Siempre que se habla del centro de la Vía Láctea, habrás oído que hay un agujero negro supermasivo (de hecho, por lo que sabemos, parece que lo hay en el centro de la gran mayoría de galaxias del universo). Pero no se habla tanto de qué otras cosas hay en esa zona de nuestro vecindario, ni de cómo nos afecta a la hora de examinar el espacio…

Un lugar caótico

En esta imagen en infrarrojos del centro de la Vía Láctea se puede observar una gran cantidad de jóvenes estrellas masivas. La región tiene un tamaño de unos 300 años-luz. Crédito: Hubble: NASA, ESA, and Q.D. Wang (University of Massachusetts, Amherst); Spitzer: NASA, Jet Propulsion Laboratory, and S. Stolovy (Spitzer Science Center/Caltech)

En esta imagen en infrarrojos del centro de la Vía Láctea se puede observar una gran cantidad de jóvenes estrellas masivas. La región tiene un tamaño de unos 300 años-luz.
Crédito: Hubble: NASA, ESA, and Q.D. Wang (University of Massachusetts, Amherst); Spitzer: NASA, Jet Propulsion Laboratory, and S. Stolovy (Spitzer Science Center/Caltech)

En el centro de la Vía Láctea hay un agujero negro supermasivo al que llamamos Sagitario A* (aunque no lo pronunciemos, sí, con asterisco incluido). Tiene un tamaño de unos 22,5 millones de kilómetros (es decir, entraría en la órbita de Mercurio). Es un espacio muy pequeño si lo comparamos con el tamaño de la galaxia (de 100.000 a 120.000 años-luz de diámetro), y en él se calcula que habría una masa equivalente a la de 40.000 veces la del Sol. Esa es la estimación más baja, claro. Si usamos la más alta (que sólo se puede observar analizando las emisiones de radio emitidas por el propio agujero) entonces obtendríamos un tamaño de unos 150 millones de kilómetros (más o menos como la órbita de la Tierra) y la masa se dispararía hasta los 4.000 millones de soles.

Por si te cuesta visualizarlo. Imagínate tener 40.000 soles en la distancia que separa al Sol de Mercurio, o 4.000 millones en la distancia que nos separa de nuestra estrella. Es una cantidad de masa tremendamente enorme concentrada en una cantidad de espacio infinitamente pequeña…

Aunque se lleva todo el protagonismo cuando hablamos del centro de la galaxia. No es lo único que hay. Ni mucho menos. De hecho, Sagitario A* es sólo el centro de una región mucho más grande, de unos 10.000 años-luz, a la que llamamos bulbo galáctico, en el que se concentra una cantidad inmensa de estrellas. Dentro del bulbo galáctico, podemos acercanos mucho hasta el agujero negro y seguir encontrando estrellas. Por ejemplo, el cúmulo Arches está a sólo 100 años-luz del centro, y es el cúmulo estelar más denso conocido en la Vía Láctea. Está compuesto de miles de estrellas muy jóvenes (dos millones y medio de años de existencia), de las cuales, algo más de un centenar, son mucho más grandes y masivas que el Sol (y hay varios miles de estrellas más pequeñas y menos masivas).

En esta imagen, en rayos X, puedes ver Sagitario A y la zona que lo rodea. Crédito: NASA/CXC/MIT/F. Baganoff, R. Shcherbakov et al.

En esta imagen, en rayos X, puedes ver Sagitario A y la zona que lo rodea.
Crédito: NASA/CXC/MIT/F. Baganoff, R. Shcherbakov et al.

Es fácil imaginar que la zona más cercana al agujero negro debe ser un lugar de una destrucción inimaginable. A fin de cuentas, son conocidos por su capacidad de absorber todo lo que se acerca y no dejar escapar ni la luz. Es una verdad a medias. Sí, evidentemente hay destrucción de materia (aunque la zona de influencia del agujero negro probablemente es más pequeña de lo que puedas estar imaginando), pero también es un lugar de formación de estrellas.

Alrededor de los agujeros negros existe un disco de acreción. Es similar, en cierta manera, a los discos que giran alrededor de protoestrellas, estrellas jóvenes, estrellas de neutrones (aunque la longitud de onda en la que emiten varía según en torno a qué esté girando ese material). El viento del agujero negro (que no es más que el chorro de materia que, por un motivo u otro, ha sido expulsado en lugar de caer hacia el horizonte de sucesos) es tan intenso que puede provocar que en ese disco se produzca el nacimiento de nuevas estrellas.

No en vano, allá por 2.005, un grupo de astrónomos encontró estrellas muy jóvenes (de sólo 2,5 millones de años de vida) a un año-luz de distancia de Sagitario A*. Están a una órbita lo suficientemente alejada como para no estar en riesgo de ser absorbidas por el agujero (al menos por ahora) y son mucho más masivas que nuestro sol.

