Ayer SpaceX (una de las empresas del multimillonario Elon Musk, cofundador de Paypal y Tesla) lanzó su cohete Falcon 9. Por desgracia, explotó a los dos minutos de despegar, privando a la Estación Espacial Internacional de suministros, experimentos y equipo. Eso sí, no hubo que lamentar pérdidas humanas ya que era una misión no tripulada. Quizá este fallo no parezca nada demasiado importante, pero lo es, y mucho…

Es la tercera misión de reabastecimiento que fracasa

Foto tomada por Scott Kelly, del lanzamiento del Falcon 9. Crédito: Scott Kelly / NASA

Foto tomada por Scott Kelly, del lanzamiento del Falcon 9.
Crédito: Scott Kelly / NASA

En los últimos meses, ha habido tres intentos de llegar a la Estación Espacial Internacional con cargamento para los astronautas y para la propia estación. No hay que preocuparse respecto a la supervivencia de los astronautas, dado que tienen reservas suficientes para llegar hasta, al menos, otoño; pero pone de manifiesto lo difícil que es poner una nave en órbita (por mucho que sea la órbita baja de la Tierra).

Al incidente de ayer, hay que sumarle dos anteriores (que habían provocado que SpaceX estuviese bajo mucha presión para que la misión fuese un éxito). Primero, un cohete Antares, de Orbital ATK, que explotó el pasado mes de octubre, y posteriormente, la nave rusa Progress 59, de Roscosmos, perdió el control al llegar a la órbita de la Estación Espacial Internacional y se precipitó contra la atmósfera de nuestro planeta.

De momento no hay mucha información sobre qué es lo que provocó que el Falcon 9 explotase al llegar al final de la primera fase de lanzamiento. Lo único que hemos sabido es que, en palabras del propio Elon Musk, se produjo un exceso de presión en el tanque de oxígeno líquido de la fase superior. Algo que la propia NASA confirmaba horas más tarde al decir que no había señales de que se hubiera cometido ninguna negligencia.

Lanzamiento de un cohete Antares, de Orbital ATK. Crédito: Bill Ingalls

Lanzamiento de un cohete Antares, de Orbital ATK.
Crédito: Bill Ingalls

Quizá el aspecto más sorprendente de todo esto sea que es la primera vez que el Falcon 9 falla. Hasta ahora había completado 18 misiones con éxito. Quizá la parte más dolorosa sea que esta misión en particular era especial porque iba a ser la tercera prueba del plan de SpaceX de crear un cohete reutilizable. La intención era lograr que la primera fase del Falcon 9 se separase tres minutos después del lanzamiento y aterrizase en una plataforma en el Océano Atlántico.

Ese intento de aterrizaje ahora tendrá lugar el próximo 9 de agosto (a menos que se vea pospuesto tras los análisis posteriores al lanzamiento fallido de ayer), cuando se pondrá en órbita el satélite Jason-3 (el cuarto satélite de una misión conjunta de EEUU y Europa para monitorizar las temperaturas de la superficie oceánica y la circulación de las corrientes). En ese momento, se intentara el aterrizaje en la Base Vandenberg de la Fuerza Aérea americana.

Qué se ha perdido (en teoría)

Imagen de la plataforma que SpaceX utiliza en el océano para sus pruebas de aterrizaje. Crédito: SpaceX

Imagen de la plataforma que SpaceX utiliza en el océano para sus pruebas de aterrizaje.
Crédito: SpaceX

El cohete llevaba casi 2 toneladas de comida y suministros para la estación espacial. También se han perdido diversos experimentos estudiantiles y un sistema de filtración de agua, así como hardware destinado a ayudar al acoplamiento a la estación de dos nuevos vehículos de tripulación (y un par de HoloLens de Microsoft, que iban a ser utilizadas por los astronautas como parte de un programa experimental que les ayudaría con sus tareas).

Pero, por sorprendente que pueda parecer (especialmente al ver las imágenes), quizá no se haya perdido el cargamento. En el interior del Falcon 9 se encontraba el módulo de carga Dragón, y es posible que fuese expulsado de la nave momentos antes de la explosión (aunque no está claro si se desplegó el paracaídas para amortiguar el impacto con la superficie, de no ser así, no habría nada que recuperar, por mucho que el módulo llegase a salir intacto del Falcon 9).

