Seguro que te lo has preguntado más de una vez. ¿Por qué le hemos dado a los planetas nombres de diferentes deidades? La respuesta (en la mayoría de los casos) es tan simple como podrías suponer. Fueron bautizados así por antiguas civilizaciones, que les dieron nombres a los planetas en honor a sus dioses (¿qué mejor manera de honrar a tus dioses que poniéndoles nombres a las estrellas que te observan cada noche desde el cielo?)…

Algunos de los planetas ya tenían nombre antes de que los romanos les diesen los que todos conocemos hoy en día, pero no han sido recogidos por Unión Astronómica Internacional, la organización reconocida por astrónomos y científicos de todo el mundo como la autoridad para nombrar a los objetos celestes (aunque muchas culturas tienen sus propios nombres para los planetas) y que estableció los nombres con los que reconocer a los planetas del Sistema Solar.

El origen de los nombres

Mercurio

Representación de Hermes (Mercurio en la mitología romana)

Representación de Hermes (Mercurio en la mitología romana)

Los primeros registros de avistamientos de Mercurio proceden de las tabletas Mul-Apin, del siglo XIV a.C., en el que Mercurio fue descrito (aproximadamente) como el «planeta saltarín».

Los babilonios ya conocían al planeta como Nabu, en honor a su dios de la escritura y el destino, mientras que los antiguos griegos lo llamaban Stilbon, y sus descendientes más modernos lo denominaron Hermes, en honor al mensajero de los dioses del Olimpo, y por la rapidez con la que se mueve por el cielo (siguiendo con ese detalle que ya recogían los antiguos babilonios, y es la velocidad a la que se mueve el planeta).

De hecho, Mercurio tarda sólo 88 días en dar una vuelta alrededor del sol, viajando a casi 48 kilómetros por segundo (más rápido que cualquier otro planeta). 

Los romanos, en un movimiento que vas a ver en prácticamente todos los nombres de los planetas del Sistema Solar, le dieron el nombre del dios equivalente en su mitología: Mercurio.

Venus

Venus

Venus

Aunque la atmósfera de Venus es de todo menos idílica y, su superficie es igual de hostil, el planeta es una de esas visiones majestuosas desde nuestro planeta. Por su proximidad, y la densidad de su atmósfera, es el tercer objeto celeste más brillante en nuestro firmamento (tras el Sol y la Luna) y llega a proyectar sombras en la superficie de nuestro planeta.

Este brillo y su aparición al amanecer inspiró a los antiguos romanos a asociarlo con Venus, la diosa del amor y la belleza. No fueron los únicos que usaron esta inspiración. De hecho, los griegos lo asociaban con su diosa equivalente, Afrodita.

La Tierra

Gaia

Gaia

Aunque puede parecer que el nombre de nuestro planeta no tiene relación alguna con la mitología, lo cierto es que sí. En este caso, los griegos conocían a nuestro planeta con el nombre de Gea (o Gaia), la madre de la tierra. Los romanos, en todo un arrebato de originalidad y creatividad, convirtieron el nombre al equivalente en su cultura, Terra.

Con la separación de las lenguas romances a lo largo de los siglos, la traducción del nombre ha ido cambiando (de ahí viene Tierra para el español, o Terra para los portugueses).

Sin embargo, el origen del nombre de nuestro planeta no es el mismo en todos los idiomas. Para los ingleses, el origen se encuentra en un término anglosajón, de unos 1.000 años de antigüedad, que significa, literalmente, suelo.

Marte

Marte, dios de la guerra

Marte, dios de la guerra

En el antiguo panteón romano, Marte era el segundo dios más importante (sólo superado por Júpiter). Aunque no se sabe mucho de su origen en cuanto a mitología se refiere, en la época de la antigua Roma, Marte era el dios de la guerra y el protector de Roma. Así que, ¿qué mejor nombre para un planeta que, por la cantidad de hierro oxidado en su superficie, es completamente rojo al observarlo en el firmamento?. Los griegos, con anterioridad a los romanos, lo habían denominado Ares (el dios de la guerra griego).

El característico color rojo de Marte también sirvió para que, por ejemplo, los sacerdotes egicipios lo llamasen «Her Desher» (el rojo) o para que los astrónomos chinos lo conociesen como «la estrella de fuego».

Júpiter

Júpiter

Júpiter

El planeta más grande de nuestro sistema solar (tanto que parece un sistema solar en miniatura por la cantidad de satélites que tiene en su órbita) sólo podía recibir el nombre de los dioses más importantes, es decir, Zeus en la mitologría griega, y Júpiter en la romana. Júpiter era el dios de la luz y el cielo, y el más importante en el panteón. Para los griegos, Zeus era el dios del trueno y padre de los dioses. Para los babilonios, el planeta recibía el nombre de Marduk (y, en un giro que seguro que no sorprende a nadie, también era uno de sus dioses más poderosos).

Saturno

SaturnoSaturno es conocido desde tiempos prehistóricos, y es el planeta más lejano observado. Los antiguos griegos lo nombraron en honor a su dios del tiempo y la agricultura, Cronos, porque tiene el periodo de observación en el firmamento más largo de todos los planetas (y era considerado el guardián del tiempo). Los romanos lo nombraron Saturno en honor a su propio dios, equivalente al de la mitología griega, y el padre de Júpiter (de hecho, Cronos es también el padre de Zeus).

