¿Cómo cambiará nuestra civilización cuando, finalmente, lleguemos a Marte? ¿En qué aspectos seremos diferentes? ¿Cómo serán las relaciones entre los que se marchen al planeta rojo y los que se queden en la Tierra? El camino hacia una sociedad interestelar será muy largo…

La llegada a Marte

Construyendo una sociedad interestelar

Concepto artístico de una posible planta de terraformación en Marte.
Crédito: National Geographic Channel

Cuando el primer astronauta ponga un pie en Marte, sentirá una sensación de asombro muy parecida a la que sintieron Neil Armstrong y Buzz Aldrin cuando visitaron la Luna. Será la primera persona en observar un mundo alienígena con sus propios ojos. Pero, al mismo tiempo, estará a millones de kilómetros de distancia de su hogar, enfrentándose a una aventura en la que solo nuestra tecnología puede ayudarle. Habrá muchos riesgos y, aunque los intentemos minimizar, la posibilidad de muerte sera muy real.

Sin embargo, ese hombre o esa mujer será el primer visitante de Marte. Pondrá la primera piedra, aunque sea en un sentido figurado, de una futura civilización marciana. Serán seres humanos, como tú y como yo, los que decidirán dejar este planeta para viajar allí. Quizá a finales de este siglo, o quizá en el siguiente, o el siguiente, pero tarde o temprano sucederá. El ser humano se convertirá en una especie interplanetaria y, con ello, comenzaremos a emprender caminos muy diferentes. Unas preocupaciones en la Tierra. Otras en Marte.

Habrá comunicaciones entre los dos planetas, claro que sí, pero las propias leyes de la física nos recuerdan que la velocidad de la luz es finita. La comunicación no será tan simple y, eventualmente, familias enteras habrán vivido sus vidas solo en el planeta rojo.Para ellos, la Tierra será un mundo al que tendrán cariño, pero también extrañeza. La cuna del ser humano, pero no el lugar en que ellos nacieron. Quizá lo visiten, como si fuese un monumento histórico: “Aquí nació el ser humano que ahora puebla los mundos del Sistema Solar.

Conviviendo con una civilización marciana

Concepto artístico (de 1989) de una misión a Marte.
Crédito: Les Bossinas of NASA Lewis Research Center

Poco a poco, nuestros caminos se separarán. Los habitantes de la Tierra seguirán adelante con sus vidas y sus proyectos, mientras los habitantes de Marte tendrán, probablemente, unos objetivos muy diferentes. Ambas sociedades tendrán que convivir, unidas por un origen común. Pero, también, es posible que surja el conflicto. ¿Habrá una carrera científica entre ambas sociedades por demostrar quién puede explorar más lejos, más rápido y mejor?

O, por el contrario, ¿nos enzarzaremos en una guerra por demostrar quién es el auténtico heredero de la Tierra? Y… ¿qué pasaría si hacemos que la Tierra sea inhabitable? Si no frenamos el cambio climático, podemos hacer que nuestro mundo se convierta en un lugar inhóspito para el propio ser humano. ¿Nos acogerían los humanos de Marte como si fuésemos refugiados interplanetarios?

En realidad, creo que ese camino nos transformará. Tendremos que aprender a convivir con el espacio. Para poder vivir en Marte, primero debemos ser capaces de cubrir el trayecto con seguridad. Los primeros exploradores puede que, seguramente, estén dispuestos a jugarse la vida. Pero no podemos desplazar a grandes cantidades de gente sin tener la seguridad de que, todos ellos, llegarán a su destino. Además, necesitaremos una infraestructura que ahora mismo cuesta incluso comenzar a imaginar. Decenas o cientos de naves que viajen entre ambos planetas.

