Los asteroides troyanos de la Tierra son aquellos que, simplemente, comparten la misma órbita alrededor del Sol. Júpiter, por ejemplo, tiene miles de ellos. Pero, ¿y nuestro planeta? ¿tiene su propia legión de rocas que comparten su mismo recorrido?

Quizá no sea una legión (o quizá sí)

Ilustración de OSIRIS-REx observando el punto L4.
Crédito: University of Arizona

Sabemos que, como mínimo, la Tierra tiene un asteroide troyano. Sin embargo, el total es algo mucho más complicado de calcular. Puede que haya un montón pero, sencillamente, por ahora no tenemos la menor idea. Lo cierto es que eso de los asteroides troyanos no es tan sencillo como parece. No es fácil tener un objeto pequeño junto a un planeta, aun si comparten todas sus características orbitales.

Es decir, aunque se mueva a la misma velocidad, en la misma distancia al Sol y en el mismo recorrido, su órbita es inestable. La gravedad de otros planetas, por pequeña que sea su influencia, tiende a alterar la órbita de los asteroides, provocando que se acerquen o se alejen de nuestra estrella. En un margen de tiempo lo suficientemente grande, el asteroide alcanzará a la Tierra (o al revés). Cuando eso sucede, la gravedad de nuestro planeta altera su órbita de manera mucho más notoria. Puede que lo expulse a una órbita distinta, o que impacte con la superficie.

Los puntos de Lagrange

Los puntos de Lagrange (no están a escala) del sistema Tierra – Sol.
Crédito: Xander89/Wikimedia Commons

Ya he hablado en alguna ocasión de los puntos de Lagrange y su utilidad. En el siglo XVIII, los matemáticos Leonhard Euler y Joseph-Louis Lagrange descubrieron que hay cinco puntos a lo largo de la órbita de un planeta en los que la gravedad y la fuerza centrífuga se equilibran. Eso provoca que un objeto colocado en esa posición se mantenga constantemente ahí, y es lo que conocemos como puntos de Lagrange.

El primero de ellos, L1, está dentro de la órbita del planeta, hacia el Sol. L2 está fuera de la órbita del planeta y L3 está en el extremo opuesto del planeta en relación al Sol. Estos tres puntos son metaestables. Es decir, si colocas un objeto en ellos, se quedará ahí permanentemente. Sin embargo, si le das un pequeño golpe, se saldrá de ese punto. En cierto modo, puedes imaginarlos como si fuesen puntos en lo alto de una colina. Mientras nada afecte al objeto, nada lo desestabilizará. Curiosamente, utilizamos estos puntos muy a menudo. Hay una pequeña trampa, una órbita en forma de halo alrededor de ese punto, que hace que el objeto sea estable. L2, por ejemplo, es el destino del telescopio James Webb, que será lanzado en 2018.

Los puntos L4 y L5 son diferentes. Podría decirse que son valles. Si pones un objeto en ellos y lo empujas, volverá a ese punto. Es decir, son lugares estables. L4 está 60º por delante de la órbita del planeta y L5 60º por detrás.

El caso de Júpiter

Esta imagen muestra los asteroides del interior del Sistema Solar y los troyanos de Júpiter. Los puntos blancos son el cinturón de asteroides, y los verdes de Júpiter son sus asteroides troyanos. Los que tienen nombre griego se encuentran por delante en su órbita, mientras los troyanos están por detrás.
Crédito: Mdf/Wikimedia Commons

El planeta más grande del Sistema Solar tiene una gravedad enorme. Por eso no es sorprendente que sus puntos L4 y L5 sean muy estables. Los asteroides que se encuentran en ellos no salen de ahí. En 1906, se descubrió un asteroide de 135 kilómetros de diámetro en el punto L4. Recibió el nombre de Aquiles, y de ahí surgió la costumbre de nombrar todos los asteroides de Júpiter, en sus puntos de Lagrange, en honor a personajes de la Guerra de Troya. Los griegos en el punto L4 y los troyanos en el punto L5. De manera genérica, los llamamos asteroides troyanos, y júpiter tiene miles.

