Después de hablar de la tecnología de las civilizaciones extraterrestres, y de cómo es posible que su desarrollo no sea necesariamente el que podemos suponer en clasificaciones como la escala de Kardashov, toca hablar de cómo puede evolucionar nuestra propia tecnología y de un destino inevitable para nuestra especie: el salto al espacio

Sin señales de civilizaciones avanzadas

Representación artística de la Tierra y la Vía Láctea vistas desde el espacio.

Representación artística de la Tierra y la Vía Láctea vistas desde el espacio.

A priori, partiendo de la base de que no tenemos ninguna civilización con la que compararnos (salvo la nuestra), no parece que la escala de Kardashov sea una mala idea. Sin embargo, su clasificación implica una expansión imparable de la energía necesaria para las civilizaciones en función de su desarrollo. El razonamiento es simple, pasamos de una civilización con la capacidad de utilizar los recursos energéticos de su planeta, a utilizar los de su estrella, y finalmente a la energía de toda su galaxia (las civilizaciones de tipo III).

De ahí surge el interés en intentar observar civilizaciones que puedan tener la capacidad de funcionar en una escala tan colosal. Una civilización de tipo III en la escala de Kardashov, en su manipulación de una energía tan sumamente grande, debería emitir una señal que debería ser observable incluso por una civilización comparativamente primitiva como la nuestra (que en esa escala tendría una clasificación aproximada del 0,7, al menos tal y como plantearon en su momento algunos científicos como Carl Sagan).

Concepto artístico de una esfera de Dyson. Crédito: Adam Burn

Concepto artístico de una esfera de Dyson, una hipotética construcción que podría estar al alcance de una civilización de Tipo II en la escala de Kardashov.
Crédito: Adam Burn

Por ahora no hemos visto señales de la posible existencia de ninguna de estas civilizaciones, aunque se han intentado hacer búsquedas en los datos astronómicos que hemos recolectado hasta el momento. Sin embargo, aunque nuestra historia nos demuestra que nos expandimos siempre y cuando tengamos recursos que nos sostengan, cabe plantearse una pregunta de lo más razonable. ¿Una sociedad alienígena se comportaría de la misma manera?

Si las civilizaciones no se expanden de manera exponencial (a diferencia de nosotros), quizá porque hayan concluido que es un modelo insostenible, entonces una civilización tecnológica con un desarrollo medio puede estar en un punto de su camino mucho más anterior, centrada en mejorar las condiciones en las cercanías de su hogar. Aunque no es tan llamativo como encontrar una manipulación a nivel de toda una galaxia, eso implica que habría diferentes señales que podrían ser captadas por iniciativas como el proyecto SETI, que estarían muy por encima de nuestra capacidad de desarrollo, pero muy lejos de lo que hipotéticamente podría hacer una civilización de tipo III.

El espacio es inevitable

Marte, fotografiado por el telescopio Hubble en 2003. Crédito: NASA, ESA, and The Hubble Heritage Team (STScI/AURA)

Marte, uno de los planetas del Sistema Solar que más intensamente estamos analizando.
Crédito: NASA, ESA, and The Hubble Heritage Team (STScI/AURA)

A veces, este tipo de razonamiento nos puede llevar a imaginar planetas en los que las sociedades hayan centrado su atención en sí mismos, alejándose de la exploración y adoptando un estilo de vida con poca tecnología, pero nada más lejos de la realidad. No es difícil imaginar proyectos, a escala planetaria, que nuestros descendientes podrían querer aplicar para mantener la Tierra en buen estado mientras reducimos el nivel de contaminación atmosférica y trabajamos en crear entornos sostenibles.

Ese tipo de tareas requieren programas espaciales y astronomía avanzada. Si queremos comprender los diferentes caminos que podría seguir la evolución planetaria, tendremos que ir a esos planetas. Recoger datos para comprender por qué Venus se ha convertido en el lugar infernal que conocemos, o por qué Marte no es capaz de mantener unas condiciones que lo hagan habitable. También tenemos que estudiar exoplanetas con muchas de esas mismas interrogantes en mente, comprendiendo cómo se forman los sistemas estelares alrededor de estrellas lejanas, y comprobando qué sucede en sistemas que sean muy diferentes al nuestro.

