Un nuevo estudio ha demostrado que en la superficie de la Luna aparecen nuevos cráteres a un ritmo mayor del esperado. Este descubrimiento puede ser muy útil para las futuras misiones a nuestro satélite, para calcular el riesgo de verse afectadas por los impactos de rocas espaciales.

Una superficie bañada en cráteres

La Luna, vista desde el hemisferio norte de la Tierra. Aunque menos evidentes, esas diferencias en las tonalidades de la superficie lunar siguen siendo apreciables. Crédito: Gregory H. Revera

La Luna, vista desde el hemisferio norte de la Tierra.
Crédito: Gregory H. Revera

La Luna está inundada de cráteres. Algunos de ellos tienen miles de millones de años de antigüedad. Como nuestro satélite no tiene atmósfera, las rocas que se precipitan contra su superficie no arden de la misma manera que los meteoros que vemos en la Tierra, por lo que el suelo lunar es vulnerable al incesante flujo de impactos cósmicos que van moliendo la capa superior de material que la recubre.

Los estudios anteriores sobre cráteres lunares ya nos habían dado información sobre cómo se formaban y el ritmo de creación de nuevos lugares de impacto en el pasado, lo que a su vez nos permitió calcular con más exactitud la edad de diferentes zonas de su superficie. Sin embargo, lo que no sabíamos es el ritmo de colisiones en la actualidad, y nos puede dar información vital para la planificación de próximas misiones a la Luna, pudiendo calcular el riesgo de que sean bombardeadas por rocas espaciales.

Descubriendo el ritmo de colisiones

Esta imagen muestra un cráter de impacto con un diámetro de 12 metros, que se formó entre el 25 de octubre de 2012 y el 21 de abril de 2013, y que fue descubierto en uno de los pares de imágenes del antes y después. Crédito: NASA/GSFC/Arizona State University

Esta imagen muestra un cráter de impacto con un diámetro de 12 metros, que se formó entre el 25 de octubre de 2012 y el 21 de abril de 2013, y que fue descubierto en uno de los pares de imágenes del antes y después.
Crédito: NASA/GSFC/Arizona State University

Para poder calcular la velocidad a la que se forman nuevos cráteres, un grupo de científicos ha analizado más de 14.000 parejas de fotos del antes y después de la Luna, tomadas por el LRO (Lunar Reconnaissance Orbiter). Estas imágenes cubren un 6,6% de la superficie, aproximadamente unos 2,5 millones de kilómetros cuadrados, y nos permiten observar puntos antes de que recibiesen el impacto y después de la creación del cráter. El tiempo transcurrido entre las observaciones del antes y después de las imágenes variaba entre los 176 y los 1.241 días.

En total, los investigadores han descubierto 222 cráteres que aparecieron en la superficie del satélite después de que el LRO comenzase a tomar las primeras imágenes. Es un 33% superior a lo predicho por los modelos actuales. Aunque no nos referimos a cráteres muy pequeños, porque los cráteres observados tienen entre 10 y 43 metros de diámetro, son tamaños considerables si pensamos en las dificultades a las que se podría enfrentar una misión que tuviese como objetivo, por ejemplo, la construcción de una base lunar.

Los científicos también descubrieron zonas muy amplias, alrededor de los nuevos cráteres, que se corresponden con los restos de superficie lunar que fueron expulsados tras el impacto. Este segundo proceso de creación de cráteres remueve los 2 centímetros superiores del polvo lunar, o regolito, que cubre toda la superficie del satélite, y sucede a un ritmo 100 veces más rápido de lo que se creía.

Mirando al futuro

Esta animación muestra el antes y después de la región de la Luna en la que apareció un cráter de 12 metros de diámetro. Crédito: NASA/GSFC/Arizona State University

Esta animación muestra el antes y después de la región de la Luna en la que apareció un cráter de 12 metros de diámetro.
Crédito: NASA/GSFC/Arizona State University

El hecho de poder observar como evoluciona y se remueve el regolito en imágenes que sólo están separadas por unos pocos años de diferencia es algo muy interesante para los científicos. A fin de cuentas, aunque el proceso ya era conocido, se pensaba que ocurría en una escala de cientos a miles de millones de años. Además, estos hallazgos también apuntan a que algunas de las características de la superficie de la luna, como los depósitos volcánicos, podrían ser algo más recientes de lo creído hasta el momento.

Aunque la probabilidad de que un punto concreto de la superficie lunar sufra el impacto directo de los restos de un asteroide o un cometa es baja, ahora tenemos una mejor idea de cuáles son los posibles peligros a los que nos podemos enfrentar en próximas misiones hacia la Luna. Por ejemplo, los investigadores encontraron un cráter, formado el 17 de marzo de 2013, que produjo más de 250 impactos secundarios llegando a impactar a una distancia de 30 kilómetros del impacto original.

Así que cuando llegue el momento de pensar en la construcción de una base lunar (algo que de momento no parece estar en los planes más inmediatos de la NASA y otras agencias espaciales), tendrán que diseñar materiales y construcciones que sean capaces de soportar las colisiones de pequeñas partículas que pueden llegar a viajar a velocidades de 500 metros por segundo (1800 kilómetros por hora).

Las observaciones de la Luna continuarán, por lo que los investigadores tendrán más posibilidades de encontrar el ritmo al que se producen cráteres de impacto más grandes, algo que sucede con poca frecuencia. Toda esta información será útil no sólo para futuras misiones, si no porque, además, éste es uno de los procesos más importantes a la hora de reformar las superficies de muchos objetos celestes del Sistema Solar. Sin esas colisiones, sus superficies nunca variarían (algo especialmente cierto en el caso de Calisto, un satélite que está considerado geológicamente muerto).

El estudio fue publicado en la edición online de la revista Nature del 12 de octubre de 2016.

Referencias: Live Science