Es muy interesante ver cómo ha cambiado la astronomía en sólo unas décadas. Antes de 1991, fecha de la detección del primer exoplaneta, creíamos que era imposible captar la presencia de planetas más allá del Sistema Solar (aunque se especulaba con que debía haber planetas alrededor de otras estrellas de la Vía Láctea). De momento estamos centrados en encontrar exoplanetas, pero es posible que sean las exolunas las que nos puedan dar las mejores respuestas sobre la vida…

Un campo que todavía está arrancando

Concepto artístico de una exoluna similar a la Tierra alrededor de un planeta gaseoso. Crédito: Frizaven/Wikipedia

Concepto artístico de una exoluna similar a la Tierra alrededor de un planeta gaseoso.
Crédito: Frizaven/Wikipedia

En estas dos décadas, de descubrimientos de exoplanetas, la cantidad de mundos más allá del Sistema Solar que conocemos ha aumentado de manera notable. Hoy en día conocemos más de 1.600 exoplanetas, y tenemos otros 4.000 candidatos a entrar en la lista. Algunos de esos mundos se encuentran en la zona habitable, esa distancia (de cualquier estrella) en la que se dan las condiciones ideales de temperatura para que pueda haber agua en estado líquido en la superficie de los objetos que giren a su alrededor.

Es cierto que estar en la zona habitable no es suficiente. También necesitamos que el planeta sea rocoso y que su composición sea similar a la de nuestro planeta. Al menos, claro está, para que pueda aparecer vida como la que se ha desarrollado aquí (intentar pensar en formas de vida con una base diferente sería increíblemente complicado, entre otras cosas porque no tenemos una base científica para poder estudiarla).

Encélado Crédito: Cassini Imaging Team, SSI, JPL, ESA, NASA

Encélado
Crédito: Cassini Imaging Team, SSI, JPL, ESA, NASA

Además, cuando hablamos de mundos en los que podría haber agua líquida, todos pensamos en planetas. Pero los satélites alrededor de esos planetas también podrían ser válidos. De hecho, en algunos casos, puede que sea nuestra única esperanza. Por ejemplo, la zona habitable alrededor de una enana roja suele estar tan cercana a la estrella que cualquier planeta estaría en rotación síncrona (la misma cara está siempre apuntaría a la estrella). Un mundo así, al menos en teoría, no sería demasiado apto para la vida tal y como la conocemos (un hemisferio del planeta estaría en constante luz, y seguramente con una temperatura muy elevada, mientras que el otro hemisferio estaría en sombra permanente y con una temperatura muy baja).

Una exoluna alrededor de ese planeta, sin embargo, seguiría estando a la distancia adecuada, pero no estaría en rotación síncrona con la estrella, por lo que las condiciones podrían ser mucho más propicias para que apareciese la vida en su superficie. ¿El principal problema? Que de momento no conocemos ningún satélite alrededor de otros mundos (aunque hay varios candidatos, de los observados por Kepler, que podrían serlo).

Las exolunas como hogares de vida

Endor, hogar de los Ewoks en la popular saga Star Wars, es una exoluna. Crédito: Star Wars: Episode VI Return of the Jedi

Endor, hogar de los Ewoks en la popular saga Star Wars, es una exoluna.
Crédito: Star Wars: Episode VI Return of the Jedi

Buscar satélites alrededor de planetas que se encuentran a decenas, cientos o miles de años-luz es de todo menos fácil. Pero son un paso lógico en la cadena para intentar responder a esa pregunta que parece destinada a estar con nosotros durante mucho tiempo: ¿Estamos solos en el universo?. De momento no hemos encontrado ningún planeta que sea como la Tierra. Muy parecido sí (el año pasado, de hecho), pero idéntico, no. Tampoco hemos encontrado ningún exoplaneta que presente signos claros de que tiene vida, aunque tampoco es demasiado sorprendente si tenemos en cuenta que algunos estudios dicen que, visto desde la distancia, ni siquiera nuestro planeta parecería un 100% habitable.

