Al hilo de los comentado sobre la estrella de Tabby en su momento, y su misterioso comportamiento, es inevitable pensar en la idea de que puedan existir civilizaciones extraterrestres. Para dar con ellas, puede que las enanas rojas, las estrellas más longevas del universo, tengan un papel importantísimo que desempeñar…

Los fenómenos extraños

Que la estrella KIC 8462852 esté comportándose de una manera tan extraña es desconcertante, ciertamente, pero también es una buena noticia. A fin de cuentas, nos permite comenzar a construir una base de datos de… fenómenos extraños, por darle algún nombre. Cosas que, en principio, no podemos explicar con la naturaleza y que podrían ayudarnos a comprender mejor cuáles pueden ser las señales de la existencia de una civilización extraterrestre.

Concepto artístico de una esfera de Dyson. Crédito: Adam Burn
Concepto artístico de una esfera de Dyson.
Crédito: Adam Burn

Como en todo, necesitamos comenzar por el principio, de momento no tenemos ni idea de si hay civilizaciones extraterrestres, ni siquiera estamos seguros de que haya vida, ya sea simple o compleja, alrededor de cualquier otro tipo de estrella. Por tanto, no sabemos cómo de extendida podría estar la vida en la galaxia ni si seríamos capaces de identificar a civilizaciones que estén tan avanzadas respecto a nosotros que no las reconozcamos. Hay que tener en cuenta todas esas limitaciones para poder distinguir fenómenos naturales de aquellos que podrían tener un origen biológico.

La estrella de Tabby (uno de los alias que recibe KIC 8462852) es un buen punto de partida, si damos por hecho que en el futuro terminaremos encontrándonos con otros astros que exhibirán comportamientos igual de extraños. El objetivo debería ser construir un catálogo al que podamos recurrir cuando comencemos a diferenciar fenómenos naturales de los que podrían tener un origen biológico. Quizá descubramos que todos estos comportamientos inexplicables son causa de un proceso natural, pero incluso eso, por malo que pueda ser al alejarnos de la posibilidad de encontrar vida extraterrestre, también será una enseñanza valiosa sobre el universo.

El papel de la astrobiología

Vivimos en un período un tanto incómodo. Por un lado, tenemos las preguntas más fundamentales de la astrobiología, para las que todavía estamos buscando una respuesta, mientras que por otro tenemos instrumentos en camino, que podrán decirnos muchas cosas sobre los exoplanetas que observamos, pero todavía no tenemos los datos que nos puedan permitir decir de forma definitiva si existe vida en otros lugares. A medida que pase el tiempo, la astrobiología acumulará datos con cada vez más detalle al irnos alejando de misiones como Kepler para comenzar a realizar búsquedas alrededor de estrellas más cercanas. Mientras tanto, necesitamos perfeccionar nuestros modelos para poder detectar firmas biológicas (la señal inequívoca de que estamos viendo organismos vivos) mientras esperamos que llegue la tecnología para poder ponerlos a prueba.

Concepto artístico del exoplaneta rocoso HD 85512 b. Crédito: NASA
Concepto artístico del exoplaneta rocoso HD 85512 b.
Crédito: NASA

De los instrumentos que están por llegar, el más cercano es el Transiting Exoplanet Survey Satellite (TESS), que será lanzado en 2017, seguido del Telescopio Espacial James Webb, el sucesor, ni más ni menos, del venerable telescopio Hubble, que será lanzado en 2018, así como otros dos satélites que serán lanzados ya en la década de 2020 (PLATO y WFIRST). Con la ayuda de éstos, y otros instrumentos que no he mencionado, podremos refinar nuestra investigación para poder responder a una pregunta importante: ¿qué le hace la vida a un planeta que tenga un efecto fácilmente observable? y, sobre todo, ¿cuáles son los mejores instrumentos para detectarlo?

Las enanas rojas

Las enanas rojas son objetivos excelentes si queremos estudiar una atmósfera planetaria para ver si hay biomarcadores o no. Ahora, tenemos un estudio de Avi Loeb (del Centro de Astrofísica de Harvard-Smithsonian) en el que se pregunta si estas estrellas pueden ser, a la larga, el hogar de la gran mayoría de civilizaciones cósmicas. Junto a Rafael Batista y David Sloan (ambos de la Unviersidad de Oxford), Loeb comienza por lo más obvio: no tenemos ni idea de si estas estrellas pueden permitir el desarrollo de la vida, y los autores piden que se construyan conjuntos de datos para averiguarlo. Si pueden, la implicación sería que la mayor parte de la vida en el espacio profundo terminará, eventualmente, alrededor de este tipo de estrellas.

Este concepto artístico muestra una enana roja orbitada por un planeta habitable.  Crédito: Christine Pulliam (CfA).
Este concepto artístico muestra una enana roja orbitada por un planeta habitable.
Crédito: Christine Pulliam (CfA).

Las enanas de clase M pueden tener vidas de billones de años, muy por encima de los, aproximadamente, 10.000 millones de años que tienen estrellas de clase G como nuestro Sol. En nuestro caso, por ejemplo, la vida alrededor de nuestra estrella ya comienza a ser problemática en unos mil millones de años en el futuro. Tenemos un planeta que no podemos esperar que sea habitable hasta los últimos días de vida del Sol.

