Tienes quince segundos para responder: Nombres de grandes mujeres científicas, como por ejemplo, Marie Curie. Es posible que tu lista acabe ahí (y la verdad es que no dice mucho bueno de nuestra sociedad). En el campo de la astronomía, ha habido muchas mujeres que han realizado grandes aportaciones al campo, pero de todas ellas, hay dos que desempeñaron un papel fundamental para ayudarnos a clasificar las estrellas… Cecilia Payne y Annie Cannon.
Las computadoras de Harvard
Corría el año 1.881 cuando Edward Pickering (director del Observatorio de Harvard por aquel entonces) se encontró con un problema. Desde que se convirtiera en director del observatorio, siempre había intentado expandir la tecnología de astrofotografía de las instalaciones, y la década de 1.880 supuso un gran avance en el campo. Eso provocó que, de repente, tuviese a su disposición muchos más datos de lo que cualquiera podría tener tiempo para analizar.
En realidad, Pickering ni siquiera confiaba en la capacidad de catalogar información de su asistente personal. Así que, eventualmente, le despidió y lo sustituyó por su sirvienta: Williamina Fleming. Fleming era tan buena para la computación y la copia que trabajó en Harvard durante más de tres décadas, llegando a tener bajo su responsabilidad a un gran grupo de asistentas. Fue el comienzo de una época en la que las mujeres trabajaron para el director, computando y catalogando los datos del firmamento.
Se trataba de un trabajo tedioso, una tarea que se consideraba más apta para ser realizada por una fuerza laboral más barata y menos educada que fuese capaz de clasificar estrellas en lugar de observarlas. Por supuesto, esa fuerza laboral eran las mujeres: cobraban menos (la mitad de lo que cobraban los hombres por realizar la misma tarea) y reforzaba la suposición de la época de que ellas sólo eran válidas para poco más que trabajos secretariales.
Quizá lo más desesperante sea pensar que la mayor parte de mujeres que trabajaron allí no son recordadas de manera individual. En su lugar, siempre se ha hecho referencia a ellas por los sobrenombres de las computadoras de Harvard o el de el harén de Pickering. Eso, a pesar de que eran la única manera de que Pickering pudiese conseguir su objetivo: fotografiar y catalogar todo el cielo nocturno.
Una mujer que destacó por encima del resto
Durante algo más de tres décadas, más de 80 mujeres se dedicaron a trabajar para el astrónomo, en jornadas laborales de seis días. Algunas de las mujeres se encargaban de tratar las fotografías, teniendo en cuenta factores como la refracción atmosférica, para poder crear una imagen lo más clara y pura posible. Otras se encargaban de clasificar las estrellas comparando esas fotografías con los catálogos conocidos. Otras se encargaban de catalogar las fotografías por sí mismas, anotando cuidadosamente la fecha de cada imagen y la zona del cielo observada. Esas notas eran, después, copiadas meticulosamente en tablas, en las que se incluían la ubicación de la estrella y su magnitud.
Era una rutina que llevó a Fleming a escribir lo siguiente en su diario: «En el edificio Astrofotográfico del Observatorio, 12 mujeres, incluida yo misma, estamos ocupadas con el cuidado de las fotografías… Día tras día mis tareas en el Observatorio son tan similares que habrá poco para describir más allá de trabajo ordinario, y rutinario, de medición, examinación de las fotografías y el trabajo en la reducción de esas observaciones».
Entre todas ellas, hubo una mujer que destacó por encima de las demás por su contribución a la astronomía: Annie Jump Cannon, que ideó un sistema para clasificar las estrellas que, todavía hoy, sigue en uso (y que está detallado en el artículo sobre la clasificación estelar).
Annie Jump Cannon
Annie (nacida en 1.863 en Dover, en el estado de Delaware) recibió sus primeras lecciones de astronomía de mano de su madre, que la animó a seguir sus propios intereses, sugiriéndole que podría estudiar matemáticas, química o biología. Le hizo caso, aunque optó por perseguir su amor por la astronomía. Durante su juventud, parece que fue víctima de la fiebre escarlata, dejándola prácticamente sorda durante la mayor parte de su vida (el motivo de su sordera no parece estar muy claro, pero lo que sí es seguro es que comenzó en su juventud). Algo que, al parecer, influyó en que no socializase y se sumergiese en su trabajo. De hecho, nunca se casó ni tuvo hijos, algo muy alejado de lo común en aquella época.
Sea como fuere, en 1.896 se incorporó a las computadoras de Harvard. Una vez allí, no pasó mucho tiempo hasta que ideó su propio catálogo. Era un sistema mucho más simple que el anterior, que consistía de 22 clases, con sólo 7 clases espectrales: O, B, A, F, G, K, M. El orden de las letras puede parecer caótico, pero es el resultado de la reorganización que hizo Cannon del sistema anterior, así que para poder recordarlo, decidió recurrir a la mnemotécnica y utilizar la frase: «Oh, Be A Fine Girl, Kiss Me» («Oh, sé una buena chica, bésame»). 5 años después de su incorporación, en 1.901, publicó su primer catálogo.
Su trabajo no terminó ahí. Annie Cannon es la persona que más estrellas ha clasificado en su vida, con una cifra cercana al medio millón de estrellas. Además, descubrió 300 estrellas variables, cinco novas… Era tan buena en su labor de clasificación que podía catalogar tres estrellas por minuto simplemente viendo sus patrones espectrales. Si utilizaba una lupa, era capaz de clasificar estrellas hasta de la novena magnitud, unas 16 veces más tenue que lo que el ojo humano puede apreciar.
