Nuestro planeta ha sido atacado en múltiples ocasiones desde el espacio. Aunque los alienígenas no se han visto involucrados en ninguno de esos ataques, tenemos unos cuantos que pertenecen a cometas y asteroides, y que dejaron una huella más que palpable en nuestro planeta, pero no son las únicas amenazas que provienen del espacio exterior…

Un evento natural muy violento

Lectura de un magnetograma, en Londres, durante el evento Carrington. Crédito: British Geological Survey

Lectura de un magnetograma, en Londres, durante el evento Carrington.
Crédito: British Geological Survey

En los años 774 y 993, la Tierra se vio afectada por un potente evento natural que alteró la composición química de nuestra atmósfera de una manera muy sutil, creando pequeñas cantidades de elementos radioactivos como cloro-36, berilio-10 y carbono-14. Estos isótopos se crean cuando los protones de alta energía chocan con nuestro aire, y esos protones sólo pueden tener una fuente de origen: el espacio exterior.

Las oleadas de partículas subatómicas que impactaron contra nuestro planeta en aquellos años debieron ser particularmente fuertes. En todo el mundo se puede encontrar picos de abundancia de los isótopos que he mencionado antes, desde el hielo del Ártico y la Antártica, a corales chinos y mucho más. Sólo los eventos más violentos y extremos pueden generar tal cantidad de partículas. Así que podríamos pensar que fueron producto de algún rayo de una ráfaga de rayos gamma (producto de la muerte de estrellas con una masa muy elevada).

Sin embargo, las ráfagas de rayos gamma no son una explicación demasiado satisfactoria porque no suelen crear berilio-10 y, además, son fenómenos extremadamente raros, así que parece increíblemente improbable que hubiese dos ráfagas separadas por sólo dos siglos.

Tormentas solares

Dibujo de las manchas solares vistas por Richard Carrington, el 1 de septiembre de 1859. Crédito: Richard Carrington

Dibujo de las manchas solares vistas por Richard Carrington, el 1 de septiembre de 1859.
Crédito: Richard Carrington

Un estudio publicado en la revista Nature, en el que han analizado la cantidad de materiales radioactivos en el hielo, indican que nuestra estrella es la responsable de los eventos sucedidos en los años 774 y 993.  Ya he hablado en alguna ocasión de las tormentas solares y de los peligros que suponen para una sociedad tan dependiente de la energía como la nuestra. Aunque el Sol está en una fase más calmada de su vida, sigue siendo una estrella muy activa que envía potentes llamaradas solares en todas las direcciones. La última ocasión en la que nuestro planeta fue golpeada por una de ellas, se vivió algo que, hoy día, conocemos como el Evento Carrington.

El Sol genera campos magnéticos increíblemente potentes en su interior, en los que se pueden almacenar grandes cantidades de energía. Esa energía puede ser liberada de forma explosiva en la superficie, creando llamaradas solares muy intensas. También puede suceder muy por encima de la superficie del Sol, en cuyo caso lo que se crea es algo que llamamos eyección de masa coronal. Las eyecciones no son tan intensas (es decir, la energía está menos concentrada) como las llamaradas, pero son mucho más grandes y mucho más potentes. A modo de ejemplo, sería como comparar tornados con huracanes. Los tornados pueden generar vientos aun más veloces que los huracanes, pero su destrucción es más localizada, mientras que los huracanes pueden llevar esos vientos, y esa destrucción, a zonas muchísimo más grandes.

Lo más preocupante, que nos revela este estudio, es que el Sol es capaz de crear llamaradas y eyecciones más potentes de lo que creíamos posible hasta el momento.

Difíciles de medir

Imagen una llamarada de clase X (las más potentes) emitida por el Sol en 2.011 Crédito: NASA Goddard Space Flight Center

Imagen una llamarada de clase X (las más potentes) emitida por el Sol en 2.011
Crédito: NASA Goddard Space Flight Center

El Sol es capaz de crear gigantescas explosiones magnéticas. En 2.003, se produjo una serie de tormentas solares tan potentes que, una de ellas, se convirtió en la llamarada solar más grande vista en la época moderna, además, los habitantes de Malmö (Suecia) se quedaron sin suministro durante varias horas. La explosión más potente conocida es el Evento Carrington (que es, también, la primera observada en nuestra historia), que tuvo lugar en 1.859. Provocó auroras boreales que llegaron a verse muy lejos de sus zonas habituales.

