El 1 de septiembre de 1859, el sol liberó una tremenda llamarada solar que produjo auroras boreales espectaculares en latitudes muy alejadas de lo normal. Unos 200 años antes, el Sol registró un período de actividad solar inusualmente baja… Hagamos un repaso de dos de los eventos solares más populares…

El Mínimo de Maunder (y la pequeña Edad de Hielo)

Cantidad de manchas solares durante los últimos 400 años. Crédito: Robert A. Rohde

Cantidad de manchas solares durante los últimos 400 años.
Crédito: Robert A. Rohde

A lo largo de once años, el Sol pasa por un aumento y disminución en la cantidad de manchas solares en su superficie. Es lo que denominamos ciclo solar, y define la actividad que podemos esperar de nuestro astro en forma de tormentas solares. A mayor presencia de manchas solares, mayor cantidad de eyecciones de masa coronal, y mayor cantidad de llamaradas solares. Pero del mismo modo, a menor cantidad de manchas solares, menor es la posibilidad de que el Sol envíe una llamarada solar en nuestra dirección.

Entre los años 1.645 y 1.715 (es decir, unos seis ciclos solares y medio) apenas aparecieron manchas solares. De hecho, fueron tan pocas, que según los observadores de la época, hubo un período de 30 años en el que no se debieron ver más de 50 manchas, en contraposición con las 40 o 50.000 que podemos observar hoy día (las herramientas a nuestra disposición hoy en día también ayudan, pero en cualquier caso es evidente que durante aquel período la actividad solar fue muy, muy baja).

El Támesis congelado.  Cuadro de Abraham Hondius (1631-1691)

El Támesis congelado.
Cuadro de Abraham Hondius (1631-1691)

De por sí, el fenómeno no es algo que, ni mucho menos, deba preocuparnos, en absoluto. Los estudios sugieren que en los últimos 8.000 años, el sol ha experimentado al menos 18 mínimos con una intensidad similar, y que quizá pase hasta una cuarta parte del tiempo que esté en secuencia activa en períodos así de tranquilos.

La parte más interesante del Mínimo de Maunder (una vez que dejamos atrás el funcionamiento de los ciclos solares), quizá, es que coincidió con un período al que conocemos como la Pequeña Edad de Hielo, durante el que Europa y Norteamérica se vieron sujetas a inviernos muy fríos. En algunos de ellos, la temperatura fue tan baja que el río Tamésis se congelaba a su paso por Londres, algo que dejó de suceder en el siglo XIX. Eso sí, hay que mencionar que no influyó sólo el clima en la congelación (y posterior falta de congelación) del Támesis: el curso del río sufrió diversos cambios durante los años posteriores, se eliminó un viejo puente medieval y se erigieron algunas construcciones que provocaron un aumento de cauldal. A mayor caudal, es necesario más frío para poder congelar la superficie de un río.

El viejo puente de Londres. Cuadro de Claude de Jongh (1606-1663)

El viejo puente de Londres.
Cuadro de Claude de Jongh (1606-1663)

Puede ser tentador establecer una conexión entre el mínimo de Maunder y la pequeña Edad de Hielo, pero la verdad es que no fue una edad de hielo propiamente dicha. No fue una bajada de temperaturas a escala global, y los veranos, incluso en las zonas afectadas, no fueron especialmente diferentes a los veranos previos al mínimo de Maunder; además, no todos los inviernos fueron igual de fríos, así que en realidad, para ser honestos, le hemos dado un nombre un tanto exagerado (fue un período inusualmente frío, sí, pero nada similar a una edad de hielo).

Es posible, según la NASA, que la cantidad de radiación ultravioleta emitida por el Sol a lo largo de un ciclo solar varíe más de lo que los científicos puedan pensar, y eso influya en el clima. Asímismo, en 2011, la revista Nature Geoscience publicó un modelo climático en el que ligaba la baja actividad solar con el comportamiento de la corriente en chorro y los veranos suaves en ciertos lugares (sur de Europa y Canadá/Groenlandia) y los inviernos más fríos en otros (norte de Europa y los Estados Unidos). Sea como fuere, la realidad es que el invierno más frío en Inglaterra, sucedió en el invierno de 1.683 a 1.684, y sólo 2 años después, registraron el quinto más cálido en el registro de 350 años de temperaturas de Inglaterra Central. Ambos inviernos sucedieron en pleno mínimo de Maunder; por tanto, es posible que los mínimos solares sean un factor determinante en el rigor del clima en el planeta, o que sólo sea un factor más.

El evento Carrington

Dibujo de las manchas solares vistas por Richard Carrington, el 1 de septiembre de 1859. Crédito: Richard Carrington

Dibujo de las manchas solares vistas por Richard Carrington, el 1 de septiembre de 1859.
Crédito: Richard Carrington

Hasta ahora he hablado del extremo más «tranquilo» (por llamarlo de alguna manera) del ciclo solar. El mínimo de Maunder es una anomalía porque la cantidad de manchas solares fue extremadamente baja, pero durante los ciclos solares de 11 años, el Sol pasa de una cantidad de manchas solares alta a una más baja. Como decía al princpio, a más manchas solares, más actividad solar, y por tanto más llamaradas solares. El 1 de septiembre de 1.859, se produjo una de las tormentas geomagnéticas más grandes de las que tenemos conocimiento (en realidad ha habido otras similares, la más reciente, hasta donde alcanza mi conocimiento, en 2.012, pero no fue en la dirección de la Tierra).

