Con la excusa del retorno de la popular saga Star Wars a la gran pantalla, es una buena oportunidad para hacer un repaso de hasta qué punto entiende bien, o no, la ciencia del espacio… Por cierto, si no has visto ninguna de las trilogías, o piensas refrescar la memoria, este artículo está libre de spoilers (hay referencias vagas a algunos momentos de las películas, de tal modo que aquellos que las hayan visto sí sepan de qué se habla, pero nada más).

Las naves espaciales y la gravedad

Una batalla espacial en Star Wars. Crédito: Lucasfilm

Una batalla espacial en Star Wars.
Crédito: Lucasfilm

Hay varios aspectos que Star Wars no trata demasiado bien cuando hablamos de naves espaciales. Por ejemplo, en las gigantescas batallas en las afueras de los planetas, cuando una nave pierde parte de su estructura, los trozos caen inmediatamente hacia el planeta. Es como si, de repente, la gravedad del planeta se activase en ese momento. La realidad es un poco más complicada, pero podemos quedarnos con varios detalles.

Por un lado, las naves están en órbita (de otro modo, al no moverse lo suficientemente rápido, se precipitarían sobre el planeta), y, de una manera simplificada, podemos decir que todo lo que viaje a su misma velocidad nunca caería en la superficie del planeta. Por eso, los fragmentos de las naves no caerían inmediatamente. En todo caso, se desprenderían y se quedarían por detrás de la nave (suponiendo que el impacto desacelere esa parte de la estructura) o la adelantaría (suponiendo que la acelere, todo depende del movimiento de la nave y la dirección del impacto). Ese cambio de velocidad modificaría la órbita del objeto, pero no haría que se precipitase de manera inmediata.

Eventualmente, sí, el deterioro orbital (que hace que la altura de la órbita sobre la superficie del planeta decaiga con el paso del tiempo) haría que los restos terminasen perdiendo altura y entrando en la atmósfera. Pero es un proceso que puede llevar años, décadas, o siglos. En el caso de la Tierra, sin ir más lejos, se calcula que todos los restos espaciales que están a más de 1.000 kilómetros de altura por encima de la superficie tardarán más de un siglo en entrar en la atmósfera.

Los movimientos de las naves espaciales

Una nave de Star Wars. Crédito: Lucasfilm

Una nave de Star Wars.
Crédito: Lucasfilm

Aunque los cambios de trayectoria, giros constantes, etc, son muy vistsosos, lo cierto es que harían falta cantidades absolutamente inimaginables de combustible. En la atmósfera es posible hacer mil piruetas, cambios de dirección y prácticamente cualquier movimiento que queramos porque tenemos la ayuda de la fricción del aire para cambiar de dirección. En el espacio no hay nada que modifique el movimiento de nuestra nave, y las leyes de Newton nos dicen que, en ausencia de una fuerza que modifique su trayectoria, un objeto en movimiento seguirá moviéndose en línea recta. Así que hace falta recurrir al combustible para cualquier cambio que queramos hacer, y podemos deducir, inmediatamente, que en Star Wars el combustible es un recurso infinito.

Es decir, sí, es posible moverse en el espacio durante una batalla como aparece en las películas. No hay ningún principio físico que nos lo impida. La pega es que las naves son demasiado pequeñas como para poder almacenar tanto combustible. Eso sin entrar en intentar imaginar cómo sería el proceso de repostaje de todas esas naves. Por suerte, sólo es cine y no necesitamos preocuparnos demasiado de la física real para poder divertirnos con las piruetas de los pilotos intergalácticos.

El Halcón Milenario. Crédito: Disney

El Halcón Milenario.
Crédito: Disney

Por otro lado, hay algunos errores más que llamativos. Por ejemplo, en el Episodio II (El ataque de los clones), hay cierta escena en la que cierto personaje dice que lo que queda de la nave está acelerando mientras entra en la atmósfera de un planeta… En realidad el efecto es precisamente el opuesto. La resistencia de la atmósfera actúa de freno y reduce la velocidad con la que entra una nave (aunque no lo suficiente como para poder aterrizar sin más ayuda, porque la gravedad sí entra en juego aquí). Es más, la atmósfera se utiliza como un medio de frenado natural (pero sólo funciona cuando entramos desde velocidades orbitales, claro está).

Hay una cosa en la que Star Wars sí se aproxima a la realidad. Los cazas TIE. Utilizan dos motores de iones. Esa tecnología existe y consiste, básicamente, en ionizar el gas para acelerar partículas y expulsarlas de algún tipo de motor para crear impulso. El único problema es que los motores reales no producen tanto impulso, la aceleración es mucho más lenta a lo largo del tiempo, pero es algo que sí existe.

El hiperespacio y las distancias

El Halcón Milenario entrando en el hiperespacio. Crédito: Lucasfilm

El Halcón Milenario entrando en el hiperespacio.
Crédito: Lucasfilm

A diferencia de Star Trek (en el que utilizan un motor warp que curva el espacio de una manera que más o menos encaja con la relatividad general), en Star Wars las naves entran en una dimensión completamente diferente para poder recorrer las grandes distancias que separan a los planetas entre sí. El problema es que, literalmente, se trata de otra dimensión y, hoy por hoy, es algo totalmente hipotético. Al menos, nos queda el consuelo de que el efecto, en el que las estrellas se expanden y de repente se convierten en rayos láser, es de lo más llamativo.