Urano

Mosaico de Urano y Gaia

Mosaico de Urano y Gaia

Aunque Urano había sido observado ya en la prehistoria, había pasado por una estrella más. Su descubrimiento no llegó hasta el año 1781, cuando Sir William Herschel lo bautizó con el nombre Georgium Sidus (la estrella de Jorge) en honor al rey Jorge III de Reino Unido.

Por suerte para todos, este espantoso (y poco original) nombre no fue especialmente popular fuera de Gran Bretaña, y en otros lugares, optaron por bautizar al planeta como Herschel (en honor a su descubridor), en lugar de en honor a un monarca cuyo nombre les indicaba más bien poco.

El nombre de Urano (dios del cielo, y uno de los pocos planetas con un nombre de la mitología griega en lugar de la romana) fue sugerido por el astrónomo Johann Bode, siendo aceptado con bastante rápido, hacia 1850, tan sólo 70 años después de su descubrimiento, ya que encajaba con el resto de nombres de otros planetas.

Neptuno

Neptuno

Neptuno

Neptuno fue el primer planeta descubierto por las matemáticas en lugar de por la observación. En realidad, había sido observado por astrónomos con anterioridad, pero al igual que con Urano, creyeron que se trataba de una estrella.

Fueron John Couch Adams (matemático y astrónomo británico) y Urban Le Verrier (matemático francés) los que predijeron que las irregularidades en la orbita de Urano sólo podía ser provocada por la existencia de otro planeta. Fue descubierto en 1846, por otro astrónomo, Johann Galle (un astrónomo alemán), que se sirvió de los cálculos del francés Le Verrier para dar con él.

El alemán, Galle, quiso nombrar al planeta en honor a Le Verrier, pero la comunidad astronómica se opuso, ya que lo consideraban un nombre poco apropiado (desconozco el por qué, pero teniendo en cuenta que en aquella época se terminaba de asentar el nombre de Urano, es posible, aunque sólo especulación, que la corriente de pensamiento fuese que tenía sentido buscar el nombre de otro dios de la mitología). Tras este rechazo, se propusieron diferentes nombres (Jano, dios romano del comienzo y del final, y Océano) hasta terminar aceptando la sugerencia del propio Le Verrier: Neptuno, el dios romano del mar (cuyo equivalente griego es Poseidón).

Plutón

Plutón

Plutón

Aunque ya no sea un planeta más del Sistema Solar, vale la pena ver de dónde sale el nombre de este objeto celeste, porque es un caso de lo más curioso.

En 1906, Percival Lowell, un astrónomo americano (entre otras ocupaciones) que fundó el Observatorio Lowell, inició la búsqueda de un noveno planeta en el Sistema Solar, al que se refirió como el Planeta X (hoy en día ese término se utiliza, a veces, en asociación a una leyenda urbana: Nibiru). Lowell falleció en 1916, creyendo que sus esfuerzos no habían dado resultado.

Lo que no supo, fue que, en realidad, entre las muchas imágenes que tomó del firmamento había varias en las que aparecía lo que hoy en día conocemos como Plutón. Fue descubierto por Clyde Tombaugh en 1930 (con gran fanfarria en los medios de la época, como podrás imaginar). El Observatorio Lowell, en Arizona (lugar en el que se realizó la búsqueda), recibió más de 1.000 sugerencias para darle nombre al nuevo objeto celeste. Hubo muchos candidatos, desde Cronos, pasando por Minerva al nombre que resultó finalmente ganador. Plutón fue sugerido por una niña británica, de 11 años (Venetia Burney), de Oxford, a la que le encantaba la mitología clásica (falleció en 2009, por cierto).

Plutón era el dios del inframundo. Un nombre de lo más apropiado si tenemos en cuenta la cantidad de tiempo que tuvo que transcurrir hasta que fue descubierto, y, además, sus dos primeras letras eran las mismas que las iniciales del hombre que planteó la existencia de un posible noveno planeta. Ahora, en 2016, estamos, de nuevo, buscando el noveno planeta del Sistema Solar..

El Sol y la Luna

Helios

Helios

El astro rey y nuestro satélite también tuvieron sus propios nombres en la antigüedad, que en las lenguas romances, han perdurado hasta nuestros días con alguna variación (como es el caso de la Tierra). A nuestra estrella, los griegos le dieron el nombre de Helios (la personificación del Sol en la mitología griega), mientras que los Romanos optaron por su propio equivalente, el dios romano Sol Invictus.

En el caso de nuestro satélite, los griegos lo llamaron Selene (la diosa de la luna), mientras que los romanos optaron por usar el mismo equivalente en su mitología, la diosa Luna (que igualmente era su personificación).

La diosa Luna

La diosa Luna

Todavía conservamos esta tradición

Hoy en día seguimos poniendo nombres de la mitología a los cuerpos celestes que descubrimos. Tal es el caso con Cariclo (el asteroide con dos anillos del que he hablado alguna vez, y cuyo nombre proviene de tres ninfas de la mitología griega), Ceres (diosa romana de la agricultura y la fertilidad) o Sedna (una diosa de la mitología inuit).