¿Cuál es la posibilidad de que haya vida en otros lugares del Universo? Es una pregunta que muchos nos hemos hecho y nos hacemos. Por supuesto, no sólo nosotros, los astrónomos no son una excepción. En una reciente reunión sobre física, varios expertos han charlado sobre cómo ha ido cambiando nuestra percepción del cosmos y la rareza, o no, de los seres vivos, y nos han dejado reflexiones muy interesantes.

Desde la ecuación de Drake hasta nuestros días

Frank Drake

Frank Drake

En 1961, el astrónomo Frank Drake escribió una popular ecuación que intentaba cuantificar la posibilidad de encontrar una civilización tecnológicamente avanzada en otros lugares del universo. La ecuación de Drake, como la conocemos, tiene en cuenta factores como el porcentaje de estrellas con planetas a su alrededor y la fracción de esos planetas que podrían ser apropiados para la aparición de la vida.

Han pasado más de 50 años, desde aquel entonces, y algunos científicos han seguido actualizando los valores de la ecuación para incorporar el conocimiento científico que hemos ido adquiriendo con el paso de las décadas. Por ejemplo, cuando Drake escribió su ecuación, los científicos no estaban seguros de que, al margen del Sol, las estrellas tuviesen planetas a su alrededor; ahora, sabemos que la mayoría de estrellas tienen planetas.

Un planeta especial… ¿o no?

Concepto artístico del exoplaneta rocoso HD 85512 b. Crédito: NASA

Concepto artístico del exoplaneta rocoso HD 85512 b.
Crédito: NASA

En el fondo, preguntarnos si estamos solos en el Universo va más allá de la mera curiosidad, o de la posible necesidad del ser humano de sentir que no está solo en este amplío y vastísimo lugar al que conocemos como cosmos. En el fondo, la auténtica pregunta es… «¿es La Tierra un planeta único?», y esa pregunta viene persiguiéndonos desde hace siglos. Podríamos decir que, en cierto modo, intentar darle respuesta también ha afectado profundamente a nuestra sociedad a lo largo del tiempo.

Nuestros ancestros creían que la Tierra no sólo era única, si no que estaba en el centro del universo. Más adelante, las investigaciones científicas nos enseñaron que nuestro planeta no sólo no está en el centro del universo, ni siquiera está en el centro de su galaxia, ni en el centro de su propio sistema solar, en el que hay otros siete planetas (quizá ocho) e incontables objetos más pequeños con los que compartimos esta pequeña región de la galaxia.

A medida que descubrimos más planetas fuera del Sistema Solar, los científicos deben revisar sus cálculos sobre la probabilidad de encontrar vida en otros lugares. Crédito: ESO

A medida que descubrimos más planetas fuera del Sistema Solar, los científicos deben revisar sus cálculos sobre la probabilidad de encontrar vida en otros lugares.
Crédito: ESO

Por otro lado, en los últimos 20 años, los científicos han descubierto miles de planetas (y seguimos descubriéndolos) alrededor de otras estrellas, y la mayor parte no son como la Tierra. Son planetas gigantes y gaseosos, como Júpiter o Saturno. Del mismo modo, también hemos observado que la mayor parte de sistemas estelares no son como el Sistema Solar. En ellos, los planetas grandes orbitan mucho más cerca de su estrella, mientras que aquí se encuentran mucho más lejos (aunque quizá en el pasado estuvieron mucho más cerca).

¿Esto quiere decir que la Tierra es única? Puede ser tentador concluir que sí, pero lo cierto es que es difícil de responder porque nuestra tecnología de detección de planetas está todavía en pañales. Sí, hemos encontrado miles de exoplanetas, pero para nuestros telescopios es mucho más fácil detectar planetas gigantes gaseosos que orbitan cerca de sus estrellas. Con la tecnología que tenemos hoy en día, es el tipo de planeta más sencillo de detectar. Así que los científicos todavía siguen intentando determinar cuantos mundos rocosos podría haber ahí fuera.

