Encontrar vida en otros lugares de la Vía Láctea es uno de los grandes retos de nuestra especie. Si encima esa vida es inteligente, y mucho más avanzada que nuestra civilización, la imagen que un descubrimiento de ese calibre nos ofrecerá de nuestro lugar en el Universo cambiará por completo. Hablemos de cómo se podrían enfrentar esas civilizaciones a las amenazas cósmicas…

Enfrentándose a las grandes amenazas cósmicas

Nota: Antes de comenzar, tengo que decir que este artículo es una traducción (no literal) de la entrada de Paul Gilster en su blog, Centauri Dreams, y cuyo artículo original encontraréis enlazado al pie de esta entrada. 

Una civilización de nivel III en la escala de Kardashov podría utilizar la energía de toda una galaxia. Crédito: Medium.com

Una civilización de nivel III en la escala de Kardashov podría utilizar la energía de toda una galaxia.
Crédito: Medium.com

En la novela Casa de Soles (la podéis encontrar en Amazon, si os interesa leerla), publicada en 2008 por Alastair Reynolds, se plantea una solución de lo más exótica para una civilización en peligro. Enmarcada en un escenario 6 millones de años en el futuro, la historia habla de tecnologías del nivel III de la escala de Kardashov. Es decir, civilizaciones que son capaces de utilizar la energía de galaxias.

En cierto momento de la trama, una estrella supermasiva, cuya muerte pone en peligro a una civilización local, es encerrada en una especie de gigantesca presa estelar formada por los restos de mundos en forma de anillo de una cultura, perdida mucho tiempo atrás, que pobló la galaxia. Nuestra civilización está en el nivel 0,7 de la escala de Kardashov, así que estamos hablando de algo que sólo podemos imaginar en el campo de la ciencia ficción.

Sin embargo, en la novela, los humanos imaginados por Reynolds lo discuten así: Para apresar una estrella, para encerrarla por completo, sería necesaria la construcción de una carcasa de Dyson. Los humanos pueden cubrir una estrella con un conjunto de objetos, una nube de Dyson, pero no pueden forjar una esfera. En su lugar, nos aproximamos a una rodeando la estrella con miles de pequeños mundos en forma de anillo, todos con un tamaño similar pero sin que dos tengan el mismo diámetro exacto. Creamos un disco y después comenzamos a inclinarlo hasta que cada mundo anillado rodea la estrella en un ángulo único. La luz de la estrella escapa a través de las pequeñas aberturas a medida que los anillos van ajustándose a su orientación final. Los postigos que encierran una linterna feroz y mortal.

De esta manera, lo que habría supuesto la muerte por una supernova se convierte en su lugar en un fenómeno bastante inofensivo, a medida que la energía de la estrella moribunda rebota constantemente entre todas esas superficies reflectantes a lo largo de muchísimos años, para terminar filtrándose al exterior en forma de energía infrarroja. Si esto ya parece una solución difícil de imaginar, la propia novela la ridiculiza con una estrella (en la galaxia de Andrómeda) que queda encerrada por completo en una representación de los sólidos platónicos.

La amenaza de estrellas moribundas

Concepto artístico de una esfera de Dyson. Crédito: Adam Burn

Concepto artístico de una esfera de Dyson.
Crédito: Adam Burn

Resulta que este tema no ha sido solo tratado en la ciencia ficción. Milan Cirkovic, de cuyo trabajo ya os hablé en Astrobitácora en este artículo sobre los objetos estelificados, menciona la novela Casa de Soles en su nuevo estudio, que será publicado en la revista Acta Astronautica. Cirkovic ha sido uno de los investigadores que más activamente ha participado en la definición y exploración de algo que podríamos llamar SETI Dysoniano, en el que se intenta ir más allá de la longitud de onda de radio y óptica para pensar cómo podríamos detectar la presencia de una civilización realmente avanzada a través de sus actividades, sin que éstas impliquen necesariamente un intento de comunicarse con nosotros.

Dicho de otra manera. Parece muy poco probable que en estos momentos pueda haber otras civilizaciones enviándonos mensajes, ya sean de radio u ópticos, porque hay que considerar muchos factores, desde la distancia que les podría separar de nosotros, a la capacidad de detección de una civilización (la nuestra), que sería mucho más simple, por lo que en su lugar se plantea la idea de que quizá podríamos detectar las señales de sus construcciones y actividades al dispersarse por el espacio.

En este nuevo trabajo, lo que se considera es la posible respuesta que tendría una civilización muy avanzada a amenazas como las planteadas por la explosión de una supernova o las ráfagas de rayos gamma, con la mención a la novela de Reynolds como una forma de respuesta extrema al referirse a lo que el estudio denomina como humanidad++, una civilización capaz de realizar viajes e ingeniería interestelares. Es una cultura que podría, o no, ser biológica, pero que es capaz de cambiar su entorno en grandes escalas de espacio, tiempo y energía.