La curiosidad empuja a nuestra especie hacia la exploración planetaria incluso mientras aprendemos a gestionar nuestro propio hogar, y parece razonable pensar que una civilización alienígena podría hacer lo mismo. Además, tenemos la obligación de proteger nuestro mundo de catástrofes y extinciones en masa (de las que tenemos constancia innegable en nuestro pasado geológico). También necesitamos ser capaces de operar lejos de la Tierra para tener la capacidad de cambiar las trayectorias de asteroides o cometas que puedan estar en rumbo de colisión. Así que, visto desde ese prisma, todas esas tecnologías son, en cierto modo, una póliza de seguros que surgen en conjunto con nuestro interés sobre cómo han evolucionado otros mundos. El espacio es una parte indispensable de una sociedad tecnológicamente sana.

Viajando a otras estrellas

Concepto artístico del planeta, Próxima b, orbitando alrededor de su estrella, con Alfa Centauri A y B al fondo. Crédito: ESO/M. Kornmesser

Concepto artístico del planeta Próxima b orbitando alrededor de su estrella, con Alfa Centauri A y B al fondo.
Crédito:
ESO/M. Kornmesser

La pregunta es inevitable. Más allá del Sistema Solar… ¿podemos alcanzar las estrellas? Uno de los planteamientos más interesantes en el campo de la ciencia ficción es algo que podríamos llamar la nave generacional. Mientras en muchas obras se opta por el viaje instantáneo, en este caso se propone viajar a un pequeño porcentaje de la velocidad de la luz. La nave generacional no rompe las leyes de la física y sacrifica el tiempo de viaje para permitir su propia sostenibilidad, crea una cultura a bordo de una nave en constante viaje hacia las estrellas. Eventualmente se llega a esos destinos, generaciones después. De momento sólo es ciencia ficción, pero no es descabellado pensar que un día podamos ver una nave así como una solución razonable, no sólo para llegar a otras estrellas, si no como una superficie habitable alternativa.

En cierto modo, la nave generacional no es más que una analogía tecnológica a algo que está en nuestro propio pasado. Basta recordar las migraciones humanas en un pasado muy lejano, partiendo de África hacia todos los rincones del planeta. Cada migración forzaba a las generaciones venideras a enfrentarse a cosas que no habían escogido, exactamente del mismo modo que las decisiones que tomamos hoy en día sobre nuestra tecnología producirán una civilización que entregaremos a descendientes que no habrán tenido voz alguna en el asunto. La necesidad de explorar es innata en nuestra especie, y por eso puede que algún día desarrollemos una nave de ese tipo, incluso mientras se trabaja en otros métodos de viaje mucho más rápidos.

Concepto artístico del proyecto Breakthrough Starshot. Crédito: breakthroughinitiatives.org

Concepto artístico del proyecto Breakthrough Starshot.
Crédito: breakthroughinitiatives.org

A fin de cuentas, sólo estamos hablando de una extensión de lo que ya estamos haciendo. Estamos llevando nuestra tecnología espacial al límite, especialmente ahora que comenzamos a hablar (aunque sea en una fase muy temprana) de la creación de naves interestelares, impulsadas por velas, que nos permitirán llegar a nuestros objetivos en décadas. Ese es el planteamiento del proyecto Breakthrough Starshot, que tiene como objetivo visitar Alfa Centauri, la estrella más cercana al Sol.

Nuestro espíritu de exploración no ha frenado porque hayamos observado los planetas del Sistema Solar. Al contrario, estamos intentando conseguir datos, que ni siquiera están al alcance de nuestros telescopios más potentes, para poder mejorar nuestros conocimientos sobre los planetas que hemos encontrado en las estrellas más cercanas a la nuestra, cada una con sistemas muy diferentes.

