No sabemos si hay vida en otras partes de la galaxia. Sin embargo, eso nunca ha sido impedimento para que, a lo largo y ancho de los trabajos de ficción, los hayamos representado con mayor o menor nivel de parecido al ser humano. Pero… si existiesen de verdad, ¿qué aspecto podrían tener?

La clave podría estar en la evolución

Una nave espacial en un campo de asteroides. Crédito: Getty Images

Una nave espacial en un campo de asteroides.
Crédito: Getty Images

Que los extraterrestres tengan un aspecto similar al nuestro, o que tengan formas que no podemos ni llegar a imaginar es algo que, en el fondo, depende de cómo creamos que funcionan los entresijos de la evolución. La industria del cine nos ha mostrado una enorme cantidad de alienígenas humanoides, aunque es cierto que al principio era una consecuencia de la necesidad de tener a alguien en un traje de goma para los efectos especiales, hoy en día la tecnología nos permite dibujar cualquier cosa y, sin embargo, los alienígenas parecen aun más humanoides que antes para permitir al espectador crear una conexión emocional con ellos (el caso de Avatar, de James Cameron, seguramente es el más popular).

En la actualidad, sólo podemos estudiar las formas de vida que hay aquí en la Tierra. Tuvieron un origen común hace unos 3.500 millones de años, y ese ancestro común dio pie a la aparición de unos 20 millones de especies de animales. Los clasificamos en en función de su plan general de organización, de manera que pertenecen a alguno de los grupos llamados filos (y que son la subdivisión básica del Reino animal). Por ejemplo, a pesar de lo diferente de su aspecto, las almejas, los caracoles y los pulpos pertenecen al mismo filo, el de los Mollusca.

Cuando los animales se diversificaron por primera vez, hace unos 542 millones de años en la llamada explosión cámbrica, puede que hubiese incluso una diversidad aun mayor de planes generales de organización. Por ejemplo, se han encontrado fósiles de Opabinia, una especie extinta caracterizada por tener cinco ojos y que, si las cosas hubiesen ido por otros derroteros, podrían haber permitido que se hubiesen desarrollado más criaturas similares.

La película de la vida

Recreación de un Opabinia, conocemos su existencia por los fósiles que hemos encontrado. Crédito: Nobu Tamura/wikimedia, CC BY-SA

Recreación de un Opabinia, conocemos su existencia por los fósiles que hemos encontrado.
Crédito: Nobu Tamura/wikimedia, CC BY-SA

El biólogo Stephen Jay Gould planteó, en un célebre experimento de reflexión, qué podría suceder si cogiésemos la película de la vida y la volviésemos a pasar. Gould sostenía la importancia del azar en la evolución: si cambias un pequeño detalle lo suficientemente pronto, las consecuencias a través del tiempo se magnifican. En la versión de la película que conocemos, Pikaia (un género extinto de animales cordados) dio paso a la aparición de peces, anfibios, reptiles, mamíferos y, finalmente, a nosotros.

¿Qué hubiera pasado si, en su lugar, hubiesen muerto? Puede que otro grupo de criaturas hubiese desembocado en la aparición de seres inteligentes, de tal modo que ahora podrías estar leyendo esto con cinco ojos en lugar de dos. Si nuestro origen en la Tierra puede depender de detalles tan nimios, es lógico preguntarse… ¿los alienígenas, que evolucionarían en un entorno completamente diferente, podrían tener algún parecido remoto al nuestro?.

Según el biólogo evolutivo Simon Conway Morris, la respuesta está en un fenómeno llamado convergencia evolutiva: es el proceso por el que animales lejanamente relacionados tienen un aspecto similar entre sí. Por ejemplo, el aspecto similar de los delfines, atunes y los extintos ictiosaurios es producto de la evolución de manera independiente como respuesta a las mismas presiones selectivas para poder moverse eficientemente, y rápido, a través del agua.

¿Qué podemos esperar encontrar en la biología alienígena? Es posible que su bioquímica esté basada en el carbono (como la nuestra), porque ese elemento forma cadenas estables y crea lazos estables, pero fácilmente rompibles, con otros elementos. Hay otros elementos, como el silicio y el azufre, que crean lazos menos estables en las temperaturas de la Tierra. También parece ser necesario algún tipo de solvente como el agua. Para que la evolución tenga lugar, es necesario algún tipo de mecanismo que almacene y replique la información con una fidelidad moderada, como el ADN, el ARN o algún otro equivalente. Aunque las primeras células aparecieron bastante pronto en la Tierra, los animales multicelulares tardaron casi 3.000 millones de años en evolucionar. Así que es muy posible que la vida en otros planetas pueda quedarse atascada en la fase de vida unicelular.

