Han pasado poco más de 20 años desde que encontrásemos el primer planeta alrededor de otra estrella, y ahora conocemos más de 3.000. Nuestra tecnología está llegando a un punto que nos permite comenzar a comprender si algunos de ellos pueden parecerse a nuestro mundo…

La caza de exoplanetas

Recreación artística de Kepler-16b y su sistema estelar. Crédito: NASA/JPL-Caltech/T. Pyle

Recreación artística de Kepler-16b y su sistema estelar.
Crédito: NASA/JPL-Caltech/T. Pyle

Apenas han pasado unas pocas décadas desde que comenzásemos a realizar descubrimientos muy interesantes sobre objetos celestes alrededor de otras estrellas, a los que conocemos como exoplanetas. El primer descubrimiento de uno en torno a una estrella similar a nuestro Sol sucedió allá por 1995, y sabemos que, igual que los que componen el Sistema Solar, los exoplanetas pueden tener diferentes tamaños y órbitas.

Algunos de ellos tienen gigantescas atmósferas gaseosas, mientras otros son mucho más pequeños y son de composición rocosa. La mayoría de los que se descubrieron inicialmente eran gigantes gaseosos, muy similares a Júpiter, pero orbitando a una distancia mucho más pequeña de sus estrellas (incluso menos que la distancia que separa a Mercurio del Sol). A medida que nuestro conocimiento de otros sistemas estelares ha ido aumentando, la pregunta es inevitable: ¿y si el Sistema Solar fuese una anomalía cósmica?

Una percepción cambiante

Esta imagen muestra la Tierra (a la derecha del todo) y las impresiones artísticas de Kepler-22b, Kepler-69c, Kepler-452b, Kepler-62f y Kepler-186f.  Crédito: NASA/Ames/JPL-Caltech

Esta imagen muestra la Tierra (a la derecha del todo) y las impresiones artísticas de Kepler-22b, Kepler-69c, Kepler-452b, Kepler-62f y Kepler-186f.
Crédito: NASA/Ames/JPL-Caltech

En 1999 se descubrió que la estrella Titawin (Upsilon Andromedae) está rodeada por tres planetas gigantes gaseosos, fue el primer sistema multiplanetario distante descubierto. En ese mismo año, también  observamos el primer tránsito de un exoplaneta (el paso por delante de su estrella, de tal manera que bloqueaba una pequeña parte de la luz que emite y delata su presencia, es una de las técnicas más habituales para detectarlos).

Fueron dos descubrimientos que revolucionaron este sector de la astronomía. Los investigadores fueron capaces de calcular el tamaño de ese planeta en tránsito, obteniendo un tamaño similar al de Júpiter, y la existencia de ese sistema multiplanetario servía para hacernos entender que nuestro Sol tiene mucho en común con otras estrellas, al menos en cuanto a objetos celestes dando vueltas a su alrededor.

Una década después, se lanzó el telescopio Kepler, que comenzó a darnos muchos más datos sobre los exoplanetas. Nos permitió descubrir que los gigantes gaseosos son mucho más raros que los planetas más pequeños y rocosos, con un tamaño más similar al de la Tierra. Estos últimos son los más interesantes, porque nos permitirán, tarde o temprano, responder a la pregunta de marras: ¿estamos solos en el universo?

Una pregunta muy difícil de responder

Concepto artístico del planeta, Próxima b, orbitando alrededor de su estrella, con Alfa Centauri A y B al fondo. Crédito: ESO/M. Kornmesser

Concepto artístico del planeta, Próxima b, orbitando alrededor de su estrella, con Alfa Centauri A y B al fondo.
Crédito:
ESO/M. Kornmesser

Como muchos, yo me encuentro entre las personas que creen, especialmente al tener en cuenta lo que conocemos sobre el universo, las galaxias y sobre otros sistemas estelares, que no podemos ser la única forma de vida inteligente del cosmos, pero para bien o para mal, responder a esta cuestión es mucho más complicado de lo que parece. No es fácil encontrar planetas como la Tierra. Kepler nos ha permitido descubrir algunos que parecen ser similares, pero la mayoría están a miles de años-luz de distancia, por lo que es imposible detectar sus atmósferas (con la tecnología actual) y observar si presentan las características que podemos esperar encontrar en planetas habitables.

La tecnología necesaria para observar esos mundos tan distantes todavía no está a nuestra disposición, pero sí podemos centrar nuestra atención en otros lugares mucho más cercanos, como las estrellas Alfa Centauri A y B (y Próxima Centauri, en la que ya hemos detectado un exoplaneta rocoso, Próxima b). Son las dos estrellas más brillantes del cielo nocturno (aunque no las podemos ver en el hemisferio norte) porque son las más cercanas y tienen una edad y composición muy similares a las del Sol.

Lo que hemos visto hasta el momento parece indicar que el Sistema Solar es atípico. No hay ningún Júpiter caliente (un gigante gaseoso que orbite muy cerca del Sol), no hay ninguna supertierra (un planeta que podría ser rocoso, pero es tan grande que también podría ser un pequeño planeta gaseoso, en nuestro Sistema Solar no hay supertierras, aunque puede que el Planeta Nueve encaje en ese patrón, si es que existe).

Sin embargo, que hayamos encontrado sistemas estelares muy diferentes no quiere decir que el Sistema Solar sea anómalo, si no más bien es indicativo de que nuestra tecnología todavía no es lo suficientemente potente como para poder observar sistemas más parecidos al nuestro. O dicho de otra manera, es una pregunta que todavía no podemos responder con precisión, exactamente igual que saber si estamos solos o no en el universo. Quizá por eso vale la pena recordar que existen iniciativas como Project Blue que tienen por objetivo estudiar Alfa Centauri A y B. Están tan cerca que, si tienen un sistema estelar parecido al nuestro, o, por lo menos, un planeta como la Tierra, sí tenemos la tecnología necesaria para detectarla.

Por ahora, sin embargo, seguirá quedándonos la duda… ¿Y si el Sistema Solar fuese una rareza cósmica? (qué cantidad de espacio desperdiciado, que diría aquel).

Referencias: Space