Nuestra relación con la tecnología

La NASA espera enviar humanos a Marte en la década de 2030.
Crédito: NASA

También habrá que construir la primitiva ciudad en Marte. Para hacerlo, tendremos que recurrir a la ayuda de la tecnología. Necesitaremos automatizar el proceso de extracción de material, de asteroides cercanos, y de la propia construcción. Será un trabajo de generaciones. Esas generaciones, seguramente, serán muy diferentes a nosotros. ¿Qué importancia podría tener una división territorial cuando todo el Sistema Solar está al alcance de tu tecnología?

¿Qué valor tiene dividir la superficie de la Tierra si todos buscamos un mismo objetivo? Para colonizar Marte hará falta algo más que seres humanos. Será necesario tener la voluntad de trabajar como uno, en busca de un bien mayor. Pero… ¿seremos capaces de hacerlo? ¿tenemos la capacidad de hacer que nuestra sociedad cambie cuando vivimos tiempos tan convulsos? El ser humano se enfrenta a grandes peligros. No solo por el cambio climático. También por nuestra incapacidad de convivir en armonía unos con otros.

Hemos cedido los mandos del mundo a gente muy alejada de la ciencia y la tecnología. Nos lideran los charlatanes más grandes. Hemos dejado de buscar un objetivo común, que nos haga soñar con lo imposible. El espacio fue, una vez, el objetivo de dos de las naciones más grandes de la Tierra. Por los motivos equivocados, sin duda, pero tenían un mismo objetivo: llegar donde nadie había llegado antes.

Una carrera detenida

Concepto artístico de una base lunar.
Crédito: NASA

¿Es que solo podemos avanzar cuando hay un conflicto de por medio? En los años 70, tras haber llegado a la Luna, la sociedad de nuestros padres y abuelos soñaba con que, en esta década, estaríamos asentados, ya, en ciudades en la Luna y Marte, plenamente funcionales. Pero no sucedió. Fue como si, una vez demostrada la superioridad de una nación sobre otra, la Luna, Marte y el Sistema Solar, dejasen de ser un objetivo con el que soñar. Sí, llegarán las ciudades en la Luna, decían, pero los años pasaban sin que hubiese grandes avances…

Y ahora, el espacio exterior parece ser el objetivo de un pequeño puñado de locos maravillosos, a los que nadie termina de tener demasiado en cuenta. “Demasiado difícil”, “no lo conseguirán”, “Es imposible llegar a Marte en 2030, es muy poco tiempo”. Ignorando nuestro pasado… Olvidando que la carrera por llegar a la Luna se llevó a cabo en solo unos pocos años. De algún modo, quienes nos lideran, y quizá la propia sociedad, ha dejado de mirar a las estrellas para pasar a mirarnos a nosotros mismos. Como si el espacio ya no fuese importante.

Poco a poco, es como si hubiésemos aplastado ese germen de la curiosidad que todos tenemos en nosotros cuando somos niños. Ese sentimiento que tenemos cuando exploramos algo que nos era completamente desconocido… parece haber desaparecido. Vivimos en la era de la ignorancia. El conocimiento sobre el que se ha construido nuestra sociedad, a lo largo de los siglos, es ahora puesto en duda. ¿Por qué? Porque da dinero, notoriedad y fama. Porque, en ausencia de un objetivo superior, hay quien prefiere cuestionar lo que se ha hecho hasta ahora.

Los gigantes olvidados

Imagen de la superficie lunar, tomada durante la misión Apolo 16.
Crédito: NASA

Como si, inconscientemente, supiésemos que somos culpables de no estar a la altura de los que vinieron antes que nosotros; en un burdo intento de desviar la atención para no admitir que no estamos haciendo nada por seguir avanzando en el camino que ellos emprendieron. Esa dejadez tiene un precio. Si no reaccionamos, podemos sumir a nuestra civilización en una época mucho más oscura que el período entre la caída de la Grecia Clásica y el Renacimiento, y Marte ya no será un objetivo con el que soñar. Lo será volver a donde estábamos…

Pero, si evitamos ese oscuro camino, avanzaremos… y cambiaremos. Construir una ciudad en Marte, o en la Luna, nos dará un objetivo común. Quizá uno que nos ayude a dejar de tratar a nuestros semejantes como enemigos, simplemente por su raza, género o lugar de nacimiento. Porque, lejos de la comodidad de nuestro planeta natal, no tendremos ningún otro soporte, para sobrevivir, que el proporcionado por nosotros mismos. El salto a las estrellas, en ese sentido, bien podría ser un muro infranqueable para muchas civilizaciones de la galaxia.