Esta imagen muestra una supernova que tuvo lugar el 21 de enero de 2014, en la galaxia Messier 82. Crédito: NASA/CXC/SAO/R.Margutti et al.

Esta imagen muestra una supernova que tuvo lugar el 21 de enero de 2014, en la galaxia Messier 82.
Crédito: NASA/CXC/SAO/R.Margutti et al.

Todo esto es fascinante en cuanto a la búsqueda de vida extraterrestre pero el grueso del estudio se centra en ese escenario en un futuro lejano, en contraste con una cultura no mucho más avanzada que la nuestra, a la que denomina humanidad+, una civilización que podría estar en el nivel I de la escala de Kardashov (o quizá un poco más), y que es capaz de utilizar los recursos del Sistema Solar con fines industriales, para la protección frente a asteroides, así como para la exploración y colonización. Es una cultura que, siempre que evitemos la posible catástrofe, podría surgir de nuestro planeta en los próximos siglos.

En este hipotético caso, la pregunta es… ¿una cultura que tuviese la forma de protegerse de riesgos existenciales como supernovas y rayos gamma tomaría medidas si dispusiese de los medios necesarios? Todavía estamos aprendiendo qué podemos hacer para reaccionar a la amenaza de impactos en la Tierra, estudiando asteroides y cometas para comprender cómo podemos alterar su trayectoria. También estamos descubriendo más sobre otros peligros, como los supervolcanes y la manera en que su actividad, en el pasado, ha alterado nuestro planeta.

Supernovas y ráfagas de rayos gamma

Esta imagen en falso color muestra la ráfaga de rayos gamma GRB111209A, que explotó el 9 de diciembre de 2011. La emisión de rayos gamma duró siete horas. Crédito: Credits: NASA/Swift/B. Gendre (ASDC/INAF-OAR/ARTEMIS)

Esta imagen en falso color muestra la ráfaga de rayos gamma GRB111209A, que explotó el 9 de diciembre de 2011. La emisión de rayos gamma duró siete horas.
Crédito: NASA/Swift/B. Gendre (ASDC/INAF-OAR/ARTEMIS)

Las supernovas y las ráfagas de rayos gamma parecen ser un tipo de amenaza diferente, y uno que suele suceder en una escala de tiempo galáctica. Las ráfagas de rayos gamma han sido consideradas por algunos autores como una especie de mecanismo de regulación que evitó que la vida se dispersase en el pasado remoto de la Vía Láctea, y es interesante que el ritmo de explosiones cósmicas haya ido decayendo con el tiempo cósmico, tal y como se muestra en las observaciones y en los modelos de formación de estrellas.

Aunque ya tenemos mucho trabajo sobre la predicción de impactos y su mitigación, uno de los motivos por los que hay que mantener nuestra atención es la presencia de evidencias muy recientes, como el impacto de un meteorito en Cheliábinsk en 2013, y la explosión de Tunguska, en 1908, que afectó a un terreno de miles de acres en Siberia; sin mencionar que nuestra comprensión del Bombardeo Intenso Tardío (ese período que tuvo lugar hace unos 4.000 millones de años, en el que los planetas interiores del Sistema Solar recibieron constantes impactos de asteroides, cometas y planetoides), y sus efectos en aquella joven Tierra, está en constante aumento.

Del mismo modo, el supervulcanismo no había sido estudiado hasta muy recientemente, y aunque sus efectos podemos encontrarlos en el pasado, también podemos relacionarlos con las erupciones catastróficas de nuestra era, como la del Krakatoa en 1883, o la del Monte Tambora en 1815. Las supernovas y las ráfagas de rayos gamma no son tan visibles, pero tenemos motivos para creer que podrían tener efectos desastrosos en una biosfera cercana, y algunos investigadores han llegado a plantear que algunas de las extinciones que podemos encontrar en la historia de la Tierra podrían ser el resultado de explosiones cósmicas que sucediesen suficientemente cerca.

Concepto artístico de la explosión de una supernova. Crédito: Shutterstock/Jurik Peter

Concepto artístico de la explosión de una supernova.
Crédito: Shutterstock/Jurik Peter

¿La amenaza de este tipo de catástrofes podría empujar a una civilización futura a estudiar cómo mitigarlas para evitar sus peores efectos? Para poder responder a esta pregunta, hace falta tener en cuenta las escalas de tiempo más largas. Es razonable asumir, sin tener en cuenta el caso de la Tierra, que los seres inteligentes en evolución, así como las civilizaciones tecnológicas, requieren escalas de miles de millones de años para desarrollarse, en las que una única explosión podría cortar o desarmar la cadena evolutiva de eventos que nos llevan a ese resultado. Es decir, una vez que surge una civilización, parece racional pensar muy seriamente en el riesgo que presentan esos sucesos y las posibles formas de mitigarlos porque tarde o temprano tendremos que lidiar con él.