Hemos encontrado asteroides troyanos en las órbitas de Venus, Marte, Júpiter, Urano y Neptuno. Mercurio está demasiado cerca del Sol para poder encontrarlos, y los troyanos de Saturno podrían no ser estables por la influencia gravitacional de Júpiter. Dicho de otra manera, parece que lo habitual es que los planetas tengan asteroides troyanos en su órbita, y no al contrario. Quizá suceda lo mismo en otros sistemas estelares…

Los asteroides troyanos de la Tierra

Esta imagen muestra el recorrido que describe 2010 TK7, siempre por delante de la Tierra. Cada espiral representa un año.
Crédito: NASA/JPL-Caltech/UCLA

Así que, ¿en el caso de la Tierra qué tenemos? Resulta que es muy complicado para nosotros observar nuestros propios asteroides troyanos por su posición. Como están a 60º del Sol en el firmamento, se ponen poco después del atardecer y salen poco antes del amanecer. Son muy difíciles de observar, y sólo sabemos con certeza de la existencia de uno, denominado 2010 Tk7. Como su nombre indica, fue descubierto en 2010, gracias a las observaciones del Wide-field Infrared Survey Explorer. WISE (su nombre abreviado) orbita nuestro planeta y tiene una visión mucho mejor desde el espacio.

Por suerte, podremos encontrar más, suponiendo que los haya, en un futuro muy próximo. La nave OSIRIS-REx (que no tiene nada que ver con Osiris, si no que es la abreviatura de Origins, Spectral Interpretation, Resource Identification, Security, Regolith Explorer) está de camino a Bennu, un asteroide cercano a la Tierra. Fue lanzado el 8 de septiembre de 2016, y tardará dos años en llegar a su destino. Ahora mismo, está a 120 millones de kilómetros de la Tierra, por delante de nosotros y justo en el interior de la órbita.

Una pequeña ventana de observación

Concepto artístico de la sonda OSIRIS-REx llegando a Bennu.
Crédito: NASA/Goddard/University of Arizona

Desde el 9 de febrero y hasta el 20, OSIRIS-REx está en la posición perfecta para observar los troyanos del punto L4. Pasará cerca de esa región del espacio y podrá ver cualquier roca, aunque sea tenue, con facilidad. Además, por su posición, el Sol estará por detrás y podrá ver cualquier asteroide completamente iluminado. Durante unos diez días, la nave analizará el cielo, buscando asteroides que estén en el punto L4. Observará esa región constantemente, buscando objetos que describan el movimiento que esperamos de un asteroide troyano de la Tierra.

Hay dos formas de que un asteroide termine en el punto L4. Puede llegar ahí desde otra órbita, o es posible que este en ese lugar desde la formación del Sistema Solar. Ambos escenarios son muy interesantes. El primero nos podría ayudar a comprender mejor la mecánica orbital de esos asteroides. El segundo nos podría dar la oportunidad de analizar un asteroide primordial. Una roca que estaría prácticamente intacta desde su nacimiento, junto al Sol y el resto de planetas, hace unos 4.600 millones de años.

Una fuente de información vital

Concepto artístico de OSIRIS-REx recogiendo una muestra de material de Bennu.
Crédito: NASA

En ese segundo caso, querría decir que tenemos una cápsula del tiempo muy cercana. Nos permitiría comprender cómo eran las condiciones en aquel momento. Lo positivo de los asteroides troyanos de la Tierra es que no sería complicado mandar una nave hasta allí. Si encontramos una roca que valga la pena, es muy probable que poco tiempo después tengamos una misión rumbo hacia allí. A fin de cuentas, la NASA ya ha anunciado una misión, llamada Lucy, que se dedicará a observar algunos asteroides troyanos de Júpiter…

Tanto si encontramos asteroides troyanos, como si no, ambos resultados serán interesantes. En cualquier caso, lo que no parece probable es que la Tierra esté acompañada por miles de asteroides. Por lo menos, si realmente hay muchos, está claro que ninguno tiene el tamaño de Aquiles…

Referencias: Bad Astronomy