En un planeta similar a la Tierra también es posible que la radiación de su estrella (o estrellas) sea utilizada como fuente de energía. Para los productores primarios (que son, simplemente, los organismos que hacen entrar energía en los ecosistemas) seguramente es necesario poseer un sistema de hojas y ramas que les permita recoger la luz de manera eficiente. En la Tierra, ésa ha sido una evolución convergente, así que podemos suponer que las plantas tendrán formas razonablemente familiares en aquellos planetas que se parezcan al nuestro.

Con algunas excepciones, los animales o bien se comen a los productores primarios o se devoran mutuamente, y sólo hay una cantidad limitada de maneras de hacerlo. Perseguir a la comida normalmente requiere moverse con la boca por delante, así que el animal debería tener una cabeza y una cola. Los dientes y, probablemente, las mandíbulas evolucionarían para sujetar y masticar comida. Moverse contra una superficie dura requiere estructuras especializadas (como los cilios, o piernas y pies musculares), de tal forma que hay una parte trasera y delantera. Normalmente, esto también incluye simetría bilateral (izquierda/derecha). De hecho, la mayoría de animales pertenecen al grupo Bilateria, que define a todas las criaturas que, divididas en dos en el mismo plano, son simétricas.

Insectos gigantes inteligentes…

Pikaia, un tipo de cordado primitivo, del mismo grupo al que pertenecemos los humanos. Crédito: Nobu Tamura/wikimedia, CC BY-SA

Pikaia, un tipo de cordado primitivo, del mismo grupo al que pertenecemos los humanos.
Crédito: Nobu Tamura/wikimedia, CC BY-SA

Pero, ¿qué hay de las criaturas inteligentes, con grandes cerebros, que podrían ser capaces de cruzar distancias interestelares? Los insectos son, de lejos, el grupo de especies más rico de la Tierra. Cabe preguntarse por qué los alienígenas no se podrían parecer a ellos. Por desgracia (o por fortuna, dependiendo de si te gustan los insectos), tener tu esqueleto en el exterior hace que crecer sea complicado, y requiere una muda y crecimiento constante. En planetas similares a la Tierra, todos los animales con esqueletos externos, salvo aquellos terrestres y relativamente pequeños, colapsarían bajo su propio peso durante la muda. Además, es posible que sea necesario un cierto tamaño crítico para permitir la aparición de cerebros complejos.

Los cerebros razonablemente grandes, un cierto nivel de uso de herramientas y la capacidad de resolución de problemas parecen estar relacionados en la Tierra, y han evolucionado en múltiples ocasiones: en homínidos, ballenas, delfines, perros, loros, cuervos y pulpos. Sin embargo, los homínidos hemos desarrollado una capacidad de uso de herramientas mucho mayor. Es el resultado, al menos en parte, de caminar sobre dos piernas, lo que libera las extremidades frontales, y también por la destreza de nuestros dedos (que también puede ser clave en el origen del lenguaje escrito).

En definitiva, no está muy claro hasta qué punto se parecerían los alienígenas inteligentes (si es que existen) a nosotros. Puede que sea significativo que los humanos tengan dos ojos y dos oídos (suficiente para tener visión y audición estéreo), y sólo dos piernas (en vez de cuatro extremidades, que dan más estabilidad)… o puede que no. Muchos otros órganos también aparecen en pares como consecuencia de la simetría bilateral. Sin embargo, otros elementos de nuestro cuerpo probablemente existen por mero azar. El hecho de que nuestras manos y pies tengan cinco dedos es una consecuencia de la evolución desde nuestros ancestros tetrápodos, cuyas extremidades también terminaban en cinco dígitos.

Desenmarañar lo funcional de lo accidental es uno de los grandes desafíos de la biología evolutiva y puede ayudarnos a comprender mejor cómo podrían diferenciarse de nosotros las formas de vida alienígenas. En estos momentos, nuestros esfuerzos en la búsqueda de la vida están centrados en los sistemas estelares con planetas similares al nuestro, porque creemos que son los lugares con  más probabilidad de albergar vida. Después de todo, es más fácil buscar la vida tal y como la conocemos que la que no…

Fuente: The Conversation