De una manera o otra, la presencia de una exoluna puede ser la clave para encontrar vida. No hay que olvidar que, creemos, la Luna puede ser parcialmente responsable de que la vida haya aparecido aquí. Sin ella, la inclinación del eje sería más pronunciada, aunque parece que no tan caótica como se piensa normalmente. Esa inclinación de 23,5 grados es la que nos da las estaciones. Si modificamos esa inclinación, las estaciones serían más largas, o más cortas, y las temperaturas experimentadas podrían ser mucho más extremas. Un aspecto importante de la Tierra es que esa inclinación del eje ha sido, básicamente, la misma durante millones de años (sólo ha variado unos grados).

Esta imagen muestra la atmósfera de Titán en color real. El efecto de su atmósfera es el opuesto al que provoca el efecto invernadero.

Esta imagen muestra la atmósfera de Titán en color real. El efecto de su atmósfera es el opuesto al que provoca el efecto invernadero.

Basta con observar Marte. Está en la zona habitable del Sol, aunque no reúne las condiciones apropiadas para permitir la aparición de vida en su superficie. Sus dos pequeños satélites (Fobos y Deimos) apenas influyen en el planeta. Sin ese factor estabilizador, la inclinación de su eje ha ido variando a lo largo de millones de años (desde los 0 a los 60 grados), provocando cambios extremos en su clima. Si en algún momento llegó a haber vida en el planeta rojo, se hubiera tenido que adaptar a un entorno que cambiaba de manera drástica.

La Luna también es la responsable de las mareas. Hace miles de millones de años, cuando nuestro satélite estaba mucho más cerca, la subida y bajada de los océanos producía un ciclo de alternancia en el contenido de la sal (muy alto o muy bajo) en las antiguas costas del planeta. Una de las teorías sobre cómo se formó la vida aquí dice que ese ciclo pudo ser el responsable de la generación de las primeras moléculas similares al ADN.

Las exolunas podrían tener entornos como el de la Tierra

Ganímedes, la luna más grande del Sistema Solar (y de Júpiter)

Ganímedes, la luna más grande del Sistema Solar (y de Júpiter)

De momento no hemos observado planetas que tengan un entorno similar al nuestro. Quizá, algún día, demos con uno que sea gemelo de la Tierra en todos los sentidos (incluso con un satélite grande, en proporción al tamaño del planeta), pero hasta ese momento, no tenemos por qué interpretar el hallazgo de un planeta gaseoso, en la zona habitable de una estrella, como una noticia negativa que nos aleje más de la posibilidad de encontrar vida. Una luna grande a su alrededor (Ganímedes es, en comparación a Júpiter, un satélite pequeño, pero es el más grande del Sistema Solar) podría reunir las condiciones apropiadas.

Encontrar vida en satélites no es una especulación o una fantasía. En el Sistema Solar tenemos varios candidatos. Tal es el caso de Titán, que tiene una atmósfera incluso más densa que la de la Tierra, o Encélado, que creemos que podría tener océanos en estado líquido bajo su superficie, igual que Europa. Si cualquiera de esos mundos estuviese en la zona habitable, quizá hubieran llegado a desarrollar vida (un ejercicio de reflexión interesante podría ser imaginar cómo sería nuestra astronomía si la Tierra fuese el satélite de un planeta gigante).

De momento toca esperar. Las exolunas son muy tenues como para poder verlas de manera directa, pero los astrónomos están trabajando en técnicas para poder dar con ellas, analizarlas, y calcular que posibilidades tienen de albergar vida en su superficie. En la Vía Láctea seguramente haya miles de millones, y puede que uno de esos pequeños mundos alrededor de un planeta sea el que nos permita obtener las respuestas a las grandes preguntas que siempre nos hemos planteado sobre la vida en otros lugares del Universo…

Referencias: The Conversation