En el terreno de la incertidumbre

Recreación artística de una hipotética exoluna (luna en torno a un planeta extrasolar) habitable. Crédito: Luciano Mendez

Recreación artística de una hipotética exoluna (luna en torno a un planeta extrasolar) habitable.
Crédito: Luciano Mendez

Esa dificultad para encontrar planetas como el nuestro hace que nos movamos en el terreno de la incertidumbre. Cualquier cifra que intentemos calcular no es más que una suposición. Por ejemplo, una estimación de Peter Behroozi, un investigador de la Universidad de California, dice que, por cada grano de arena de la Tierra, podría haber 10 planetas como el nuestro en el Universo. ¿El inconveniente? Que no lo podemos demostrar  y que, además, el universo es muy grande y nuestra búsqueda está limitada sólo a una pequeña región de la Vía Láctea, por lo que, suponiendo que fuese cierto, no nos aporta demasiado para saber si estamos solos o no.

El propio Behroozi está trabajando en intentar encontrar el nexo entre la formación de galaxias y la formación de planetas. En un paper publicado en 2015, un compañero suyo y él mostraron que las galaxias más grandes producen una cantidad de planetas como la Tierra más grande que las galaxias pequeñas como, por ejemplo, la Vía Láctea. Pero como hay muchas más galaxias del tamaño de la Vía Láctea, es en ellas donde deberíamos encontrar la mayor parte de planetas similares al nuestro. Eso nos llevaría a concluir que la ubicación de la Tierra en una galaxia del tamaño de la Vía Láctea no es especial.

Este tipo de trabajo no sólo ayuda a los científicos a realizar estimaciones sobre cuántos planetas existen el universo, si no también sobre cuántos se formarán, suponiendo que el universo sigue creciendo y evolucionando de la misma manera que lo ha hecho en el pasado reciente. En ese estudio de 2015, Behroozi y su compañero echan un vistazo al futuro y estiman que el cosmos formará 10 veces más planetas de los que existen en la actualidad y que hay, al menos, un 92 por ciento de posibilidades de que la nuestra no sea la única civilización que lo habite.

Una pregunta que nos acompaña desde nuestros orígenes

Retrato de Sir William Herschel. Crédito: Lemuel Francis Abbot.

Retrato de Sir William Herschel.
Crédito: Lemuel Francis Abbot.

Matthew Stanley, un historiador de ciencia de la Universidad de Nueva York, nos recuerda que las personas se ven influenciadas por su propia época y sus experiencias cuando intentan predecir qué hay más allá de este planeta.

Sir William Herschel, un astrónomo muy influyente del siglo XVIII, creía que había seres inteligentes en el Sol. En el siglo XIX, hubo astrónomos que creían haber visto canales artificiales, construidos por criaturas inteligentes, en Marte y Venus. Las observaciones de ambos planetas y del Sol, por medio de sondas espaciales, nos han permitido descartar esas ideas; pero las nuevas investigaciones también han permitido el nacimiento de nuevas hipótesis sobre cómo y dónde podría haber vida en otros lugares del cosmos.

Por ejemplo, en los últimos 40 años, los científicos han ampliado sus miras sobre las condiciones en las que puede florecer la vida. Los extremófilos son organismos que viven en entornos que antes se consideraban inhabitables, como el fondo del océano, el hielo bajo la Antártida y zonas que reciben dosis de radiación muy altas, lugares que resultan letales o muy hostiles para la supervivencia del resto de formas de vida.

Actualizando la ecuación de Drake

Concepto artístico de Gliese 1132b alrededor de su estrella. Crédito: Dana Berry

Concepto artístico de Gliese 1132b alrededor de su estrella.
Crédito: Dana Berry

Todo esto nos lleva a la conclusión de que, en muchos aspectos, hay que actualizar la ecuación de Drake. En más de 50 años ha habido multitud de nuevas evidencias y, también, nuevas perspectivas. De hecho, hasta hemos visto trabajos dedicados por completo a la actualización de las predicciones de Frank Drake. En su ecuación, por ejemplo, se incluye la variable L, que según el instituto SETI representa la duración de tiempo durante la que una civilización tecnológicamente avanzada emite señales detectables al espacio.

