Un investigador ha intentado determinar cuál sería el origen más probable de la vida en Europa y Encélado (si la hubiese). ¿Podría proceder de la Tierra o Marte? ¿O por el contrario se desarrolló por sí misma en los entornos de esos satélites?

El papel de los meteoritos en la vida en Europa y Encélado

Jay Melosh es un investigador de la Universidad Purdue (en Indiana, Estados Unidos), que se ha planteado cuál podría ser el origen más probable de la vida en Europa y Encélado. A fin de cuentas, la Tierra ya está habitada. Eso quiere decir que, por tanto, es posible encontrar vida en otros lugares del Sistema Solar y que su origen sea común. Es una hipótesis que explica cómo podría viajar la vida de un lugar a otro, conocida como panspermia. En resumidas cuentas, la vida viajaría de un lugar a otro en un mismo sistema.

La vida en Europa y Encélado pudo surgir por sí misma
Encélado visto por la sonda Cassini. Crédito: NASA/JPL/Space Science Institute

El mecanismo es tan sencillo como intrigante. El impacto, en la superficie de un planeta, provoca que algunos fragmentos sean expulsados al espacio con la velocidad apropiada para abandonar su órbita. Si el planeta está habitado, es posible que esa roca expulsada contenta compuestos orgánicos o, incluso, microorganismos que puedan sobrevivir al viaje. Sin ir más lejos, algunas hipótesis plantean que la vida quizá surgiese en Marte originalmente, y no en la Tierra, y que fuese así como terminó viajando hasta nuestro planeta.

El problema es que, en este caso, hay que tener en cuenta la distancia a los posibles objetivos desde un planeta. Por ello, Melosh ha recurrido a una simulación por ordenador para ver qué recorrido seguirían 100 000 partículas expulsadas, desde Marte, tras un impacto en su superficie. Lo hizo con tres velocidades diferentes: 1 km/s, 3 y 5. En sus simulaciones, una pequeñísima parte llegaba a alcanzar Encélado, el satélite de Saturno, en 4500 millones de años. Entre el 0,00000002 y el 0,00000004% en comparación a las que alcanzarían la Tierra.

Un mecanismo posible pero poco prometedor

En el caso de Europa, el satélite de Júpiter, las probabilidades eran 100 veces más altas, entre el 0,000004 y el 0,000007%. Aproximadamente, se estima que cada año cae una tonelada de material procedente de Marte, con un tamaño de un puño o mayor, en la Tierra. Con esa cantidad en mente, Melosh calcula que a Europa llegan 0,4 gramos de material marciano por año. En el caso de Encélado, la cifra baja a 2-4 miligramos. Si como origen se usa la Tierra, en vez de Marte, las cifras obtenidas son muy similares a las del planeta rojo.

Representación artística de un robot en un océano bajo la superficie de Europa. Crédito: NASA

Estas cifras son muy prometedoras. Aunque solo hace falta una roca con vida, en teoría, para poder esparcirla a otros lugares, el investigador ha observado que una partícula tardaría, de media, unos 2000 millones de años en viajar desde Marte a Encélado. Es mucho tiempo, sin ninguna duda, como para que esos microorganismos puedan aguantar las condiciones del espacio. Además, el impacto se produciría a una velocidad de entre 5 y 31 km/s. Solo en las velocidades más bajas, quizá, hubiese algunas formas de vida que pudiesen sobrevivir.

Lejos de ser una mala noticia, abre una posibilidad que resulta extremadamente interesante. Porque, de encontrar vida en Encélado o Europa, su origen no estaría en otro lugar del Sistema Solar. No parece probable, a la vista de los resultados del investigador, que pudiese haber viajado desde el interior del Sistema Solar. Porque la posibilidad, lógicamente, también cabe con la vida de la Tierra. Es decir, podría haber llegado a otros lugares de nuestro sistema y terminar desarrollándose en ese nuevo entorno.

La vida en Europa y Encélado procedería de una segunda génesis

Así que, si finalmente se encontrase algo, parece lógico suponer que todo apuntaría a que estaríamos ante una segunda génesis. Es decir, una segunda aparición de la vida, en un mismo sistema, por sus propios medios. Esa imagen es tan intrigante como esperanzadora. Supongamos que encontramos vida en uno de los dos satélites y que, también, se confirma que efectivamente procede de una segunda génesis. Es decir, que la panspermia no ha tenido nada que ver y que no se trata de formas de vida relacionadas con las de la Tierra.

Concepto artístico de Europa Clipper sobrevolando Europa. Crédito: NASA/JPL-Caltech

Querría decir que el mecanismo, que permite que aparezca la vida, no puede ser excesivamente raro. La vida podría tener la posibilidad, suponiendo que ese escenario se convirtiese en realidad, de desarrollarse en condiciones y entornos muy diferentes. Sería un argumento a favor de encontrar vida en muchos otros lugares de la Vía Láctea. Si bien, a su vez, esto no implica que debamos esperar que la vida inteligente sea común y esté extendida. El simple hecho de encontrar vida más allá de nuestro planeta será un gran hallazgo.

Lo más positivo es que no vamos a tener que esperar mucho. Europa Clipper es una misión que, a mediados de la década de 2020, partirá rumbo hacia el satélite de Júpiter con el objetivo de analizarlo. A la nave podría acompañarla un aterrizador, que analizaría su superficie directamente. También está la misión Dragonfly, que visitará Titán, el satélite más grande de Saturno, y partirá en 2026. Y, por supuesto, el telescopio James Webb, que entrará en funcionamiento a mediados de la década y que podrá analizar atmósferas de exoplanetas distantes…

Referencias: Space