¿A quién pertenece la propiedad del universo?

Concepto artístico de una base lunar. Crédito: ESA

¿Es posible que alguna nación pueda reclamar la propiedad de otros lugares del universo? Cada vez hay más países, compañías e individuos interesados en lugares más allá de la Tierra. Aunque podría parecer un debate propio del siglo XXI, no es la primera vez que se habla de a quién pertenecen los objetos celestes…

Incluso en tiempos de Galileo se habló de la propiedad de otros objetos del universo

A principios de 1610, Galileo Galilei escribió una carta a Cosme de Médici (por aquel entonces Gran Duque de Toscana). Explicaba que había observado cuatro lunas de Júpiter, con la ayuda de su telescopio mejorado. Esperaba conseguir el patronazgo del duque, así que propuso nombrar los objetos en honor a la familia de Cosme. Llegó a llamarlas las Medicea Sidera. Aunque, finalmente, las lunas terminaron recibiendo los nombres de cuatro amantes de Zeus (y también se los conoce como los satélites galileanos): Ío, Europa, Ganímedes y Calisto.

Galileo explica la topografía lunar a dos cardenales. Crédito: Jean Leon Huens

Galileo ni siquiera fue el primero en reclamar estrellas (inicialmente, creyó que los satélites eran estrellas tenues) en nombre de los habitantes de la Tierra. Por supuesto, no fue el último. En la actualidad, los nombres de los objetos celestes son definidos por la Unión Astronómica Internacional utilizando un procedimiento sistemático. La idea de que el espacio exterior es tierra por explorar, y reclamar, es cada vez más potente. Los países, compañías, e incluso individuos, están centrando su vista en lugares más allá de nuestro planeta.

Son una posibilidad difusa: desde una posible fuente de minerales a un nuevo espacio para expandir los intereses de cada nación. Así como un lugar que colonizar. Pero la exploración del espacio no se definirá únicamente por la ambición o la competencia, también por la realidad científica en favor de los telescopios avanzados y astronautas robóticos, en lugar de seres humanos. La era espacial moderna comenzó en octubre de 1957, cuando la Unión Soviética lanzó Sputnik. Fue el primer satélite del mundo. Sus consecuencias fueron inmediatas.

Desde la carrera espacial al futuro de la exploración espacial

La capacidad tecnológica de los soviéticos, y las implicaciones para su potencia militar, obligó a Estados Unidos a acelerar su programa espacial, y su capacidad armamentística. Algo que provocó el inicio de la Guerra Fría. Desde entonces, el espacio exterior ha estado presente en nuestra sociedad, dejando entrever lo mejor y lo peor de nosotros. Durante décadas, los astronautas y científicos, de todo el mundo, han trabajado conjuntamente para entender mejor el espacio. Esa cooperación es muy evidente en la Estación Espacial Internacional.

La Estación Espacial Internacional, fotografiada el 23 de mayo de 2010 desde el Space Shuttle Atlantis. Crédito: NASA

Lanzada hace más de 20 años, ha sido una maravilla tecnológica y política. Estados Unidos, Rusia, Europa, Japón y Canadá operan conjuntamente en la estación, que ha sido visitada por astronautas de 19 países diferentes. En tiempos más recientes, se ha producido la esperada llegada del turismo espacial. El actor William Shatner, que encarnó al capitán James T. Kirk en la serie de televisión Star Trek, se convirtió en el hombre más anciano en viajar lejos de la Tierra. Algo posible gracias al vuelo suborbital de Blue Origin.

La última frontera también ha sido el escenario de las ambiciones de diferentes países, reflejando una lucha por el poder entre algunas de las naciones más poderosas. La carrera espacial, que antes era un asunto delicado entre EE. UU. y la Unión Soviética, ahora implica a más países. China, India y otras naciones están invirtiendo muchos recursos en la exploración espacial. En estos momentos, 72 naciones tienen acceso a programas espaciales, con capacidades que van desde el uso de satélites a la posibilidad de lanzar sus propias naves.

La desconfianza entre naciones

Aunque la Estación Espacial Internacional sea un proyecto cooperativo, las rencillas entre países no han desaparecido en el espacio. En junio de este mismo año, Rusia amenazó con abandonar el laboratorio espacial y construir su propia estación. A menos que Estados Unidos no aplicase sanciones a su programa espacial y a los microchips necesarios para lanzar sus propios cohetes. A los estadounidenses, a su vez, les preocupa la capacidad antisatélites de China y Rusia. Mientras estos últimos están preocupados por su Fuerza Espacial y otros proyectos.