Una civilización espacial

Carl Sagan, en una imagen de Cosmos: Un viaje personal.

Carl Sagan, en una imagen de Cosmos: Un viaje personal.

Como decía Carl Sagan: la superficie de la Tierra es la orilla del océano cósmico. En ella, hemos aprendido la mayor parte de lo que sabemos. Recientemente, nos hemos adentrado un poco, quizá hasta el tobillo, y el agua parece agradable. Parte de nuestro ser sabe que éste es el lugar del que vinimos. Ansiamos volver, y podemos, porque el cosmos está dentro de nosotros. Estamos hechos del material de las estrellas. Somos una forma de que el cosmos se conozca a sí mismo.

El espacio está intrínsecamente relacionado con una cultura que, poco a poco, parece estar comenzando a comprender los efectos que nuestra propia tecnología está teniendo en el planeta, el único hogar que conocemos. Así que, aunque no estuviese en un nivel muy avanzado de la escala de Kardashov, ni su tecnología estuviese tan por delante de la nuestra como se podría suponer, no es inimaginable pensar que una civilización alienígena explorará los planetas y estrellas más cercanos a su hogar, a su propio ritmo, exactamente de la misma manera en que nosotros lo estamos haciendo. ¿Quién sabe qué tipo de protocolos de contacto podrían llevar a una cultura así a evitar desvelar su presencia a aquellos con los que se encuentren? ¿Quién sabe qué tipo de filosofías sobre el espacio y el tiempo podrían desarrollarse de un razonamiento así?

Porque, no nos engañemos, dejar nuestro hogar atrás no es sólo una cuestión de distancia, también de tiempo, especialmente si hablamos de otros lugares de la galaxia. De Marte sólo nos separan unos minutos-luz, pero de Alfa Centauri, la estrella más cercana, nos separan más de cuatro años-luz, y esa distancia se convierte en un lapso de tiempo cada vez mayor. Convertirse en una especie interestelar conlleva, necesariamente, la implicación de nuestros descendientes. Una humanidad esparcida por la galaxia estaría, efectivamente, aislada en pequeños núcleos independientes, incapaces de comunicarse con otros lugares de la galaxia en un lapso de tiempo razonable (al menos con la tecnología que tenemos hoy en día).

Imagen del telescopio Hubble poco después de separarse del transbordador Discovery, en 1990. Crédito: NASA

Imagen del telescopio Hubble poco después de separarse del transbordador Discovery, en 1990.
Crédito: NASA

Para viajar, e incluso para enviar mensajes, a otras estrellas, tendremos que comenzar discusiones, proyectos y viajes que serán terminados por nuestros descendientes. Si lo hacemos no seremos los primeros. Sólo estaremos siguiendo los pasos de los que vinieron antes que nosotros. Los constructores de pirámides y catedrales rara vez vivían hasta ver la culminación de su proyecto, sabían perfectamente que era algo cuya labor tendría que ser continuada por los que viniesen después. La ciencia no es tan diferente. Muchos hallazgos e investigaciones actuales sólo son posibles por el trabajo de los que vinieron antes que nosotros…

En este tiempo que nos ha tocado vivir, parece que esos objetivos que van más allá de nosotros mismos han desaparecido, pero es una cualidad innata en nosotros que ha resurgido constantemente a lo largo de nuestra historia. El futuro no lo construiremos nosotros, ni nuestros descendientes, ni los suyos. Es algo que viene construyéndose desde tiempos inmemoriales, y tenemos que asegurarnos de que las generaciones venideras continúan con el legado de nuestra civilización. Un día, ya sea dentro de un siglo o dentro de mil, la humanidad será una especie interestelar (si no nos extinguimos antes por nuestra propia cortedad de miras), y sólo habrá sido posible llegar a ese punto gracias a todos los que vinimos antes de que ese objetivo fuese una realidad. Hay una maldición china que seguramente hayas oído en alguna ocasión: Ojalá vivas tiempos interesantes. Es capacidad nuestra hacer que lo sean…

Referencias: Centauri Dreams