Según Stanley, cuando Drake escribió su ecuación en los 60, se pensaba que el valor de L era el lapso de tiempo entre el descubrimiento de la energía atómica por parte de una civilización y su autodestrucción por medio del armamento nuclear. Es un razonamiento que puede parecer ridículo en los tiempos en los que vivimos, pero son perfectamente razonables si tenemos en cuenta que sucedió en el momento más tenso de la Guerra Fría…

Ahora hay quien sugiere que no deberíamos pensar en L en términos de guerra nuclear. En su lugar, deberíamos pensar en ese valor en términos de destrucción medioambiental. Es decir, representaría el tiempo que pasa desde el descubrimiento del motor de vapor hasta la llegada de un cambio climático catastrófico. Un cambio climático que, dicho sea de paso, está acelerándose a pasos agigantados. En lo que llevamos de 2016, todos los meses han establecido el récord de aumento de temperatura desde que tenemos registros, con una media de temperatura global de casi 1,5ºC por encima de lo normal.

Un mundo alienígena. Crédito: Emmanuel Shiu / www.eshiu.com

Un mundo alienígena imaginario.
Crédito: Emmanuel Shiu / www.eshiu.com

En la ecuación también se incluye la variable fc, que según el Instituto SETI representa la fracción de civilizaciones alienígenas que emiten señales detectables de su existencia, tales como comunicaciones de radio o señales de emisiones de televisión que terminan filtrándose al espacio. En este caso, estaríamos hablando del producto accidental de las tecnologías usadas para nuestras comunicaciones, en vez de mensajes enviados a propósito, como hicimos nosotros con el Mensaje de Arecibo.

Hoy en día, sin embargo, la mayor parte de las comunicaciones de la Tierra ya no terminan filtrándose al espacio. En su lugar, las enviamos a través de cables subterráneos y satélites, de manera que apenas se emite nada. Todavía hay proyectos que buscan esas señales alienígenas que se filtran en el espacio, y algunos científicos han sugerido que deberíamos buscar sistemas, basados en láseres, que las civilizaciones alienígenas podrían estar utilizando para comunicarse entre múltiples planetas o, incluso, múltiples sistemas estelares. El inconveniente es que, al final, estamos en cierto modo limitados a buscar sólo aquellas civilizaciones que puedan tener algún tipo de parecido con nosotros, porque eso es lo que conocemos y lo que hemos experimentado.

Cada día un poco más cerca

Recreación artística de Kepler-22b. Crédito: NASA/Ames/JPL-Caltech

Recreación artística de Kepler-22b.
Crédito: NASA/Ames/JPL-Caltech

Ahora, la búsqueda de vida en otros planetas está centrada en telescopios que puedan analizar las atmósferas de planetas distantes y que nos permita buscar señales de procesos biológicos. Por ejemplo, la presencia de niveles altos de metano (que en la Tierra es producido por muchos organismos vivos) o de oxígeno, en la atmósfera de un planeta, podría ser atribuida a la actividad biológica. Un día, los científicos también serán capaces de buscar elementos atmosféricos que hayan sido creados artificialmente.

Puede que sea imposible para los humanos ser puramente objetivos en nuestra especulación sobre la vida en el universo. Puede que nuestra percepción y nuestras experiencias siempre influyan sobre la ciencia y que quizá haya una parte irracional de nosotros mismos que nos haga pensar en que sí puede haber vida en el universo porque es demasiado grande para estar tan vacío, o que no la hay porque este planeta es así de especial. Sea como fuere, con cada paso que da la ciencia, con cada década que pasa, estamos más cerca de entender nuestro lugar en el Universo.

Ya sabemos que La Tierra no es el centro del universo, ni de la Vía Láctea, ni siquiera del Sistema Solar… ahora sólo nos falta averiguar si nuestro papel en el universo es de protagonistas solitarios o, simplemente, somos compañeros de muchos otros seres inteligentes que ahora mismo, ni siquiera podemos llegar a imaginar.

Referencias: Space