El programa espacial de China, por ejemplo, puede verse como algo preocupante. O como algo que simplemente forma parte de sus iniciativas para mejorar las relaciones internacionales a través de sus programas. Existe la posibilidad, en cualquier caso, de que una reacción exagerada, a los proyectos espaciales de otros países, puedan llevar a un entorno internacional hostil. Se ha llegado a decir que, quizá, similar a la carrera nuclear de los años 50 y 60. El Tratado del espacio ultraterrestre, firmado por 111 naciones, es muy útil.

Pone límites claros a la actividad militar en el espacio. Pero es mucho más ambiguo en campos como el de la minería espacial y la propiedad de recursos. Si las naciones buscan un enfrentamiento, podemos encontrarnos en una situación en la que reclamen la propiedad de un lugar en particular. En ese caso, ¿se respetaría el tratado? No sería la primera vez que se alzan voces destacando la necesidad de actualizarlo. El espacio, en teoría, debería pertenecer a todo el mundo, pero puede verse como territorio inexplorado esperando dueño…

¿Quién podría reclamar la propiedad de otros lugares del universo?

Para evitar que un multimillonario, o una nación con muchos recursos, pueda pensar en hacerse con la propiedad de, por ejemplo, la Luna, hará falta una regulación clara. No es menos cierto, sin embargo, que todavía se trata de un escenario lejano. Hay muchos obstáculos que superar para que un ser humano pueda vivir de forma permanente en un entorno como el del satélite o Marte. Más allá del entorno de la Tierra, los astronautas están expuestos a una mayor cantidad de rayos cósmicos. Algo que aumenta el riesgo de padecer enfermedades como el cáncer.

Concepto artístico de una base lunar construida in-situ con la ayuda de una impresora 3D. Crédito: NASA

En un entorno de microgravedad, además, el cuerpo experimenta diferentes cambios. Los ojos pueden deformarse ligeramente, se pierde masa muscular y densidad ósea. Aunque todo eso se pudiese solucionar en solo unos años, habrá otro factor que no parece que vaya a resolverse a corto plazo: el tiempo necesario para el viaje. Si pensamos en objetivos como Júpiter o Saturno, un astronauta podría pasar más de una década, simplemente, viajando y regresando de su misión. Los expertos están de acuerdo en que la exploración espacial es muy importante.

Sin embargo, también hay consenso en que el viaje tripulado es poco práctico debido a los grandes períodos de tiempo necesarios. Así como el entorno de radiación, en el Sistema Solar y más allá. La exploración espacial, por tanto, debería llevarse a cabo principalmente con robótica y con telescopios muy avanzados. Son la única herramienta para estudiar lugares más allá de nuestro rincón de la galaxia. No parece muy probable, en estos momentos, que la propiedad de algún lugar del universo se pueda reclamar plantando banderas lejos del Sistema Solar…

La importancia de las misiones tripuladas

Es evidente que misiones como el próximo Programa Artemisa, que enviará seres humanos, de nuevo, a la Luna, suponen un apoyo importantísimo de cara a la opinión pública. El apoyo de la población es vital para garantizar que, por ejemplo, la NASA siga recibiendo financiación. Además, en la escala del Sistema Solar, y más concretamente en nuestro entorno inmediato, está claro que sí podemos pensar en llevar a cabo diferentes actividades tripuladas. La minería espacial es un asunto cada vez de mayor relevancia por lo atractiva que parece.

Una base en el lado oculto de la Luna sería perfecto para un telescopio que observase los lugares más recónditos del espacio. Crédito: Science Photo Library

La posibilidad de vivir en lugares como la Luna o Marte, aunque lejana, resulta muy sugerente porque hemos visto, en incontables ocasiones, ejemplos en el mundo de la ciencia ficción que nos invitan a pensar en cómo sería la experiencia. Además, es razonable suponer que tarde o temprano se resolverán los desafíos relacionados con la exposición a la radiación. ¿Llegará el momento en el que China y Estados Unidos, por ejemplo, peleen por ver quién se hace con la propiedad de Marte? Lo que dicen los expertos es que todo dependerá de dos factores.

Por un lado, el ya mencionado de la legislación. Con marcos legales que cubran el hecho de que, tarde o temprano, tendremos presencia permanente en otros objetos del Sistema Solar, se podrán evitar muchos momentos tensos (siempre y cuando reciban el apoyo de la mayoría de naciones). Por otro lado, la propia percepción del ser humano será un factor clave en toda esta aventura. El universo puede verse como un lugar del que reclamar su propiedad (reclamando los muchos objetos celestes que lo componen) o como un lugar que siga atrapando nuestra atención. La de todos…

Referencias: Phys

Alex Riveiro: Divulgador científico. Autor de "Hacia las estrellas: una breve guía del universo", "Más allá de las estrellas: ¿estamos solos en el universo?" y la saga de ciencia ficción "Ecos de un futuro distante". Colaborador en eltiempo.es y Otros Mundos. También en Twitter, YouTube, Twitch e iVoox.
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