosques que soportan temperaturas bajo cero durante los inviernos más largos. Hay organismos que viven a kilómetros de altura en la atmósfera, y otros que viven en rocas a kilómetros bajo nuestros pies. La Tierra rebosa vida, y esa vida necesita agua, aunque hay esporas que, en su ausencia, pueden hibernar durante siglos, esperando a que ésta surja de nuevo.
Una forma de investigar el origen de la vida es buscar lugares en nuestro planeta en el que las condiciones sean aproximadas a las que teníamos cuando se originó la vida. Pero… ¿dónde empezó la vida? ¿Fue en el suelo oceánico o en una superficie volcánica? ¿O en pozas de marea (esos charcos de agua que se quedan entre las rocas cuando baja la marea) donde, quizá, la evolución surgió a consecuencia de los cambios de marea provocados por la cercanía de la Luna en aquella época? Pero aun hay más, ¿cómo empezó la vida? ¿Qué hizo que la química ordinaria se convirtiese en la química de la vida?
Lo único que sabemos de la vida es… que no sabemos nada de la vida en otros mundos
Aún no tenemos esas respuestas, pero sabemos que la vida no tuvo por qué surgir en una plácida charca como suponía Darwin, pudo haber surgido en la noche eterna de las profundidades del océano. Si pasó aquí en la Tierra, puede pasar en cualquier otro mundo que tenga océanos y un núcleo fundido que emita el suficiente calor, sin importar a qué distancia estén de su sol. Si los núcleos fundidos de mundos geológicamente activos pueden albergar vida en la oscuridad, puede que podamos encontrar formas de vida incluso en planetas helados donde la luz de una estrella es muy débil. Si es así, la expansión de la zona habitable implicaría que la vida en el Sistema Solar puede aparecer en lugares que siempre habíamos creído inhabitables. Podría haber criaturas viviendo en las capas altas de la atmósfera de Júpiter (algo sobre lo que ya elucubró Carl Sagan en su momento). También podría haber vida en planetas jóvenes, todavía enmarañados en las nubes estelares de las que proceden, o incluso en esas mismas nubes estelares.
La vida podría existir incluso en planetas calentados por su calor interno y asolados por los vientos de estrellas inestables, o incluso en los viejos planetas de estrellas aun más ancianas en medio de cúmulos globulares, e incluso, quizá, en medio de las violentas zonas de creación de estrellas de un choque entre galaxias. Hasta donde sabemos, podría haber más vida ahí fuera de lo que podamos imaginar. Porque si algo nos ha enseñado el universo, es que la realidad es más rica y más ingeniosa que cualquiera de nuestros sueños más salvajes.
Leído.