He hablado en otras ocasiones de la Paradoja de Fermi, de sí hay vida extraterrestre, la archifamosa ecuación de Drake, y otros artículos. En todos ellos hay dos puntos comunes: ¿cómo podemos encontrar vida inteligente extraterrestre? y ¿cómo pueden encontrarnos? Pero hay otro factor que no he mencionado hasta ahora…

El problema, quizá, sea el ritmo

Los discos de oro de las Sondas Voyager

Los discos de oro de las Sondas Voyager

A grandes rasgos, podríamos decir que la mayor parte de la dificultad para encontrar vida extraterrestre radica en que ni sabemos dónde buscar, ni disponemos de equipo que nos permita encontrar muchos exoplanetas de un tamaño similar al de la Tierra. Todavía estamos en los primeros pasos, literalmente, del proceso para intentar establecer contacto con vida inteligente de otros planetas.

Para empeorar las cosas, ni siquiera estamos seguros de que no hayamos recibido mensajes extraterrestres. Tenemos algún que otro posible candidato, pero nada concluyente y, lo que es peor, como elucubraba Carl Sagan, es muy probable que nuestros cerebros, simplemente, no trabajen a la misma velocidad de esa posible civilización. Quizá nuestro cerebro es demasiado rápido para interpretar un mensaje que deba ser transmitido en el curso de minutos u horas (en lugar de segundos) y lo confundamos con ruido de fondo. Quizá nuestro cerebro sea demasiado lento como para comprender un mensaje que transcurre en milésimas de segundos.

En cierto modo, cómo hablamos, cómo hacemos cálculos, etcétera, es nuestro ritmo. No hay nada que nos pueda hacer pensar que otras formas de vida extraterrestres funcionen a un ritmo mayor o menor. Por ejemplo, ¿esos discos de oro que van en las sondas Voyager? contienen música de nuestro planeta. Para cualquier humano del futuro lejano seguirá sonando como música. Pero, ¿y para un extraterrestre? Quizá esos sonidos sean ininteligibles y no les transmitan absolutamente nada, o quizá les aterroricen y les hagan pensar que la nuestra fue una civilización sanguinaria y cruel, que torturaba a sus víctimas con esos sonidos (cuidado con las bromas, que os veo venir).

Es una cuestión de perspectiva

Concepto artístico de un exoplaneta visto desde su luna.  Crédito: IAU/L. Calçada

Concepto artístico de un exoplaneta visto desde su luna.
Crédito: IAU/L. Calçada

Si nuestros cálculos actuales son correctos. La galaxia debe rebosar vida. De eso no puede haber muchas dudas (el universo en sí se compone de los materiales necesarios para que aparezca). Pero, si tomamos esa base como cierta (igual que tenemos que hacerlo para la ecuación de Drake), entonces nos encontramos con la misma pregunta que plantea la paradoja de Fermi. ¿Por qué no les vemos? Y la respuesta puede ser tan sencilla como desesperante.

En este universo, al menos hasta donde sabemos, hay un límite a la velocidad a la que podemos transmitir las cosas: la velocidad de la luz. No hemos encontrado la forma de superar ese límite, ni estamos muy seguros de que sea posible. Eso quiere decir que, si hay una civilización en un planeta alienígena a, digamos, 10.000 años-luz (que es, casi literalmente, nuestro vecindario cósmico), cuando apunten sus instrumentos a nuestro planeta lo verán tal y como era hace 10.000 años. No detectarán ninguna señal de que haya vida inteligente, probablemente, ni siquiera puedan detectar con una certeza absoluta que hay vida.

Si es así, ¿por qué molestarse en mandar un mensaje al azar? Podemos ponernos en el extremo opuesto. Mandamos un mensaje desde Arecibo hace algún tiempo hacia el cúmulo de Hércules, no porque pensásemos que hay vida inteligente allí, sino porque esperábamos que, por pura probabilidad por la cantidad de estrellas que hay en el cúmulo, alguno pueda tener vida inteligente.

Concepto artístico del exoplaneta Kepler-37b. Crédito: IAU/L. Calçada

Concepto artístico del exoplaneta Kepler-37b.
Crédito: IAU/L. Calçada

Supongamos que es así. Supongamos, por un momento, que dentro de 25.000 años ese mensaje llega a una civilización inteligente. Supongamos, de nuevo, que esa civilización lo recibe en un momento de su desarrollo muy similar al nuestro actual. Estamos hablando de que esa supuesta civilización extraterrestre se desarrollaría… ¡dentro de 23.000 años! Es decir, no pasaría mucho tiempo para que sus científicos cayesen en la cuenta de que nuestro contacto fue, simplemente, puro azar.