No podemos ver el centro de la Vía Láctea

El cúmulo Arches, visto en infrarrojos. Es una zona tan densa que, en la distancia que separa al Sol de Próxima Centauri, ¡hay 100.000 estrellas! Crédito: NASA/ESA

El cúmulo Arches, visto en infrarrojos. Es una zona tan densa que, en la distancia que separa al Sol de Próxima Centauri, ¡hay 100.000 estrellas!
Crédito: NASA/ESA

Es posible que alguna vez hayas tenido la oportunidad de ver, en un cielo excepcionalmente oscuro, el brillo de la Vía Láctea. Quizá no te lo hayas preguntado nunca, pero en realidad lo que estás viendo no es el centro de la galaxia, si no los brazos en espiral. Desde nuestro planeta es imposible ver el centro de la Vía Láctea, a pesar de ser muy brillante por la gigantesca cantidad de estrellas que se concentran allí.

El bulbo galáctico está a unos 25.000 años-luz, pero a simple vista sólo podemos ver en el cielo todo lo que está a una distancia máxima de unos 6.500 años-luz. Así que está demasiado lejos como para verlo a simple vista. Además, nuestra galaxia es de bajo brillo superficial. Es decir, es una galaxia que, vista desde la Tierra, está, al menos, una magnitud por debajo de la del cielo nocturno. Esto provoca que, incluso en cielos completamente oscuros, sea difícil observar los brazos de la Vía Láctea. Basta con la presencia de la Luna para que la luz que se refleja en su superficie sea suficiente para ocultarlos de nuestra visión.

Sólo en infrarrojos

Imagen panorámica de la Vía Láctea (es una recreación, obviamente). Crédito: ESO/S. Brunier

Imagen panorámica de la Vía Láctea (es una recreación, obviamente).
Crédito: ESO/S. Brunier

El problema no se limita sólo a una mera cuestión de distancia. Con la ayuda de un telescopio podríamos ver más allá de esos 6.500 años-luz. Hay otros factores, el espacio entre nosotros y el centro de la galaxia no está vacío. La distancia entre las estrellas es enorme, pero en todo ese espacio, al que llamamos medio interestelar, hay polvo y gas ionizado. Es un disco gigantesco que recorre toda la galaxia y es el responsable del 10-15% del brillo que emite. Eso impide que, incluso con un telescopio, podamos ver la luz visible que procede del centro. De hecho, por extensión, también nos impide ver qué hay más allá de nuestra galaxia en el mismo plano del centro.

Para poder superar esta barrera, hace falta recurrir a la ayuda de otras herramientas que nos permitan ver lo que la luz no nos deja observar. La zona que no podemos ver por la luz del medio interestelar (y de la galaxia en sí) es algo que conocemos como zona vacía. Si recurrimos sólo al espectro visible, nos impide ver alrededor del 20% del espacio que nos rodea.

La galaxia elíptica Maffei I. Crédito: Atlas Image [or Atlas Image mosaic] courtesy of 2MASS/UMass/IPAC-Caltech/NASA/NSF

La galaxia elíptica Maffei I.
Crédito: Atlas Image [or Atlas Image mosaic] courtesy of 2MASS/UMass/IPAC-Caltech/NASA/NSF

Una posible solución para ese problema sería salir del plano galáctico y ponernos en otro lugar. Pero, como ya imaginarás, no tenemos los medios ni la tecnología para observarlo desde otro ángulo. Si quisiésemos hacerlo, tendríamos que construir una nave que viajase fuera de la galaxia. Necesitaría alejarse a 100.000 años-luz de distancia, y apuntar en la dirección de nuestro planeta… Con las tecnologías de propulsión que tenemos hoy en día, el viaje sólo nos llevaría… 2.200 millones de años.

La única manera de poder ver el centro de la galaxia (y lo que hay más allá de nuestra galaxia en el mismo plano) es recurrir a otras longitudes de onda. Gracias a ellas podemos ver cosas que de otro modo serían invisibles. Por medio de las ondas de rayos X, rayos gamma, los infrarrojos y las ondas de radio podemos ver el centro de nuestra galaxia, y también lo que hay más allá de nuestra galaxia que queda oculto por ella. De hecho, las galaxias Maffei I y Mafei II sólo fueron descubiertas por medio de los infrarrojos, y gracias a que no estaban completamente dentro de la zona vacía.

Todavía no podemos observar todo el espacio

La suma de todas estas longitudes de onda, junto al espectro visible, sin embargo, sigue dejando una pequeña parte del cielo invisible: un 10% en el que no sabemos qué hay. Por ahora no tenemos forma de poder verlo, y pasarán muchos años, seguramente, hasta que logremos ver qué nos oculta la zona vacía en esa región del espacio…

Referencias: Universe Today, Wikipedia