En el propio estudio se habla de algunas simulaciones, comentando que aunque son insuficientes para llegar a una conclusión sobre la cantidad de estrellas solitarias y sistemas planetarios habitables, sí es indicador y motivador para seguir trabajando en el área. También se menciona que ninguna parte de una galaxia espiral puede considerarse segura de una explosión cósmica si la escala temporal es lo suficientemente grande. A medida que aumenta la escala de tiempo de una especie inteligente, más importante se vuelve la mitigación de los riesgos planteados por la explosión de una estrella o una ráfaga de rayos gamma.

Cómo medir un fenómeno así

Esta fotografía muestra el rastro de humo, del recorrido del meteorito de Cheliábinsk al entrar en la atmósfera. Crédito: Alex Alishevskikh

Esta fotografía muestra el rastro de humo del recorrido del meteorito de Cheliábinsk al entrar en la atmósfera.
Crédito: Alex Alishevskikh

Mitigar el daño de una explosión cósmica parece imposible, al menos si tenemos en cuenta nuestra falta de conocimiento sobre cuándo sucederá alguna. Necesitaríamos saber no sólo dónde ha tenido lugar ese incidente, si no también su intensidad y, como se menciona en el estudio, en qué direcciones se dispersan sus emisiones. Estamos muy lejos de ser capaces de medir las escalas de tiempo para explosiones de algunas estrellas cercanas (como Eta Carinae), y eso sin mencionar los rayos gamma. Nuestra tecnología actual no podría hacer nada para reducir los efectos de una explosión cósmica, pero los investigadores especulan sobre una humanidad futura.

En esa civilización futura, que estaría por encima del nivel I de la escala de Kardashov y habría aprendido mucho más de lo que nosotros sabemos sobre ambos fenómenos, los autores del estudio no ven ningún motivo por el que no serían capaces de comprender los diferentes factores que habría que evaluar en un fenómeno así. La predicción es una herramienta esencial, y aunque ya estamos en ese camino para detectar encuentros con asteroides peligrosos, tenemos mucho por hacer antes de llegar al nivel de comprensión necesario para mitigar ráfagas de rayos gamma.

Por ejemplo, predecir el tiempo en detalle, a nivel local, todavía es bastante complejo y está rodeado de incertidumbre. Sin embargo, la trayectoria y el tiempo de evolución de huracanes, ciclones y otros sistemas tormentosos son calculados de forma rutinaria, a menudo con suficiente antelación para que se puedan aplicar las medidas de mitigación necesarias. La historia de la ciencia ofrece muchos ejemplos del aumento de fiabilidad y precisión de las predicciones en otras áreas, desde eclipses a los pulsos de una supernova. Incluso en áreas donde estas predicciones todavía no nos han dado un buen resultado (terremotos, erupciones volcánicas, crisis económicas…), estamos comenzando a centrarnos en los obstáculos principales para poder seguir avanzando.

Fotografía tomada en 1929 de la zona de Tunguska

Fotografía tomada en 1929 de la zona de Tunguska

Si este tipo de predicción pudiese dominarse, entonces nosotros, o una hipotética civilización extraterrestre, podría investigar cómo proteger nuestro planeta, o nuestro sistema planetario completo, de los efectos de una explosión cósmica. Qué tipo de tecnologías serían necesarias y qué tipo de señal podría dejar en nuestros datos astronómicos es algo de lo que hablaré en el próximo artículo.

Aprender a predecir eventos como estos puede estar muy lejos de nuestra comprensión, pero no es irracional pensar que una civilización lo suficientemente avanzada podría haber encontrado formas de evaluar la probabilidad de que sucedan. El SETI Dysoniano, del que hablaba al principio del artículo, busca tecnologías, como los enjambres de Dyson, que suelen utilizarse como ejemplo más clásico, que no contradicen a las leyes de la física pero que están más allá de la capacidad de la ingeniería humana. Tiene sentido considerar las posibles señales de civilizaciones avanzadas incluso si somos incapaces de duplicarlas con nuestros medios actuales.

El paper del estudio es Ćirković and Vukotić, “Long-term prospects: Mitigation of supernova and gamma-ray burst threat to intelligent beings,” aceptado en Acta Astronautica. También Vukotić et al., “‘Grandeur in this view of life’”: N-body simulation models of the Galactic habitable zone,” publicado en el Monthly Notices of the Royal Astronomical Society el 12 de abril de 2016, y está disponible en arXiv.

Referencias: Centauri Dreams