Las pruebas antisatélites, de actualidad por la llevada a cabo por Rusia, son un problema mucho más serio de lo que se podría pensar. Un grupo de investigadores ha trabajado en analizar qué consecuencias hubieran tenido, este tipo de pruebas, en un entorno espacial más poblado…

Las pruebas antisatélites son una fuente de problemas

Las pruebas antisatélites comenzaron allá por 2007 con China. La de Rusia, la última (al menos por ahora) tuvo lugar con el lanzamiento de un misil PL19 Nudol. El objetivo era KOSMOS 1408, un satélite de inteligencia ahora fuera de servicio, de los tiempos de la Unión Soviética. El impacto destruyó el satélite, creando un campo de restos de 1500 fragmentos rastreables. Así como hasta cientos de miles de fragmentos demasiado pequeños como para ser monitorizados con radares terrestres. Los restos de esa prueba fueron un problema.

El peligro de las pruebas antisatélites
La Vía Láctea, vista desde la Estación Espacial Internacional. Crédito: NASA/Reid Wiseman

Cruzaron la órbita de la Estación Espacial Internacional en diferentes ocasiones. Algo que provocó que la tripulación tuviese que tomar medidas de emergencia. Buscaron refugio en sus respectivas cápsulas de retorno, listos para regresar a la Tierra si la estación hubiese sufrido un impacto. Aunque ya no hay peligro, ni para la estación ni para la tripulación, la prueba fue un recordatorio más de que esas pruebas antisatélites son un peligro para la vida. Además, pueden provocar daños en el resto de infraestructuras espaciales.

Puede afectar a cosas como los satélites de comunicaciones y otros sistemas orbitales. Los restos de una prueba antisatélites pueden permanecer en órbita mucho tiempo tras el incidente inicial. Cuanto más alta sea la órbita, más tiempo permanecerá en el espacio. Si la infraestructura espacial, que el ser humano está desplegando, va a ser sostenible en el tiempo, las pruebas antisatélites tendrán que terminar pronto. La prueba del 15 de noviembre, por parte de Rusia, fue más bien irritante. Envió basura espacial hacia sus propios cosmonautas.

Rusia no es el único culpable

Pero la realidad es que, para bien o para mal, Rusia no es ni mucho menos el único país que ha llevado una de estas pruebas a cabo. En 2007, China destruyó uno de sus satélites, creando unos 40 000 fragmentos en una órbita alta. Lo suficientemente como para que muchos sigan orbitando. Permanecerán en el espacio durante décadas. Un año después, en 2008, Estados Unidos destruyó un satélite espía (suyo) que no funcionaba correctamente. Aseguraron que era un riesgo para la salud, de haber impactado en la superficie del planeta.

Era una excusa poco creíble, porque la basura espacial entra en la atmósfera constantemente. En muy raras ocasiones supone un riesgo. Al menos, su prueba tuvo lugar a una altitud inferior que la de China, por lo que los restos descendieron más rápidamente. Ya en 2019, India llevó a cabo su propia prueba, también a una altura más baja. Sin embargo, aunque el riesgo es menor, no quiere decir que sean seguras. El impacto puede provocar que los restos vayan a órbitas más elevadas. En definitiva, no hay forma de hacer una prueba antisatélites de forma responsable.

En la historia del ser humano hay casos de países que han recurrido al vuelo espacial para mostrar su poder militar. Pero, mirando al futuro, estas acciones no son razonables en un entorno espacial sostenible. Las consecuencias solo van a ir a peor, a medida que la órbita baja de la Tierra esté cada vez más poblada. Las megaconstelaciones de satélites van a aumentar exponencialmente nuestra presencia en las próximas décadas. Starlink, por ejemplo, ya ha alcanzado las casi 1700 unidades en el espacio. Motivo más que suficiente para la preocupación.

Las pruebas antisatélites serán catastróficas en el futuro

Ese aumento de naves ha provocado que los expertos estén preocupados con las pruebas antisatélites del futuro. Podrían ser catastróficas. En un nuevo estudio, dos investigadores han creado un modelo de las consecuencias de una prueba, como la llevada a cabo por India, en un entorno espacial mucho más poblado. ¿Qué pasaría si hubiese 65 000 satélites en órbita, en lugar de los, aproximadamente, 7000 actuales? En este escenario, habría un 30% de posibilidades de colisión por cada prueba que se llevase a cabo (para fragmentos de 1 centímetro o más).

En mayo de 2016, un pequeño fragmento de basura espacial provocó esto. Es un impacto de 7 milímetros de diámetro en el cristal de la Cúpula; uno de los módulos de la Estación Espacial Internacional. Crédito: ESA/NASA/Tim Peake

El impacto de un resto de menos de 3 milímetros sería casi inevitable. Es decir, cuanta más presencia tengamos en el espacio, menos margen de error habrá. Las pruebas antisatélites, por suerte, no parecen gozar de popularidad. La prueba de Rusia fue recibida con condenas y críticas internacionales. Pero puede que haga falta ir más allá. Las regulaciones internacionales, y los tratados, que prometen un buen comportamiento en el espacio, deberían ser actualizadas. Las naciones con capacidad de viaje espacial deberían ser líderes en este sentido.

Hay muchos desafíos a los que enfrentarse en la próxima década. Aspectos como el proteger correctamente a una tripulación de la radiación en misiones a largo plazo. Aprender a gestionar una megaconstelación de satélites sin que tenga un impacto profundo en la astronomía terrestre. A esa lista, cada vez más extensa, no es necesario añadirle los retos que plantean las pruebas antisatélites llevadas a cabo de forma irresponsable. Por lo que el planteamiento de los investigadores, y de muchas otras voces, es que, simplemente, deben terminar.

Estudio

El estudio es S. Thiele y A. Boley.; «Investigating the risks of debris-generating ASAT tests in the presence of megaconstellations». Está disponible para su consultar en la plataforma arXiv.

Referencias: Universe Today