El planeta Tierra es el hogar de la humanidad. En esta serie de tres artículos hemos repasado sus características orbitales y planetarias. Ahora, toca centrar la atención en otras dos materias. Tanto el estudio de nuestro pequeño hogar en la Vía Láctea, como el futuro que le aguarda…

El estudio del planeta Tierra

El Mar Jónico, fotografiado desde Lefkada, en Grecia.
Crédito: Wikimedia Commons/Alf van Beem

Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha intentado explicar la creación de la Tierra, el universo y toda la vida. Los casos más antiguos conocidos no tenían sus raíces en lo científico. En su lugar, tomaban la forma de mitos de la creación. O bien de fábulas religiosas en las que se involucraba la participación de los dioses. Sin embargo, entre la Antigüedad Clásica y el período medieval, surgieron diferentes teorías sobre el origen de la Tierra, su auténtica forma y su lugar en el cosmos.

Para muchas antiguas culturas, el planeta Tierra era una deidad. Solía estar personificada en la figura de una diosa madre, generalmente asociada con la fertilidad. Por eso muchos de los mitos de la creación comparten similitudes muy destacables. En esas historias la creación del mundo es el producto de algún tipo de procreación celestial. La diosa en cuestión era la responsable de dar luz a toda la vida.

Para los aztecas, la Tierra conocida como Tonantzin (nuestra madre). En la cultura inca, el planeta Tierra era Pachamama (madre Tierra). Para los chinos, la asociación era con la diosa Hou Tu. Era similar a la deidad hindú Bhuma Devi y la diosa griega Gaia. Todas ellas personificaciones de nuestro planeta. En la mitología nórdica, la gigante de la Tierra Jörð era la madre de Thor e hija de Annar. Por su parte, en el Antiguo Egipto, la Tierra era vista como un hombre: Geb. El cielo, a su vez, era visto como una mujer: Nut.

La forma de la Tierra en tiempos antiguos

Reconstrucción del puerto de Nippur, en Sumeria.
Crédito: epistolario-de-belit-seri.blogspot.com.es

Las teorías sobre la forma física de la Tierra han ido cambiando con el tiempo. En la antigüedad era popular la visión de que nuestro planeta era plano. Así sucedía en la cultura mesopotámica. Allí, el mundo era representado como un disco plano que flotaba en un océano. Para los mayas, el mundo era plano. En las esquinas, cuatro jaguares (llamados bacabs) sostenían el cielo. En el caso de los antiguos persas, especulaban que la Tierra era un ziggurat (una montaña cósmica) de siete capas. Los chinos la imaginaban como un cubo de cuatro lados.

En el siglo VI antes de nuestra era, los filósofos griegos comenzaron a especular con la posibilidad de que la Tierra fuese redonda. Aunque generalmente se le atribuye esa teoría a Pitágoras, es muy probable que emergiese por sí misma como resultado del viaje entre asentamientos griegos. En particular, a raíz de las variaciones apreciables en la altitud, así como los cambios en las regiones de las estrellas circumpolares (aquellas que nunca se ponen bajo el horizonte).

En el siglo III antes de nuestra era, esa idea de que el planeta Tierra era esférico comenzó a tratarse como un asunto científico. Es en este momento cuando surge la figura de Eratóstenes. Un astrónomo griego que vivió entre los años 276 y 194. Fue capaz de calcular la circunferencia de la Tierra con un margen de error del 5% al 15%. Para hacerlo, midió el ángulo de las sombras proyectadas en dos lugares geográficos diferentes: Alejandría y Siena.

El aspecto del planeta Tierra según los romanos

Pitagóricos observando un amanecer.
Crédito: Fyodor Bronnikov

Con el nacimiento del Imperio Romano, y su adopción de la astronomía Helenística (procedente de Grecia), la visión de una Tierra esférica se extendió a lo largo y ancho de las regiones del mar mediterráneo y de Europa. Este conocimiento fue preservado gracias a la tradición monástica y escolasticismo durante la Edad Media. Sin embargo, los astrónomos siguieron viendo al planeta Tierra como el centro del universo hasta bien adentrados el siglo XVI y XVII.

El desarrollo de la visión geológica de la Tierra también apareció durante la Antigüedad Clásica. Durante el siglo IV antes de nuestra era, Aristóteles observó la composición del suelo. Así teorizó que el planeta Tierra cambia a un ritmo lento, y que esos cambios no pueden ser vistos en la vida de una persona. Esta fue el primer concepto de tiempo geológico, y el ritmo al que ocurren los cambios en nuestro planeta, basándose en las evidencias.