Quizá eso es lo que está pasando. Hay miles de millones de estrellas en esta galaxia (calculamos que unos 400.000 millones) y no podemos enviar señales a todas ellas. Para hacerlo aun más difícil, nuestros mensajes tan sólo se han extendido en una pequeña esfera alrededor de nuestro planeta, y la potencia de la señal de esos mensajes no es ilimitada. A partir de una distancia X (la cifra es difícil de calcular sin ningún dato) esa señal será tan débil que no es descabellado pensar que sea tomada, directamente, por parte del fondo de radiación.

Un espacio demasiado grande

Un Sistema Solar caótico. Crédito: Dana Berry, National Geographic

Un Sistema Solar caótico.
Crédito: Dana Berry, National Geographic

La madre del cordero, como diría aquél, es que las distancias en el espacio son tan sumamente inmensas que, alguien que pudiese mirar a nuestro planeta directamente no vería señales de nuestra presencia a menos que esté en nuestro vecindario cósmico. Un observador en el centro de la galaxia (a 30.000 años-luz de distancia) vería nuestro planeta tal y como era hace 30.000 años (y lo mismo pasaría en nuestro caso si pudiésemos observar su planeta).

Si además nos guiamos por nuestro propio desarrollo de la tecnología, parece que es razonable asumir que esa hipotética civilización puede buscar señales de radio sólo durante un breve período de su existencia (de, pongamos como ejemplo, 500 años). Si es así, estamos hablando de hacer un encaje de bolillos sencillamente alucinante. Es decir, si enviamos un mensaje a un planeta a 2.000 años de distancia, necesitamos que llegue en sus 500 años de búsqueda de señales de radio. Si llega antes o más tarde, pasará desapercibido.

La galaxia de Andrómeda. Crédito: Adam Evans

La galaxia de Andrómeda, a algo más de 2 millones de años-luz de distancia.
Crédito: Adam Evans

También puede pasar algo completamente diferente: pueden asumir (igual que hacemos nosotros) que el resto de civilizaciones deben haber seguido un camino similar al suyo. Imaginemos que hay una civilización ahí fuera en la que, su mente más brillante, consiguió discernir en una etapa muy temprana de la evolución de su especie, cómo enviar mensajes a través de agujeros de gusano. Si esta civilización sólo se tiene a sí misma como ejemplo, ¿cómo sabemos que no van a dar por hecho que el resto de civilizaciones, probablemente, habrán descubierto cómo mandar mensajes a través de agujeros de gusano con igual facilidad? Es imposible que no lo sepan.

Quizá a nosotros nos pasa algo similar. Quizá nuestro método de enviar mensajes por radio es demasiado rudimentario. O quizá esas civilizaciones extraterrestres todavía no han llegado a ese punto. Quizá nos están mandando mensajes en otras frecuencias y con una codificación que no es la que estamos buscando.

Demasiadas variables para un problema muy específico

Quizá haya vida extraterrestre con una forma como la de esta recreación artística...

Quizá haya vida extraterrestre con una forma como la de esta recreación artística…

El auténtico problema no es sólo la distancia que nos separa de otras estrellas, también lo es el no tener ninguna manera de establecer un patrón común a todas las civilizaciones. Por ejemplo, para los discos de la Voyager, se utilizó el período de tiempo asociado con la transición fundamental de un átomo de hidrógeno. Tiene sentido… para nosotros. El hidrógeno es el elemento más común del universo, y nuestro razonamiento es que, seguramente, una civilización medianamente desarrollada lo habrá descubierto más temprano que tarde.

Pero, ¿y si esa civilización ha seguido un camino completamente diferente? ¿Y si nos mandan sus mensajes utilizando alguna propiedad de la materia oscura? (que es aun más común que cualquiera de los elementos que conocemos? Entonces estaríamos perdidos, porque ni siquiera sabemos cómo observarla…

Dicho de otro modo. El problema no es tanto cuántas civilizaciones existen ahí fuera o cuántas dejan de existir. Parece una improbabilidad estadística que no haya ningún planeta ahí fuera que esté habitado. El auténtico desafío es que ambas civilizaciones coincidamos en el mismo momento, y además coincidamos en el medio y la forma de intentar comunicarnos. Puede que, en este preciso instante, estemos recibiendo miles de mensajes dándonos la bienvenida a la asociación de vecinos de la Vía Láctea, y simplemente no estemos respondiendo porque somos incapaces de reconocer esas señales como parte de mensajes procedentes de criaturas inteligentes…