En el futuro del Sistema Solar, ¿es posible que la Tierra llegue a convertirse en un planeta errante? En realidad, podría incluso provocarse, suponiendo que nuestros descendientes, en un futuro muy lejano, fuesen capaces de alterar la órbita de nuestro planeta para ponerlo a salvo…

Convertir a la Tierra en un planeta errante de manera intencionada

Sabemos que, en unos 5000 millones de años, el Sol llegará al final de su vida. Antes de eso, al seguir envejeciendo, aumentará su brillo y temperatura. En unos 500 millones de años, la Tierra será un lugar mucho más cálido y, quizá, incompatible con la vida. Pero ¿y si hubiese alguna manera de evitar ese destino? Nuestros descendientes lejanos podrían robarle energía orbital a Júpiter y dársela a la Tierra. Aunque, si no tuviesen el cuidado necesario, enviarían a la Tierra lejos del Sistema Solar, provocando que se convierta en un planeta errante.

¿Podría convertirse la Tierra en un planeta errante?
La Tierra vista desde el espacio. Crédito: NASA

La Tierra lleva más de 4000 millones de años en una órbita estable, pero en su infancia el entorno era muy ajetreado. El Sistema Solar, en su infancia, estaba repleto de docenas, o quizá cientos, de objetos sólidos llamados planetesimales. Todos competían por acumular tanto material como fuese posible y, así, llegar a convertirse en planetas antes de que el resto de objetos les robasen ese material. En ese caos, los planetesimales colisionaron entre sí, se acercaron demasiado unos a otros y, algunos, hasta fueron lanzados por los gigantes gaseosos.

De esas docenas de posibles planetas, solo ocho sobrevivieron. El resto o bien colisionaron contra el Sol o fueron lanzados al espacio interestelar. En el futuro, también habrá más caos. Con el paso del tiempo, nuestra estrella se vuelve más cálida y brillante, por la acumulación de helio debido a la fusión de hidrógeno en su núcleo. En unos 500 millones de años, el Sol será tan cálido que los océanos se evaporarán. La tectónica de palcas se detendrá y se acumulará tanto dióxido de carbono en la atmósfera que la Tierra se parecerá a Venus.

Manipular la órbita terrestre

Una manera de evitar ese destino sería modificar la órbita de nuestro planeta. Hay diferentes formas de hacerlo. Por ejemplo, imaginemos que estamos cerca de las vías del tren y lanzamos una bola que es incapaz de romperse. Al lanzarla contra un tren que se aproxima, volvería a nosotros mucho más rápido, porque tendría su velocidad original más la del tren. Esto frenaría ligeramente al tren, pero tendría tanta energía que no se percibiría. Si intentásemos capturar esa pelota, la energía se transferiría a nosotros, acelerándonos un poco.

Si repitiésemos este proceso una y otra vez, llegaría un momento en el que igualaríamos nuestra velocidad con la del tren. Para proteger a la Tierra, necesitaríamos elevar su órbita, manteniéndola a salvo del Sol cada vez más cálido. Para modificar la órbita de la Tierra haría falta energía. Por suerte, en el Sistema Solar hay multitud de energía disponible, por ejemplo, en la órbita de Júpiter. Utilizando la analogía del tren, se podría utilizar una roca (cuanto más grande mejor) y enviarla a Júpiter. Esa roca pasaría alrededor del planeta y le robaría parte de su energía orbital.

Esa energía la recibiría la roca, que volvería a la Tierra. Después, se repetiría esa maniobra en la dirección opuesta, entregando parte de la energía de esa roca a la Tierra. Poco a poco, se le podría robar energía a Júpiter (que no vería su órbita alterada significativamente) y elevar la órbita de nuestro planeta, manteniendo las condiciones habitables. El problema es que, si todo esto saliese mal, las cosas podrían terminar rematadamente mal. El objetivo, a fin de cuentas, es que la Tierra siga estando en una órbita alrededor del Sol.

Podríamos expulsar la Tierra del Sistema Solar

En ese escenario con una roca entre ambos planetas, es posible provocar un efecto de resonancia. Cada pase del asteroide no aportaría mucha energía. Sin embargo, si sucediese de manera regular, con el paso del tiempo, esa pequeña cantidad de energía se reforzaría a sí misma, amplificando el efecto. Tanto que, si no se tuviese cuidado, la Tierra podría recibir tanta energía que terminaría alcanzando la velocidad de escape. Es decir, moviéndose tan rápido que escaparía, permanentemente, de la atracción gravitacional del Sistema Solar.

Un paisaje invernal. Crédito: Faulkner Jacobson

Llegados a ese punto, no habría manera de invertir el proceso. La Tierra se convertiría en un planeta errante. Todavía tendría su calor interno, por lo que seguiría habiendo volcanes y fuentes termales, pero estaríamos en una noche permanente, que enfriaría la atmósfera de manera catastrófica (además de acabar con todas las plantas y algas). Los astrónomos creen que estos escenarios de resonancia provocan, naturalmente, que haya más planetas (y planetas enanos) errantes en las últimas etapas de vida de los sistemas estelares.

Por ejemplo, Neptuno y Plutón están en resonancia, y es imposible predecir donde estará la órbita de Plutón en 10 millones de años. Hay una pequeña posibilidad de que Mercurio termine en resonancia con Júpiter e, incluso, que sea expulsado del Sistema Solar en los próximos 1000 millones de años. En total, se calcula que podría haber multitud de planetas errantes (por estrella) en el espacio interestelar. Así que, en el futuro, esperemos que la Humanidad, si todavía está presente, no provoque que la Tierra también se vuelva un mundo errante…

Referencias: Space