En el siglo I de nuestra era, Plinio el Viejo hizo una extensa discusión de minerales y metales. Fue capaz de identificar correctamente el origen del ámbar. Se dio cuenta de que es resina fosilizada, a partir de observaciones de insectos atrapados en algunos de los fragmentos. También estableció las bases de la cristalografía (la parte de la geología que estudia los minerales y la forma en que cristalizan) al reconocer el hábito de los diamantes de formar octaedros.

Avanzando hacia los tiempos modernos

Galileo explica la topografía lunar a dos cardenales.
Crédito: Jean Leon Huens

A principios del siglo II, el astrónomo y erudito persa Abu al-Rayhan al-Biruni realizó el primer estudio de geología en la India. En su trabajo, titulado “Tarikh Al-Hind” (Historia de India), teorizó que el subcontinente indio fue, en el pasado, un mar. El polímata persa Ibn Sina (Avicena) hizo importantes contribuciones con su trabajo «Kitab al-Shifa» (el Libro de la Cura, Sanación o Remedio de la ignorancia). En él indicaba la conexión entre las montañas y las nubes. Teorizó sobre el origen del agua y los terremotos, la formación de minerales y la diversidad del terreno.

El naturalista y polímata chino Shen Kuo (1031-1095) fue uno de los primeros en formular una teoría de geomorfología. Apoyándose en sus observaciones de la presencia de fósiles marinos en las montañas lejos del mar, y de bambú petrificado en regiones secas y bajo la superficie, teorizó que la tierra estaba formada por la erosión y deposición de limo, y que era un fenómeno que sucedía en una escala de tiempo muy larga.

Durante el siglo XVI, nuestra comprensión del planeta Tierra y su lugar en el universo avanzó significativamente gracias a dos desarrollos clave. El primero fue el modelo de un universo heliocéntrico de Nicolás Copérnico. En él, proponía que la Tierra y el resto de planetas giran alrededor del Sol. El segundo fue la invención del telescopio, que permitió a astrónomos como Galileo observar la Luna, el Sol y otros planetas del Sistema Solar.

El siglo XVII

Retrato de James Hutton.
Crédito: Henry Raeburn

En el siglo XVII comienza a utilizarse el término geología entre los científicos. Hay dos teorías sobre quién inventó el termino. En una de ellas se afirma que fue Ulisse Aldrovandi (1522-1605), un naturalista italiano, el que hizo el primer uso del término. En la segunda teoría, el crédito va a Mikkel Pederson Escholt (1600-1699), un sacerdote y erudito sueco que utilizó la definición en un libro publicado en 1675, sobre la geografía de Noruega (titulado «Geologica Norvegica»).

Fue también durante el siglo XVII cuando las evidencias fósiles provocaron que se desencadenase un debate sobre la auténtica edad de la Tierra. En aquella época, los teólogos y científicos estaban enfrentados por la edad del mundo. Los primeros insistían en que la Tierra tenía 6.000 años, apoyándose en la Biblia. Los segundos, por su parte, creían que era mucho más antigua. El debate terminó poco tiempo después, en favor de los científicos.

El mérito le correspondió a James Hutton. Considerado a menudo como el primer geólogo moderno. Terminó el debate a través de las publicaciones de un estudio titulado Teoría de la Tierra en la Royal Society of Edinburgh en el año 1785. En él, explicaba su teoría de que la Tierra debe ser mucho más antigua de lo creído. Era imprescindible para dar suficiente tiempo a las montañas para erosionarse y a los sedimentos para formar nuevas rocas en el fondo del océano, que, eventualmente, se convertirían en suelo firme.

Del siglo XVIII a la actualidad

La aurora boreal sobre el Ersfjord, en la ciudad de Tromsø, Noruega Crédito: Bjørn Jørgensen - Visitnorway.com

Una aurora boreal sobre el Ersfjord, en la ciudad de Tromsø, Noruega
Crédito: Bjørn Jørgensen – Visitnorway.com

Durante el siglo XVIII, la opinión estuvo dividida entre los que creían que las rocas se depositaban en el océano durante las inundaciones, y los que defendían que se formaban a través del calor y el fuego. En un estudio en dos entregas, publicado en el año 1795, Hutton propuso que algunas rocas se forman por el calor volcánico, mientras otras lo hacen por la sedimentación. Estos procesos, según afirmaba, son constantes y funcionan en una escala de tiempo muy larga.

