La órbita baja de la Tierra debería ser un ecosistema protegido. Al menos eso es lo que plantea un artículo que defiende esta postura. De hecho, se ha llegado a solicitar al gobierno de Estados Unidos. ¿El motivo? Es una reacción frente al despliegue de constelaciones de satélites…
La órbita baja de la Tierra debería ser un entorno protegido
En agosto de 2021, las Cortes de apelaciones de Estados Unidos recibieron una solicitud, apoyada por varias organizaciones, para declarar la órbita baja de la Tierra como entorno protegido. Fue una respuesta a las enmiendas que la Administración de Aviación Federal realizó en la licencia de lanzamiento de satélites Starlink de SpaceX. El motivo por el que esto es importante está en el estado del espacio. Es una zona común. Algo similar a las aguas internacionales de los océanos. Es decir, no está protegido por un único país u organización.
En 1833, William Forster Lloyd describía el principio económico de la tragedia de los comunes. Explica que cualquier zona común, o recurso, que sea público y pertenezca a todo el mundo, será explotado sin piedad y agotado. Es algo que se ha visto durante miles de años en el agotamiento de minerales y la extinción de especies. Ahora, el ejemplo más reciente es el rápido ritmo de crecimiento de objetos artificiales en la órbita de la Tierra. En ese crecimiento se incluyen las megaconstelaciones de satélites de compañías como Starlink.
El artículo hace una comparación entre las amenazas en la superficie del planeta y el uso sin restricciones del espacio orbital. La amenaza aumenta poco a poco y viene de diferentes factores. La pregunta es, en esencia, si el espacio orbital debería seguir clasificado como un bien común explotado comercialmente y tratado como gratuito. Pero, en este punto hay que preguntarse, ¿qué es el espacio orbital? En los años 60, la Fédération Aéronautique Internationale (FAI) intentó definir dónde termina la atmósfera comienza el espacio.
La línea de Kármán como punto de división
Definieron la altura de 100 kilómetros sobre la superficie y la llamaron la línea de Kármán, en honor a Theodore Von Kármán, el ingeniero y físico que lo propuso. Aunque hay algunas definiciones que compiten por definir dónde comienza el espacio, la mayoría de organismos reguladores han aceptado la línea de Kármán (o algo muy cercano) como el estándar internacional. La mayor parte de la actividad espacial tiene lugar en una franja de 36 000 kilómetros alrededor del planeta, comenzando en la línea de Kármán. Este espacio está dividido en tres secciones.
Esa secciones son la órbita baja de la Tierra, la órbita media y la órbita geosíncrona. La órbita baja va desde los 100 hasta los 2000 kilómetros. Es donde se concentran la mayoría de los objetos artificiales, incluyendo satélites activos y basura espacial. Es una región muy ocupada con tráfico de comunicaciones, satélites militares y actividad científica. Una órbita, en esta región, tiene una duración de entre 90 y 120 minutos. Hay suficientes satélites, en esta zona, como para que cualquiera, desde el planeta, pueda ver un objeto cruzando el firmamento cada minuto.
A esa altura, todavía hay algo de atmósfera, por lo que la fricción atmosférica limita el tiempo de vida de cualquier satélite en la órbita LEO. Es decir, las cosas se desintegran más rápido. Su proximidad a la Tierra, por otro lado, permite que haya muy poco retraso en las comunicaciones. Es algo importante que tener en cuenta. A fin de cuentas, los satélites pueden enviarse a distancias mayores, a la órbita media (20 000 kilómetros) o la geosíncrona (35 786 kilómetros). A esas altitudes, hay una mejor cobertura de la Tierra, y hay menos fricción…
El problema de la basura espacial
Es decir, podemos desplegar menos satélites y además durarán más tiempo. La parte negativa es que habrá un mayor retraso en las señales. Los servicios de banda ancha más recientes han aprovechado el abaratamiento de los costes de lanzamiento para desplegar miles de satélites pequeños en la órbita LEO. El retraso, allí, es de milisegundos y la señal es mucho más intensa. Con tantos satélites en órbitas bajas e inestables, podemos esperar una lluvia constante de objetos que reentran en la atmósfera y se desintegran.
Al hacerlo, depositan miles de toneladas de minerales exóticos y elementos químicos en las capas altas de la atmósfera. Los efectos a largo plazo todavía no han sido descubiertos, pero la preocupación va en aumento. Principalmente por la amenaza física que supone la basura espacial en la atmósfera. También por asuntos más complejos, como el acceso al firmamento para la astronomía aficionada y profesional. Las constelaciones de satélites oscurecen la visión y además aumentan la contaminación lumínica, además de todos los problemas que aporta.
Pero, ¿debemos preocuparnos? En 2008 solo había 2000 satélites activos. Tras los últimos lanzamientos, esa cifra ya es más del doble. Hacia 2030, se espera que tengamos hasta 100 000 satélites en la órbita de la Tierra. La realidad, a pesar de las advertencias que se están lanzando, es que todavía no se está prestando mucha atención. Veremos si, en los próximos años, con una mayor cantidad de satélites en el espacio, y un impacto mucho más visible, en cuestiones como la contaminación lumínica, la perspectiva cambia…
Referencias: Universe Today