Lo mismo pasa con los asteroides. En la célebre escena de El Imperio Contraataca, un cierto (y famoso) piloto esquiva gigantescas rocas mientras atraviesa un campo de asteroides. No es que sea poco realista porque los asteroides, en la realidad, estén mucho más separados entre sí… es que si la distancia entre los asteroides realmente fuese esa… ¡no habría planetas! No, en serio, no es una exageración. Para que haya una densidad así de asteroides en un área particular de un sistema planetario, es necesario que los planetas no se hayan formado todavía. Sólo puede suceder antes de la formación de planetas, no después. En condiciones normales, atravesar un cinturón de asteroides (como el que hay en nuestro Sistema Solar) sería tan complicado como intentar atravesar un aparcamiento completamente vacío sin chocar contra ningún coche…

Los planetas

Tattoine, en el episodio IV de Star Wars. Crédito: Lucasfilm/20th Century Fox / The Kobal Collection

Tattoine, en el episodio IV de Star Wars.
Crédito: Lucasfilm/20th Century Fox / The Kobal Collection

Hasta hace sólo unos décadas, hubiéramos dicho que no teníamos pruebas de la existencia de un mundo como Tatooine. Hoy en día, sin embargo, conocemos el caso del exoplaneta Kepler-16b, que nos ofrecería una escena muy parecida al cielo que ve Luke Skywalker en la saga. Ambos soles están en órbita entre ellos, y el planeta orbita alrededor de ambas estrellas (en torno al centro de masas del sistema). Los soles de Tatooine, al menos en teoría, se ponen y se elevan sobre el horizonte más o menos al mismo tiempo y su tamaño sólo varía dependiendo de cuál de las dos estrellas esté más cerca del planeta en ese momento. Por lo menos, es lo que se puede deducir de las dos puestas de Sol de los Episodios III y IV (que están separados entre sí por un período de unos 18 años). En ambos casos, las dos estrellas se ponen casi a la vez y tienen un tamaño angular similar.

Hoth. Crédito: Lucasfilm / Starwars.com

Hoth.
Crédito: Lucasfilm / Starwars.com

Una de las estrellas es amarilla y la otra es naranja. Como el color de la estrella es proporcional a su temperatura, quiere decir que la estrella amarilla es más caliente que la naranja. También quiere decir que es algo más masiva, y eso también implicaría que es algo más grande que su compañera. Si estuviesen a la misma distancia de Tatooine, su tamaño angular debería ser un poco más grande. Sin embargo, las dos estrellas siempre aparecen con el mismo tamaño, así que nos debería indicar que la estrella amarilla está ligeramente más lejos en su órbita. Por otro lado, la estrella naranja siempre aparece más cerca del horizonte, y, como ya sabrás, las estrellas aparecen más rojizas a medida que se ponen debido a la dispersión de luz en un volumen de atmósfera mucho más grande…

Por supuesto, otros planetas y satélites que aparecen son más que posibles (al menos los que me vienen a la cabeza ahora mismo), aunque sería interesante observar qué detalles se conocen de ellos para ver si la ciencia es acertada o no.

La Estrella de la Muerte

La Estrella de la Muerte. Crédito: Lucasfilm / Starwars.com

La Estrella de la Muerte.
Crédito: Lucasfilm / Starwars.com

No puedo terminar este artículo sin hablar de la que, seguramente, es una de las construcciones más celebres del universo de Star Wars. La Estrella de la Muerte. Este portento es una estación espacial de dimensiones considerables (podríamos considerarla una luna artificial), ya que tiene un radio de 60 kilómetros (por cierto, Mimas, el satélite de Saturno que tiene un aspecto similar, tiene un radio de 198 kilómetros).

Construir algo así no es imposible, al menos desde el punto de vista físico. Desde el punto de vista práctico y lógistico, sin embargo, sería algo extremadamente caro y muy, muy tedioso. Por supuesto, hoy por hoy no tenemos los medios para pensar en la construcción de megaestructuras espaciales. No es descabellado pensar que, en el futuro, nuestros descendientes se embarquen en la construcción de colonias espaciales. Es más, no habría nada, si así lo decidieran, que les impidiese construir una colonia espacial con un aspecto similar.

Darth Vader y el Emperador observan la construcción de la Estrella de la Muerte. Crédito: Lucasfilm / Starwars.com

Darth Vader y el Emperador observan la construcción de la Estrella de la Muerte.
Crédito: Lucasfilm / Starwars.com

Eso sí, olvidémonos de los fines bélicos, porque algo como el láser de la Estrella de la Muerte y la energía necesaria para destruir tu ya sabes qué se nos va totalmente de las manos. Para destruir un planeta que tuviese un tamaño similar a la Tierra haría falta la energía total que emite el Sol en una semana. O dicho de otro modo, alrededor de cien millones de veces la energía que podríamos producir con todo el uranio en la Tierra, o mil millones de veces la energía que podríamos producir con todo el combustible fósil de nuestro planeta…

En definitiva, la ciencia en Star Wars no es que salga demasiado bien parada, pero, sinceramente, es una saga cinematográfica y está hecha para entretener. En ese campo, al menos hasta donde a mí me concierne, puedo decir que lo hace a las mil maravillas. Así que si, en las próximas semanas, vas a ver el Episodio VII, sólo cabe decir una cosa: ¡Que la disfrutes!

Referencias: Daily Dot, Aint It Cool