Si la vida puede aparecer en planetas alrededor de enanas rojas, entonces la probabilidad de que surja es mucho más alta a medida que nos adentramos más y más en el futuro, porque estas pequeñas estrellas son las más comunes de la galaxia, componiendo alrededor del 80% del porcentaje de la población estelar que la compone. Eso querría decir que hemos llegado demasiado pronto a la fiesta, y que una galaxia con una densa población de formas de vida no ha tenido, sencillamente, el tiempo suficiente para desarrollarse. El estudio de Loeb realiza cálculos para intentar determinar la probabilidad de aparición de vida y concluye que las enanas rojas saldrían favorecidas.

Nuestro lugar en el cosmos

De ahí la importancia de detectar una firma biológica. Si nos encontramos con esos marcadores en la atmósfera de una enana roja, habremos aprendido algo no sólo sobre ese tipo de estrella en concreto, si no también sobre la expectativa de la vida en las eras cósmicas posteriores hasta los diez billones de años de media que vive una enana roja. El universo que nos rodea ha tenido 13.700 millones de años para producir vida, pero sólo podemos imaginar los tipos de vida que podrían aparecer en el futuro.

Concepto artístico de TRAPPIST-1 y sus tres planetas. Crédito: ESO/M. Kornmesser/N. Risinger (skysurvey.org)
Concepto artístico de TRAPPIST-1 (una enana roja) y sus tres planetas.
Crédito: ESO/M. Kornmesser/N. Risinger (skysurvey.org)

El estudio también nos ofrece una lectura interesante sobre la posibilidad de nuestra propia aparición. Partiendo de la base de que podríamos haber aparecido demasiado pronto, si tenemos en cuenta que estamos aquí, podemos concluir que tenemos que existir en algún momento de la vida de la galaxia. La probabilidad de que hayamos aparecido en este momento en particular, y no más lejos en el futuro, cuando la galaxia podría tener mucha más vida, sería de alrededor del 0,1%. Raro, pero los fenómenos poco frecuentes suceden.

También hay otras lecturas posibles. Si utilizamos modelos más refinados es posible concluir que el pico de probabilidad de aparición de vida en la galaxia podría estar incluso más lejos en el futuro, y haría que la probabilidad de que hayamos aparecido ahora sea aún inferior. Por ejemplo, podríamos considerar que no hay ningún motivo por el que la vida deba comenzar en un planeta justo después de que sea habitable. Como no conocemos las circunstancias que propiciaron la aparición de la vida en la Tierra, sería más realista suponer que debió ocurrir algún evento por azar que inició la vida, y eso desplazaría el pico de probabilidad más lejos en el futuro.

Las estrellas de clase M

Hay dos posibles conclusiones. Quizá nuestra presencia en la galaxia sea prematura o bien descubriremos que la vida en la zona habitable alrededor de estrellas de clase M no es posible. Quizá valga la pena recordar que los planetas en la zona habitable de estos sistemas están en rotación síncrona con su estrella, de tal manera que en un hemisferio es de día de manera constante, y en el otro es de noche constantemente, que podrían hacer la habitabilidad muy complicada. Además, las llamaradas solares de las estrellas jóvenes de clase M hacen llegar cantidades extremas de radiación al planeta. Por si no fuese suficiente, es posible que experimenten una actividad volcánica lo suficientemente elevada como para sufrir efecto invernadero.

Recreación de un atardecer en el exoplaneta Gliese 667Cc. La estrella más cercana es la enana roja Gliese 667 C, en la derecha aparecen Gliese 667 A y Gliese 667 B, las tres forman parte de un sistema solar triple.
Recreación de un atardecer en el exoplaneta Gliese 667Cc. La estrella más cercana es la enana roja Gliese 667 C, en la derecha aparecen Gliese 667 A y Gliese 667 B, las tres forman parte de un sistema solar triple.

Dicho de otra manera, es posible que la vida pueda aparecer con más facilidad alrededor de estrellas de clase G, como el Sol, que alrededor de las de clase M. Si fuese así, la posibilidad de que la vida emerja no aumenta a medida que nos adentramos en el futuro lejano. Por este motivo, las próximas misiones espaciales en busca de vida alrededor de enanas rojas pequeñas pueden ayudarnos a entender cuál es nuestro lugar en la jerarquía cósmica. Necesitamos entender qué condiciones pueden darse en un planeta en la zona habitable de una estrella de clase M, y el descubrimiento de biomarcadores nos obligaría a reevaluar nuestros pensamientos sobre la vida y su existencia alrededor de estrellas como el Sol.

El paper al que se hace mención en este artículo es de Loeb, Batista y Sloan, «Relative Likelihood for Life as a Function of Cosmic Time» y ha sido aceptado para su publicación en la revista Journal of Cosmology and Astroparticle Physics, puede consultarse en arXiv y también en la noticia publicada en la propia página del Harvard-Smithsonian.

Fuente: Centauri Dreams