Imagen de la nave Progress 47 (una de las variantes de Roscosmos) abandonando la EEI. Crédito: NASA

Imagen de la nave Progress 47 (una de las variantes de Roscosmos) abandonando la EEI.
Crédito: NASA

En cualquier caso, incluso si la próxima misión fracasase, la tripulación de la Estación Espacial Internacional seguiría a salvo. En Abril, en una presentación de la NASA, se indicaba que, con el nivel de comida presente en la estación en ese momento, no se entraría en el nivel de reserva hasta el 24 de julio, y se acabaría allá por el 5 de septiembre de este año.

Quizá parezca poco tiempo, pero la próxima misión de reabastecimiento está prevista para esta misma semana, el 3 de julio, momento en el que Roscosmos, de nuevo, intentará enviar a la estación una nueva nave Progress 59. Posteriormente habrá otra (la japonesa HTV-5) en agosto, y otro lanzamiento de SpaceX en septiembre. Es más, Orbital ATK también volverá a mandar suministros a la Estación Espacial Internacional este mismo año, a pesar de haber perdido su cohete Antares. En total, hay ocho misiones planeadas con destino a la Estación Espacial Internacional.

Por qué es importante que estas empresas funcionen

Recreación artística del satélite Jason-3. Crédito: NASA / JPL

Recreación artística del satélite Jason-3.
Crédito: NASA / JPL

La NASA retiró su transbordador espacial en 2011, perdiendo la capacidad de enviar astronautas desde suelo americano, y teniendo que pagar más de 70 millones de dólares por cada astronauta americano que quisieran mandar a la estación. Para terminar con esa dependencia de Rusia, la NASA esperaba utilizar contratistas (Boeing y SpaceX, especifícamente) para desarrollar capsulas que puedan permitirles reanudar el envío de astronautas a la estación desde su propio país. No será antes de 2.017, y mientras tanto seguirá tocando recurrir a la infraestructura rusa.

Pero no sólo es importante que SpaceX, Orbital ATK y otras empresas consigan salir adelante por los intereses de la NASA. También porque estamos en una época en la que el dinero público destinado al espacio está siendo recortado casi constantemente, mientras las empresas privadas están recibiendo importantes cantidades de dinero, al abrirse una oportunidad de negocio que hasta ahora parecía imposible. No es difícil imaginar que, en un futuro no muy lejano, la mayor parte de los avances para poder enviar misiones tripuladas a Marte, o incluso para poder financiar misiones de exploración planetaria, se recurra a lo que hagan estas empresas.

Despegue de la nave HTV-2 (precursora de HTV-5). Crédito: Naritama (NARITA Masahiro)

Despegue de la nave HTV-2 (precursora de HTV-5).
Crédito: Naritama (NARITA Masahiro)

Huelga decir, además, que cuantas más empresas privadas haya trabajando en el sector espacial, será más posible (y probable) que se puedan lograr avances que, de otro modo, quizá hubieran tardado años. No sería la primera vez que la agencia americana se ve obligada a posponer un proyecto por la reducción de presupuesto desde la administración central. Algo que no sucede en una empresa privada (en principio).

Y por último, es importante recalcar lo que quiere hacer Elon Musk. Si consigue crear un cohete reutilizable, el coste de los viajes espaciales puede verse reducido de manera muy, muy drástica. Hasta ahora, los motores de los cohetes eran utilizados una única vez, quemándose en la atmósfera o estrellándose contra la superficie del océano. Si logra que esta parte de los cohetes sea reutilizable (y todo parece indicar que lo conseguirá más temprano que tarde), se habrá dado un paso de gigante en muchos aspectos. Desde el coste de las misiones de reabastecimiento, a la posibilidad de poder dedicar más dinero del presupuesto de una misión a la misión en sí, en lugar de tener que invertirlo en el despegue. Puede ser, aunque parezca una bobada, un salto de gigante para poder lanzar no sólo misiones más baratas al espacio, si no mucho más frecuentes.

Referencias: Washington Post