Si no somos capaces de trabajar juntos entre nosotros, de tratar como iguales a los demás, y de confiar el uno en el otro, nunca conquistaremos el espacio. Porque Marte y la Luna no son la Tierra, ni lo serán nunca. Solo esta pequeña canica azul es así de acogedora. Dentro de muchas generaciones, una civilización completamente desarrollada en Marte estará muy despegada de sus hermanos en la Tierra. Probablemente tendrán valores, también, muy diferentes. Que nazca el conflicto entre ellos, o no, depende en gran medida de nosotros mismos.

El papel de los charlatanes

Concepto artístico de una base lunar.
Crédito: NASA

Si dejamos que los charlatanes sigan a los mandos del mundo, no habrá nada que hacer. Viven de hacer que los demás olvidemos que hay otras cosas, mucho más importantes, para centrar nuestra atención en asuntos banales. Nos hacen pensar que esas cuestiones no van con nosotros. Pero, que el futuro de la humanidad no se decida en una especie de guerra interplanetaria es algo que empieza con nosotros mismos, por extraño que pueda parecer.

Las próximas generaciones no adquirirán esos valores mágicamente. Alguien tiene que transmitírselos y aprenderlos. Podemos pensar en voz alta y fantasear con un futuro que no llegaremos a ver tanto como queramos. Pero la realidad es que ese futuro llegará y afectará a nuestros descendientes. Que estén repartidos por muchos mundos, a lo largo y ancho del Sistema Solar, depende de nosotros.

Nuestros odios y conflictos no nos ayudarán a abandonar este planeta para poder ser una sociedad interestelar. Para avanzar en ese objetivo tenemos que aprender a ser más respetuosos, más inteligentes, valientes y curiosos. Volver a aprender lo que parecemos haber olvidado. Porque, de otro modo, podría ser nuestro propio fin. Esa civilización marciana, si llegase a fraguarse, será muy diferente a la nuestra. Se moverá por unos valores y una base de conocimiento distinta. Para ellos el viaje espacial, probablemente, esté en el corazón de su sociedad.

Una sociedad interestelar a la conquista del Sistema Solar

Una base en el lado oculto de la Luna sería perfecto para un telescopio que observase los lugares más recónditos del espacio.
Crédito: Science Photo Library

Eventualmente, podríamos asistir a una carrera por conquistar el Sistema Solar. Algunos asentamientos serán establecidos por habitantes de la Tierra. A saber, la Luna, Venus… Otros, del mismo modo, habrán sido fundados por los descendientes de los primeros colonos marcianos. A lo largo de los siglos, y los milenios, se perpetuarán las diferencias entre las dos sociedades. Quizá unidos por el sentimiento común de pertenencia a la Tierra, pero sintiendo, al mismo tiempo, un afecto muy especial por el planeta que les vio nacer y crecer.

Estas diferencias podrían ser una señal de progreso, o una señal de peligro. Si dejamos que nuestra sociedad avance como hasta ahora, bien podría suponer nuestro fracaso. Quizá no como especie, pero sí como sociedad. “Los antiguos humanos nunca supieron adaptarse al espacio”. Podría ser la semilla de un conflicto político a nivel interplanetario. “Marte primero”, podría gritar un Trump marciano, golpeando con furia el atril desde el que habla a otros marcianos como él. Mientras otro político furibundo grita la misma consigna en la Tierra.

