Mientras Estados Unidos parece centrado, estos días, en aterrizar en Europa (el satélite de Júpiter), en el viejo continente está creciendo el interés porque la Luna sea nuestro siguiente destino (en lugar de intentar el salto sin red a Marte). A fin de cuentas, podemos utilizar nuestro satélite como base de ensayos para ayudar a empujar la exploración humana del sistema solar, y se antoja un tanto descabellado pensar que no podamos sacarle más partido a la Luna…

De vuelta a nuestro satélite

Recreación artística de una base lunar.  Crédito: Science Photo Library

Recreación artística de una base lunar.
Crédito: Science Photo Library

En un simposio de dos días, que tuvo lugar el 15 y 16 de diciembre en Noordwijk (Países Bajos), la Agencia Espacial Europea desveló sus planes para volver a la Luna. El objetivo, por lo que ha trascendido hasta el momento, es realizar nuevas misiones de exploración, tanto con robots como con astronautas de carne y hueso, comenzando en la década de 2020. En primer lugar irían los sistemas robóticos, que prepararían el camino para la llegada de humanos más tarde.

La ESA (por las siglas en inglés de la Agencia Espacial Europea) ya está trabajando en desarrollar sistemas de transporte humano para misiones más allá de la órbita baja de la Tierra (en la que se encuentra, por ejemplo, la Estación Espacial Internacional). De hecho, proporcionará el Módulo de Servicio Europeo que será utilizado, conjuntamente, con la próxima nave de la NASA: el módulo de tripulación Orión.

En el punto de mira de todo esto está un objetivo del director de la ESA, Johann-Dietrich Wörner, que puede parecer de lo más ambicioso: que el sucesor de la EEI no sea otra estación, si no una base lunar que aproveche las capacidades de varios países, en lugar de ser el esfuerzo de una única nación.

Todavía queda mucho por hacer en nuestro satélite

Concepto artístico de una base lunar.  Crédito: Science Photo Library

Concepto artístico de una base lunar de dimensiones considerables.
Crédito: Science Photo Library

Para la ESA, parece evidente que es necesario empezar a considerar la exploración por telepresencia. Es decir, de forma remota, aunque es un poco más complejo que un simple control desde la Tierra, porque en este método se intenta que el usuario sea capaz de percibir, en la medida de lo posible, lo que el robot esté tocando o analizando. Seguramente sea una de las mejores formas de hacer exploración en el futuro, por lo segura que debería resultar ya que los exploradores humanos seguirían en nuestro planeta, mientras los robots están en la superficie del mundo en cuestión.

La cercanía con la Luna hace que el control de un rover en su superficie, además, pudiese ser casi en tiempo real, con un retraso de apenas unos segundos entre el envío de un comando específico y la recepción del mismo. Es algo que no podemos hacer en ningún otro objeto celeste del Sistema Solar (excepto los asteroides cercanos a la Tierra) porque automáticamente pasamos a hablar de un retraso del orden de minutos entre una acción y otra.

Pero no sólo la superficie del satélite es útil. El espacio que lo rodea (y que conocemos como el espacio cislunar) también nos permite llevar a cabo misiones que nos podrían ayudar a perfeccionar la exploración de la Luna y, por extensión, nos permitiría probar la tecnología para futuros aterrizajes humanos tanto en su superficie como en la de otros objetos del Sistema Solar. Es decir, sería un paso intermedio perfecto para poder nuestro viaje a Marte. No en vano, hay que recordar que hay voces que consideran que poner un astronauta en la superficie del planeta rojo es un objetivo demasiado ambicioso por la forma en la que está planteada en la actualidad.

