China está planeando lanzar una luna artificial para iluminar su cielo en 2020. La idea sobre el papel podría parecer, incluso, intrigante. Pero lo cierto es que hay muchas dudas sobre si realmente podrían llevar a cabo algo así…

Lunas artificiales para reemplazar la iluminación pública

China planea lanzar una luna artificial para iluminar sus ciudades

La Luna observada por la sonda Galileo el 7 de diciembre de 1992.
Crédito: NASA/JPL/USGS

El plan es bastante simple. China quiere lanzar una luna artificial que ilumine el cielo nocturno. Un satélite, en la órbita de nuestro planeta, que iluminaría la ciudad de Chengdu. Brillaría como nuestro satélite, solo que con un brillo ocho veces más intenso. La idea es lanzarlo en 2020. Después, en 2022, se lanzarían tres satélites más. El objetivo, según la organización es que esta luna artificial (y las que se lancen posteriormente) reemplacen la iluminación urbana.

Esta luna artificial orbitaría a una distancia de 500 kilómetros sobre la ciudad. Reflejará la luz del Sol hacia la superficie de la Tierra. La única diferencia con la Luna, en ese sentido, es que ese satélite podrá ser controlado. Según la organización que planea este lanzamiento, se podrá controlar tanto la ubicación como el brillo de la luna artificial. Si es necesario, puede apagarse por completo. Además, puede ser llevado a otros lugares

Podría, por tanto, usarse para iluminar un lugar que necesite ese brillo nocturno. Concretamente, ponen como ejemplo lugares en los que se estén llevando a cabo misiones de rescate. El objetivo de toda esta idea, en cualquier caso, es reducir el coste de la iluminación pública en las ciudades de China. Esta luna artificial podría iluminar alrededor de 50 kilómetros cuadrados del cielo nocturno de Chengdu. La estimación es que se podrían ahorrar unos 170 millones de euros al año.

Una idea interesante pero con muchos inconvenientes

La ciudad de Chengdu.
Crédito: Wikimedia Commons/Wwklion

Con los cuatro satélites en funcionamiento (la luna artificial de 2020 y otras tres en 2022) se podría cubrir mucha más superficie. Aproximadamente, se podrían iluminar hasta 6 400 kilómetros cuadrados durante 24 horas. Estamos ante un proyecto grande y ambicioso, de eso no cabe la menor duda. Pero también, precisamente por eso, plantea muchísimas dudas. Es más, no es la primera vez que se juega con la idea de una luna artificial.

Ya en la década de los 90, Roscosmos, la agencia espacial rusa, intentó algo muy parecido. Lanzó satélites reflectantes al espacio. Uno de ellos se averió durante la fase de despliegue. El proyecto terminó siendo abandonado poco tiempo después. Por otro lado, está el impacto que podría tener en los hábitos de sueño de seres humanos y animales. Aunque, según la organización, no habrá una diferencia palpable.

Las primeras pruebas tendrán lugar en un desierto. Así que el rayo de la primera luna artificial no debería afectar a ninguna persona en la Tierra. Tampoco, prometen, a los observatorios que pueda haber en la región. Cuando, por fin, la luna artificial esté funcionando, los habitantes de Chengdu solo verán una estrella brillante. No será una luna gigante. Si todo funciona bien, se abrirían las puertas a la posibilidad de usar energía desde el espacio. Pero no hay muchos motivos para el optimismo.

La luna artificial probablemente nunca llegará a funcionar

Contaminación lumínica en Ciudad de México en 2005.
Crédito: Fernando Tomás

Los pocos detalles que se han publicado ya hacen sospechar que algo no termina de encajar. Un satélite a 500 kilómetros de altura no sería capaz de estar en un mismo lugar de forma constante. Por cómo lo han descrito, se da la impresión de que esa luna artificial se mantendrá constantemente sobre el mismo lugar. Pero eso no es posible, no a esa altura. Tenemos un ejemplo muy conocido para saber que algo no funciona.