¿Por qué queremos colonizar otros mundos? ¿Por qué soñamos con viajar a otros planetas y con vivir en colonias espaciales? ¿Es para ser diferentes? ¿Para alejarnos de quienes no queremos ver? ¿O es porque queremos que nuestra especie siga avanzando hacia delante? Sabemos que venimos de las estrellas. Los elementos que componen nuestros cuerpos y nuestros mundos proceden de su interior. Viajar más allá de este planeta es, desde esa perspectiva, una evolución natural. Nuestra sociedad se transformará, sin duda, si queremos sobrevivir.

Los cambios serán inevitables

Concepto artístico de una base en Marte. En este caso, la zona de horticultura está bajo tierra.
Crédito: NASA Ames Research Center

El simple paso de las generaciones hará que cambiemos. Serán seres humanos, pero muy diferentes a nosotros. Algunos vivirán en asentamientos en otros mundos a lo largo y ancho del Sistema Solar. Otros, imagino, lo harán en colonias orbitales. Serán sociedades independientes. Es difícil transmitir información en el espacio y, aunque sin duda habrá comercio, aquello de valor será lo que haga único a cada una de las diferentes sociedades que puedan poblar el Sistema Solar. Será un motivo más para reforzar la individualidad de esa sociedad.

Podemos imaginar dos escenarios muy diferentes. Por un lado, uno en el que todas esas sociedades, orgullosas de sus mundos, pero conscientes de su origen común en la Tierra, trabajan en armonía en busca de nuevos objetivos y nuevas fronteras que conquistar, quizá lejos del Sol. Por otro, uno en el que estas sociedades recelen entre sí. En el que el discurso que se venda entre ellos sea el de la desconfianza hacia otros seres humanos. Aquellos que podrían querer intentar quitarles lo que sea que les haga únicos. Sería un escenario muy triste…

¿Imaginas que nuestra especie se enzarzase en una pelea interplanetaria? Una guerra de civilizaciones en busca del más fuerte, por ser incapaces de confiar los unos en los otros. Porque, al fin y al cabo, ya había pasado en la historia de nuestro planeta… Si nosotros no somos capaces de convivir en armonía. ¿Cómo podríamos esperar que ellos sean capaces de hacerlo? Sólo estarían repitiendo el mismo patrón que ya observaron en la historia de esa pequeña canica azul que, quizá nunca llegaron a visitar ni por curiosidad.

El futuro de una sociedad interestelar

Concepto artístico de una operación de minería en uno de los satélites de Marte.
Crédito: NASA

Eventualmente, llegará el momento de abandonar el Sistema Solar. Es imposible imaginar cómo será ese momento, si es que sobrevivimos para ver la muerte del mismísimo Sol. No podemos imaginar cómo será la tecnología que tendrán en ese momento, pero sí tenemos alguna idea. Si no encuentran una manera de viajar a una velocidad muy cercana a la de la luz, abandonar el Sistema Solar será una misión larga y difícil. Algo que requerirá la participación de muchas generaciones. Quizá sea necesario recurrir a una nave generacional para hacer el trayecto.

Una nave que, literalmente, verá nacer y morir a decenas de generaciones de seres humanos en el viaje hacia una nueva estrella en la que asentarse y seguir viviendo. Nuestra especie será, a partir de ese momento, una sociedad interestelar, capaz de viajar a otras estrellas. En nuestros viajes por la Vía Láctea, probablemente, tarde o temprano terminaremos encontrando criaturas nacidas en otros mundos. Pero solo los seres humanos podrán decir que provienen de un planeta llamado la Tierra, perdido en una estrella cualquiera de la Vía Láctea…

Eso, claro está, siempre y cuando seamos conscientes de que todo eso también depende de nosotros. No solo para hacer avanzar nuestra tecnología, también para hacer que nuestra sociedad sea mejor. Porque el viaje a las estrellas ya ha comenzado…

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