Astrobitácora E02 es el segundo programa especial de esta fiestas. En esta ocasión, ya en 2020, nos enfrentamos a la ciencia del año bisiesto y la utilidad del calendario gregoriano. Una herramienta muy interesante para medir el paso del tiempo…
Astrobitácora E02: La ciencia del año bisiesto
Acabamos de arrancar un nuevo año. 2020 es el inicio de un nuevo decenio (aunque se usa década en su lugar) y, más interesante en este caso, un año bisiesto. Es una oportunidad magnífica, por tanto, para repasar por qué tenemos años bisiestos, cuál es el criterio por el que funcionan y, también, su origen. El calendario gregoriano, que es el que utilizamos en gran parte del mundo, encuentra sus raíces en el calendario juliano, que presentaba imperfecciones que obligaban a corregirlo. De ahí nace la necesidad de introducir un día adicional.
Nuestro planeta tarda 365,25 días en dar una vuelta alrededor del Sol. Así que, cada 4 años, esas 6 horas sobrantes se suman y se añade un día más al mes de febrero. Pero no basta con hacerlo cada 4 años. Es necesario añadir más excepciones, porque la duración del año no es exactamente de 365 días y 6 horas, por lo que, a la larga, se terminarían produciendo desajustes. Esto ya fue contemplado en el diseño del calendario, convirtiéndolo en una herramienta fiable para medir el paso del tiempo en una escala de miles de años…
Aunque de una naturaleza muy diferente, a esto le podemos sumar los segundos intercalares, que se añaden de forma irregular y siempre que se considera necesario. Son útiles para garantizar que, por ejemplo, los relojes de los GPS no se desfasan. Ambos son buenos recordatorios de la importancia de medir el paso del tiempo correctamente, y por qué nos encontramos con años bisiestos o segundos intercalares. El próximo programa ya tendrá la duración habitual. Puedes escuchar Astrobitácora E02 en iVoox, iTunes, Spotify y aquí mismo:
Astrobitácora – E02 – La ciencia del año bisiesto
YouTube: La soledad de una civilización inteligente
Esta semana, en YouTube, he publicado otra entrega de Hijos del Cosmos, la serie de ensayos, sobre diferentes aspectos, que escribí hace algún tiempo. En esta ocasión, hablo de la posibilidad de encontrar vida inteligente en otros lugares de la galaxia y del universo. De cómo, para bien o para mal, la nuestra es la única civilización que conocemos a día de hoy. Algo que nos obliga a ser conscientes de nuestra responsabilidad. Porque, por improbable que parezca, puede que seamos los únicos seres inteligentes que existen en el universo.
Si eso fuese así, sería un añadido más a la larga lista de motivos por la que tenemos que ser cuidadosos. Por un lado, con la Tierra, el único hogar que conocemos. Por otro, con nuestra propia supervivencia. Porque, si realmente fuésemos la única civilización inteligente, sería una irresponsabilidad que desapareciésemos. Pero también nos afecta a un nivel mucho más personal. En nuestro día a día. ¿Cómo cambiaremos cuando colonicemos otros lugares del Sistema Solar? ¿Llegaremos algún día a encontrar otras civilizaciones?
Quizá nunca encontremos otras civilizaciones, aunque existan en este preciso instante. Puede que estemos condenados a ser una civilización en soledad, como el resto, incapaces de comunicarnos con ellas, porque las propias limitaciones del universo hagan que sea imposible. Es decir, es importante entender cuál es nuestro lugar, como especie, en el cosmos, porque puede que seamos los guardianes de algo tan valioso e importante como ser conscientes de la existencia del propio universo… Puedes ver el vídeo al principio de este artículo o, también, escucharlo en iVoox.