La Estación Espacial Internacional, que orbita a una altura similar (algo más de 400 kilómetros), completa 16 vueltas alrededor de la Tierra cada 24 horas. Para permanecer en un lugar fijo sobre la superficie del planeta, tendría que estar mucho más lejos. Hablamos de la órbita geoestacionaria, a 35 786 kilómetros de nuestro planeta. A esa distancia, la luna artificial tendría que ser gigantesca para poder ser visible.

A los 500 kilómetros de distancia a los que estará, solo podrá iluminar un lugar de la Tierra durante unos instantes. Para mantener una luna artificial sobre el mismo lugar, haría falta motores y, por supuesto, mucho combustible. Habría que proporcionar nuevo combustible, constantemente al satélite. Así que el ahorro en el coste, en comparación a la iluminación tradicional, terminaría desapareciendo rápidamente.

Una constelación de lunas artificiales

Comparación entre el cielo de una zona rural (arriba) y metropolitano.
Crédito: Jeremy Stanley

Una posibilidad sería lanzar un enjambre de pequeñas lunas artificiales. De tal modo que cuando una sale del campo de visión de la ciudad de Chengdu, otra entre en la región. Incluso esto tampoco funcionaría demasiado bien. A esa altura, a 500 kilómetros, es necesario corregir la órbita de los satélites constantemente. Aunque es un efecto leve, a esa altura todavía hay fricción atmosférica, que frena a los satélites y, sin motores para corregirlo, provocaría su reentrada.

Por lo que, se mire por donde se mire, la idea flaquea desde ambas perspectivas. Una sola luna artificial no podría iluminar la ciudad. Una legión de lunas artificiales tendría un coste mucho más elevado que el de la iluminación pública. Además, no parece que sea la solución más apropiada para un problema tan serio como el de la contaminación lumínica. En muchas ciudades se está intentando reducir el impacto de la iluminación nocturna.

Ir en la dirección contraria parece, como mínimo, extraño. El exceso de iluminación nocturna afecta a los animales nocturnos, dificulta la visión de las estrellas, e incluso puede afectar al propio ritmo de funcionamiento de nuestro cuerpo. Una luna artificial iluminaría toda la superficie. La iluminación urbana terrestre solo ilumina las calles y partes de la ciudad que realmente lo necesitan. Además, eso dificultaría aún más poder observar las estrellas…

La prueba de Rusia no funcionó

El satélite Znamya 2, un intento de luna artificial de la Agencia Espacial Rusa.
Crédito: QSI/MIR

Además, lo que le sucedió a Rusia en 1994 no invita al optimismo. Su luna artificial era un círculo plástico, recubierto de aluminio, con 20 metros de diámetro. Fue lanzado desde la estación espacial Mir y se desplegó en el espacio. Los astronautas en la estación pudieron detectar un tenue brillo en dirección al suelo. En la superficie, los observadores tan solo pudieron ver un breve destello en el firmamento. La prueba del segundo satélite no funcionó y el plan terminó abandonado.

La idea, originalmente, era tener una legión de esos discos, con un diámetro de 200 metros, que proporcionasen iluminación a la superficie. En ningún momento llegó a plantearse, siquiera, cómo se mantendrían sus órbitas y cómo se aseguraría que apuntasen en la dirección correcta. Por eso, la idea de China de lanzar una luna artificial parece mucho más una extravagancia que un proyecto que pueda resultar en algo tangible.

Además, lo último que necesitamos es hacer que nuestro firmamento sea todavía más difícil de observar. La iluminación de nuestras ciudades no solo funciona adecuadamente, en muchos casos es excesiva. Las nuevas tecnologías, como los LED, están ayudando a reducir costes. En el camino, también esperamos que se reduzca la contaminación lumínica. Lo último que necesitamos, después de todo esto, es crear un nuevo problema en la órbita de la Tierra…

Referencias: Astronomy