Ya en el siglo XIX, se crean los primeros mapas geológicos de Estados Unidos y Gran Bretaña. En 1830, Sir Charles Lyell, que se había visto influenciado por las teorías de Charles Darwin sobre la evolución de las especies, publicó su famoso Principios de la Geología. En él, afirmaba que los procesos geológicos han ocurrido a lo largo de la historia de la Tierra y que todavía siguen sucediendo. Una doctrina conocida como Uniformitarianismo.

En el siglo XX, la medición radiométrica permitió calcular que la edad de la Tierra era de dos mil millones de años. Antes de eso, los geólogos estaban divididos. Algunos creían que la edad era de cientos de millones de años. Otros creían que era de miles de millones. La comprensión de la escala del tiempo geológico no sólo destrozó los mitos del creacionismo. Nos hizo mejorar nuestra visión del tiempo cósmico. También se produjeron dos avances importantes: el desarrollo de la teoría de la tectónica de placas, y el refinamiento del cálculo de la edad de la Tierra. Hoy sabemos que nuestro planeta tiene, aproximadamente, 4.500 millones de años.

El futuro de la Tierra

La Tierra brillante y carbonizada del futuro lejano, con el Sol ya bien entrado en su fase de gigante roja.
Crédito: Wikimedia Commons CC BY-SA 3.0.

El futuro a largo plazo del planeta Tierra está íntimamente ligado al del Sol. Las estimaciones de durante cuánto tiempo será capaz de albergar vida oscilan entre los 500 millones y los 2.300 millones de años. Como resultado de la acumulación de helio en el núcleo de nuestra estrella, su luminosidad aumentará lentamente. En 1.100 millones de años, su luminosidad habrá aumentado un 10%. Seguido de un aumento de un 40% dentro de 3.500 millones de años.

Eso provocará un profundo cambio en la zona habitable de la Tierra. El aumento de la radiación tendrá un efecto nefasto en la vida y provocará la pérdida de los océanos. En un plazo de 500 a 900 millones de años, el aumento de las temperaturas acelerará el ciclo inorgánico del dióxido de carbono. Por lo que se reducirá a niveles muy bajos para las plantas. Habrá falta de vegetación, y de oxígeno en la atmósfera. Comenzará un ciclo de extinción durante millones de años. En mil millones de años, todo el agua se habrá evaporado y la temperatura media de la superficie será de 70ºC.

En consecuencia, se espera que la Tierra se habitable durante unos 500 millones de años (aunque algunos estudios llevan esas estimaciones incluso a los 1.200 millones). Sin embargo, podría extenderse incluso hasta los 2.300 millones de años. Para ello, sería necesario eliminar parte del nitrógeno presente en la atmósfera. En 5.000 millones de años, el Sol se convertirá en una gigante roja. Su radio se expandirá 250 veces hasta llegar, aproximadamente, a la órbita de la Tierra.

El futuro lejano de nuestro planeta

Una colonia espacial cilíndrica.
Crédito: NASA Ames Research Center

En este escenario, la Tierra se moverá a una órbita de 1,7 UA (250 millones de kilómetros) del Sol. Evitará verse envuelta por la estrella, pero será completamente inhabitable. Pero esta sólo es una de las posibilidades. Hay muchos parámetros que no conocemos, por los que es imposible conocer el destino exacto que aguarda a nuestro planeta. En otras simulaciones, se cree que nuestro planeta terminará siendo evaporado por el Sol moribundo.

En cualquier caso, la inmensa escala de tiempo de la formación, evolución y eventual destrucción (o no) del planeta, nos sirve para darnos cuenta de que la Humanidad no es más que una presencia muy reciente. Somos recién llegados en la historia de nuestro planeta. Tenemos mucho tiempo por delante en esta pequeña roca antes de vernos obligados a abandonarla. De hecho, si queremos que nuestra especie sobreviva, tendremos que convertirnos en una civilización espacial.

Nuestra amenaza más inmediata no es la destrucción de la Tierra a manos del Sol al final de su vida. Nuestra existencia puede ser borrada de un plumazo por fenómenos catastróficos más cercanos en el tiempo. Como la explosión de una supernova o la colisión de un asteroide suficientemente grande. De nosotros depende evitar ese destino. Pero mientras la Tierra sea nuestro hogar (y todavía lo será durante mucho tiempo), es nuestra obligación asegurarnos de que tratamos a este pequeño planeta como lo que es. La cuna y el hogar de la Humanidad.

Este es la última entrega de una serie de tres artículos sobre nuestro planeta. Puedes leer la primera parte aquí, y la segunda aquí.

Referencias: Universe Today