Estas explosiones magnéticas a veces provocan corrientes inducidas geomagnéticamente. Dicho de otro modo, el campo magnético de la Tierra se ve agitado de una manera tan violenta que genera corriente en los conductores que haya en la superficie. Tal fue el caso de 1.859, en el que los telégrafos siguieron funcionando a pesar de estar desconectados, porque a través de las líneas de corriente fluía suficiente electricidad para hacerlos operar.

Imagen de un filamento solar que, en 2.012, fue expulsado al espacio. Crédito: NASA Goddard Space Flight Center

Imagen de un filamento solar que, en 2.012, fue expulsado al espacio.
Crédito: NASA Goddard Space Flight Center

Hace sólo 3 años, en 2.012, se produjo otra gigantesca tormenta solar que, en muchos aspectos, parece que fue similar a la de 1.859. Por suerte para nosotros, no afectó a nuestro planeta porque fue enviada en otra dirección, pero de habernos golpeado, es muy posible que la corriente de partículas cargadas hubiese sobrecargado los satélites en el espacio, así como haber provocado fallos de electricidad y apagones a lo largo y ancho del planeta. No en vano, una tormenta solar, mucho más pequeña, provocó precisamente eso en Quebec, en el año 1.989. Imaginemos lo que podría suponer una tormenta así que afectase a toda la Tierra en la actualidad…

No es fácil saber si las tormentas solares de los años 774 y 993 fueron más violentas o menos que las que he descrito aquí. Es difícil calcular su potencia sin tener medidas directas, pero el equipo de investigación que ha publicado el estudio calcula que la del año 774 (la más potente de las dos) fue cinco veces más potente que cualquier tormenta solar que hayamos podido ver en la época moderna de satélites, desde 1.956 a 2.005.

Una amenaza infravalorada por muchos

Fotografía de la aurora del 13 de marzo de 1.989, en Sea Cliff, en el estado de Nueva York. Crédito: Ken Spencer

Fotografía de la aurora del 13 de marzo de 1.989, en Sea Cliff, en el estado de Nueva York.
Crédito: Ken Spencer

Nuestra civilización depende enormemente de los dispositivos electrónicos que, a su vez, dependen de la electricidad y los satélites. Si la Tierra se ve golpeada por una tormenta tan grande como cualquiera de estos fenómenos históricos, las consecuencias serían desastrosas en gran parte del planeta, especialmente en las latitudes más cercanas a los polos. La tormenta solar de 1.989 (la que afectó a Quebec) destruyó varios transformadores en Norteamérica. Reparar ese tipo de transformadores (que están por todo el mundo) lleva meses…

Nuestras ciudades utilizan electricidad constantemente, incluso para llevar agua hasta nuestras casas. Unos meses sin electricidad puede parecer a bote pronto algo que, aunque incómodo, no supondría un gran inconveniente. Sin embargo, basta pensarlo un poco más a fondo para darse cuenta de que tendría consecuencias absolutamente desastrosas para la gran mayoría de la población, no sólo en grandes ciudades, si no en cualquier otra localidad, especialmente en aquellos países que se puedan ver muy expuestos a este tipo de fenómenos.

Otra imagen de la aurora del 13 de marzo de 1.989, en Sea Cliff, en el estado de Nueva York. Crédito: Ken Spencer

Otra imagen de la aurora del 13 de marzo de 1.989, en Sea Cliff, en el estado de Nueva York.
Crédito: Ken Spencer

No sabemos con qué frecuencia se producen estas tormentas solares. En el último milenio ha pasado, como mínimo, en cuatro ocasiones. Sabemos de tres de ellas porque golpearon nuestro planeta de manera directa, y de la otra porque la pudimos observar gracias a nuestras herramientas de observación astronómicas. Seguramente la mayor parte de tormentas solares que se produzcan no afectarán a nuestro planeta, pero tarde o temprano, sucederá (del mismo modo que, tarde o temprano, nuestro planeta se verá alcanzado por algún cometa o asteroide lo suficientemente grande como para tener que preocuparnos).

Riesgo limitado para España

Por su latitud, España no debería verse tan expuesta al peligro de una tormenta solar muy potente como pueden estarlo otras partes del mundo (el norte de Estados Unidos, Canadá, Escandinavia, Rusia…), y además se ha trabajado en este sentido para poder actuar en caso de que un evento extremo, de estas características, llegase a afectar a nuestro país (es muy improbable, pero no imposible).

La parte negativa es que, por eso mismo, por aquí las auroras son prácticamente imposibles de ver, pero teniendo en cuenta todo esto, igual no es algo tan malo, ¿no?

Referencias: Bad Astronomy