Dicho de otro modo, a Annie Jump Cannon, le debemos, literalmente, el sistema que utilizamos hoy en día para clasificar estrellas. Puede parecer poco importante más allá de esa función, pero gracias a ese sistema (entre otros factores, claro) sabemos que debemos centrar nuestra atención en ciertos tipos de estrellas a la hora de buscar planetas habitables. En una época en la que las mujeres no tenían permiso, formalmente, para estudiar astronomía, en una universidad que no admitió mujeres estudiantes durante décadas. Annie Jump Cannon se convirtió en una de las personas más ilustres de la astronomía. Una hazaña digna de mención en todos los sentidos.
Sólo faltaba una contribución a su trabajo para ser perfecto. Es aquí cuando entra en escena otra mujer que ha desempeñado un papel fundamental en la historia de la astronomía: Cecilia Payne.
Cecilia Payne
Cecilia Payne nació el 10 de mayo del año 1.900 en Wendover (Inglaterra). En su tierra natal no tardó en destacar. Consiguió una beca para botánica, física y química en la Universidad de Cambridge, donde descubrió su afición por la astronomía. Aunque completó sus estudios en Cambridge, la universidad no concedía graduaciones a mujeres en aquella época, ni siquiera a ella, que había sido elegida miembro de la Real Sociedad de la Astronomía cuando todavía era una estudiante.
No pasó mucho tiempo hasta que se marchó a Estados Unidos con la esperanza de graduarse en un programa de astronomía. Allí, se unió al Observatorio de Harvard, y fue la primera persona en conseguir un doctorado en astronomía por su tesis «Atmósferas estelares, una contribución al estudio de observación de las altas temperaturas en las capas inversoras de las estrellas», considerada la más brillante jamás escrita en el campo.
Su trabajo le permitió relacionar las clases espectrales de Annie (que utilizó durante su estudio) con las temperaturas de las estrellas. Demostró que la variación en las lineas de absorción estelares se debían a la cantidad de ionización que sucedía a diferentes temperaturas, y que no se debía (como se creía hasta el momento) a que hubiese diferentes cantidades de elementos. También sugirió (correctamente) que el silicio, carbono y otros metales comunes, vistos en el Sol, estaban presentes en cantidades más o menos similares en nuestro planeta, pero que el helio, y especialmente el hidrógeno, eran muchísimo más abundantes en la estrella (en un factor de un millón en el caso del hidrógeno).
Todo ello le llevó a una conclusión que hoy día es uno de los conocimientos más elementales de la astronomía: las estrellas están compuestas, principalmente, de hidrógeno (y helio, que es el resultado de la fusión de hidrógeno). Sin embargo, sus superiores (todos hombres, por cierto) la convencieron de que debía retirar esos hallazgos y publicar una afirmación mucho menos definitiva (lo hizo, aunque más adelante se dio cuenta de que había sido un error y que debía haberse mantenido firme).
No contenta con esto (con sólo 25 años había publicado otros seis trabajos relacionados con las atmósferas estelares), Cecilia siguió siendo una científica activa durante toda su vida (incluso después de casarse en 1.934 y ser madre de tres hijos). A pesar de sus contribuciones, tuvo que esperar hasta 1.938 para recibir el título de astrónoma. Hasta ese entonces, no tuvo un puesto oficial. Trabajaba, simplemente, como asistenta técnica. En 1.954 fue ascendida a profesora de pleno derecho en la Facultad de Harvard y algún tiempo después, se convirtió en la primera mujer en dirigir un departamento de Harvard: el de astronomía.
Su tesis está considerada por muchos como el punto de inflexión, no sólo del observatorio de Harvard, si no también del papel de las mujeres en la astronomía, permitiéndoles entrar en este campo de la ciencia. En 1.934 recibió un premio por su trabajo… El Premio Annie Cannon. Todavía a día de hoy, este premio anual, sigue siendo el único disponible para las mujeres en este terreno…
Un tratamiento injusto
Si lo ponemos en perspectiva, es difícil no alcanzar otra conclusión. La contribución tanto de Annie Cannon como de Cecilia Payne a la astronomía son de una importancia fundamental en la astronomía. Gracias a ellas, y al enorme trabajo de las mujeres que trabajaron en ese mal llamado Harén de Pickering, sabemos la composición de las estrellas y cómo clasificarlas según su temperatura (sin importar en qué fase de su evolución se encuentren). Y a pesar de ello, pocos las conocen…
No es algo que venga de viejo. Sin ir más lejos, no parece que sea ampliamente conocido que detrás de la exitosa misión de la sonda New Horizons hay un nutrido grupo de mujeres… Parafraseando la pregunta de Neil DeGrasse Tyson en uno de los capítulos de Cosmos: Una odisea en el espacio-tiempo. ¿Qué dice de nosotros que conozcamos los nombres (y obra) de asesinos en serie, pero no conozcamos a las personas que han realizado grandes contribuciones en la ciencia?
Referencias: She is an Astronomer, Wikipedia, Smithsonian
Leído, Alex.
Me molan mucho este tipo de artículos también, donde se sabe la vida de la gente real (y no como conjunto de humanidad) que es a la que se le pone nombre y apellido a los descubrimientos.
Vamos, que la historia, bien contada, en vez de ser tediosa, es muy interesante.