Como consecuencia de esa tormenta, se vieron auroras en todo el mundo, llegando en el hemisferio norte tan al sur como el mar Caribe (o Sevilla en el caso de nuestro país); algunas fueron tan luminosas, que permitían leer bajo su luz. Pero si las auroras fueron espectaculares, las consecuencias para nuestra tecnología también lo fueron.

Llamarada solar del 31 de agosto de 2012. Crédito: NASA Goddard Space Flight Center

Llamarada solar del 31 de agosto de 2012.
Crédito: NASA Goddard Space Flight Center

Por suerte, en aquella época nuestra mayor tecnología era el incipiente sistema de telégrafos que estaban empezando a instalarse por toda Europa y Norteamérica. Los efectos fueron severos: ardieron los cables de las líneas de telégrafo, además sus operadores recibieron descargas eléctricas, y las columnas emitieron chispas. Algunos operadores de telégrafo pudieron seguir enviando y recibiendo mensajes a pesar de haber sido desconectados de sus fuentes de alimentación.

El sábado, 3 de septiembre de 1.859, un periódico local de Baltimore escribía lo siguiente: «Aquellos que se encontraban en la calle en la noche del jueves tuvieron la oportunidad de presenciar otra magnifica demostración de las luces de la aurora. El fenómeno fue muy similar al visto el pasado domingo, aunque la luz fue, en ocasiones, incluso más brillante, y los tonos prismáticos más variados y exuberantes. La luz parecía cubrir todo el firmamento, como una especie de cortina luminosa a través de la que brillaban las estrellas de mayor magnitud. La cantidad de luz era superior a la de la luna llena, pero tenía una delicadeza y suavidad indescriptibles que parecían  envolver todo lo que cubría. (…)»

No hace falta remontarnos hasta el evento Carrington para encontrar una tormenta geomagnética que afectase a nuestras instalaciones eléctricas, en marzo de 1.989, otro fenómeno similar (pero no tan potente) fue el responsable de que una buena parte de la ciudad de Quebec (Canadá) se quedase sin energía eléctrica durante varias horas.

Las consecuencias del evento Carrington en la actualidad

Syncom I, el primer satélite geosíncrono Crédito: NASA

Syncom I, el primer satélite geosíncrono
Crédito: NASA

Desde hace años los científicos vienen avisándonos del peligro que puede entrañar una tormenta similar a la que provocó el evento Carrington. Hoy en día nuestro mundo depende casi por completo de la tecnología, y el impacto podría ser catastrófico. A fin de cuentas, una tormenta solar, lo suficientemente intensa, va acompañada de un pulso electromagnético (similar al de una bomba de pulso electromagnético) y puede cargarse prácticamente todo lo que tenemos.

Por suerte, con las herramientas que tenemos hoy en día es posible predecir las tormentas solares con varios días de antelación, lo que permitiría crear planes de emergencia para proteger nuestra infraestructura eléctrica (por ejemplo, desconectando las centrales eléctricas durante el margen de tiempo necesario para evitar que las redes se sobrecarguen). Nuestros satélites se llevarían la peor parte (algo especialmente negativo si tenemos en cuenta que dependemos de ellos tanto para las comunicaciones como para el uso de sistemas GPS, del que dependen, por ejemplo, muchos sistemas de aviación), pero no sería catastrófico. Aunque se encuentran fuera de la protección que proporciona nuestra atmósfera (recuerda, los satélites geoestacionarios orbitan a unos 36.000 kilómetros de altura), sí están dentro del campo magnético de la Tierra.

Es muy posible que las auroras boreales que se llegaron a ver en la Península tuvieran un aspecto similar a ésta. Crédito: Tobias Billings / NASA

Es muy posible que las auroras boreales que se llegaron a ver en la Península tuvieran un aspecto similar a ésta.
Crédito: Tobias Billings / NASA

En definitiva, es un tema muy delicado, porque es fácil caer en el sensacionalismo de algunos medios, pero hoy por hoy, lo que sabemos es que una tormenta solar como la que provocó el evento Carrington es cuestión de tiempo. Por suerte para nosotros, nos estamos alejando del período de mayor actividad del Sol en el presente ciclo (el número 23, si te lo estás preguntando), que llegó a su pico en 2013, y también sabemos que en algunos casos, donde se esperaba que algún satélite terminase frito por culpa de alguna tormenta solar, las consecuencias fueron menores de lo esperado.

En cualquier caso, recuerda, como seres vivos, no tenemos nada que temer de las tormentas solares (nos protegen tanto la atmósfera del planeta como el campo magnético), y en el caso de nuestra tecnología… el tiempo lo dirá (aunque será el propio tiempo, también, el que nos permita seguir mejorando nuestros sistemas y poder desarrollar mejores métodos para proteger nuestra tecnología). Mientras tanto, si es que algún día llega una tormenta así, los científicos seguirán mirando al Sol, perfeccionando su entendimiento de este fenómeno; y nosotros seguiremos maravillándonos al oír hablar de las auroras boreales…

Referencias: Wikipedia  y EarthSky