Una aldea en la Luna

Otro concepto artístico de un astronauta en una base lunar, con la Tierra de fondo. Crédito: Science Photo Library

Otro concepto artístico de un astronauta en una base lunar, con la Tierra de fondo.
Crédito: Science Photo Library

La Estación Espacial Internacional no va a ser la residencia permanente de los astronautas en la órbita baja de la Tierra, de momento sabemos que seguirá operando hasta 2024, pero tarde o temprano tendremos que dar el salto a un nuevo destino. Wörner quiere que ese destino sea una base lunar. Se ubicaría en la cara oculta de la Luna (por lo que nunca sería visible desde nuestro planeta) y podría permitir también la construcción de un telescopio gigantesco que, protegido de la radiación absorbida por la atmósfera de la Tierra, podría observar el espacio profundo y al mismo tiempo ser de fácil acceso para los habitantes de la base tanto para las posibles reparaciones que pudiesen ser necesarias, así como para las posibles expansiones y mejoras que se quisiesen realizar.

A su vez, un satélite ubicado en el punto de Lagrange L2 nos permitiría mantener comunicaciones de manera directa entre la Tierra y la Luna. El retraso sería de sólo unos pocos segundos. En cierto modo, puedes imaginarlo como el retraso que hay en las entrevistas en televisión que se hacen vía satélite. Por otro lado, daría a la NASA la posibilidad de poner a prueba su tecnología de comunicación con un equipo de astronautas que estuviese en Marte en un entorno mucho más sencillo de controlar.

Como ya habrás supuesto, no estamos hablando de una aldea en el sentido literal, si no de una ubicación en la que los astronautas puedan participar en diferentes actividades, ya sean robóticas o humanas. Entre las ideas mencionadas, podría haber una instalación para investigaciones en un entorno de microgravedad, donde podríamos estudiar cosas como la osteoporosis, el envejecimiento o la presión sanguínea. Sería similar a lo que ya podemos hacer en la ISS, pero mucho más sencillo porque allí sí tendríamos el espacio necesario para enviar nuevo equipamiento.

Habrá que prestar atención

Concepto artístico de una ciudad construida dentro de un crater lunar.  Crédito: Getty

Concepto artístico de una ciudad construida dentro de un crater lunar.
Crédito: Getty

Ahora toca ver si los planes de la ESA solidifican en algo más concreto (en cuanto a la base lunar se refiere). Ya hemos hablado en alguna ocasión de cómo podríamos construir ciudades lunares, y desde luego, una base parece un objetivo mucho más realizable (especialmente desde el punto de vista logístico) que enviar una expedición a Marte. A fin de cuentas, nuestra experiencia en misiones tripuladas está limitada a la órbita baja de la Tierra y a varias misiones a la Luna que, desde hace décadas, no ha vuelto a recibir a ningún visitante de carne y hueso.

Quizá por ello parece mucho más lógico volver allí y, como propone Wörner, optar por continuar nuestra expansión hacia nuestro satélite, en lugar de embarcarnos en una aventura al planeta rojo en la que, incluso hoy, no podemos decir que esté completamente claro cuál es el objetivo más allá de decir «¡un ser humano ha llegado a la superficie de otro planeta!», aunque, indudablemente, conseguiremos, por el camino, recoger los frutos en forma de nuevos avances científicos. En el fondo, nuestro objetivo tiene que ser sobrevivir al próximo cataclismo global que pueda afectar a nuestro planeta. Para ello, necesitamos convertirnos en una especie multiplanetaria, en eso no hay discusión posible.

Sin embargo, dar el salto a Marte, directamente, sigue antojándose un objetivo demasiado complejo como para no usar la Luna como base de ensayos y de prácticas. Sí, Marte es un planeta, pero con lo que sabemos del mismo, cada día parece que las diferencias (y dificultades) entre construir una base lunar y una base marciana se van volviendo más similares… Sea como fuere, por ahora toca esperar y ver qué sucede en el futuro. Estados Unidos parece dispuesto a embarcarse en una aventura hacia destinos más lejanos, mientras que las naciones europeas (y otras, como China, India y Japón) tienen su punto de vista puesto en un objetivo mucho más cercano, pero no por ello menos ambicioso. El tiempo dirá quién tenía razón…

Referencias: BBC, Space, Independent